Migami. Actualidad.
No es por presumir o para joderte la existencia o para darte horribles expectativas de la vida misma. Pero la gente no se enamora todos los días. Incluso, no siempre amamos a alguien al final del día. Hay una gran posibilidad de que solo haya una persona en este mundo. Y que o esta persona te conozca y os améis y todos fueron felices y comieron perdices, o el sentimiento no es recíproco y coges una depresión, comes helados en el salón de la casa de tus papás hasta el día en que lo único que queda de ti es una lápida que pone: «Existió».
Luego están los que tienen un alma gemela pero nunca conocen. Y más, más alejados, en un rincón de este mundo lleno de lo que llamamos 'amor', están aquellos que se conocen y llegan a sentir ese efímero sentimiento que te llena por dentro,... pero que solo dura poco tiempo. Que no te da tiempo a saborearlo por completo. Como un helado que se deshace con el calor que emana del sol. Solo que el helado es tu otra mitad, y el sol es el tiempo arrebatándote lo más preciado que has tenido en la vida.
He vivido muchas cosas. He visto cosas que no debería de haber visto. He sentido cosas que no debería haber hecho porque eso me ganó un puñetazo en el corazón que lo dejó resquebrajado.
Y al final de la ruta, el problema no fue recomponer ese corazón, fue donde encontrar las piezas. Saber dónde cayeron y cómo hacer que las partículas minúsculas vuelvan a entrelazarse unas con las otras.
Por esa razón, cuando digo que no soy estúpida, y que el pasado me enseñó a lidiar con mentirosos de primera calidad, es en serio. Sé que Nick no es estúpido, que su faceta de chico malo pero tímido no me engaña. Lo noto en la manera en la que aprieta los puños a los lados de la cintura y se fuerza a mantener la compostura a mi lado.
Los mentirosos son los únicos capaces de descubrir a otro mentiroso. Son manadas que saben distinguirse entre la multitud. Llevamos la marca en la frente, y solo nosotros somos capaces de verla.
Sé que soy una amenaza para él. Y eso me gusta. Me gusta sentir a la gente amenazados por mí. No soy una santa que vaya soltando mentiras de ser lo contrario. Voy de frente, jugando con las verdades y manipulando las mentiras hasta dejarlas desnudas.
Soy el diablo ataviado en vestidos de Versace. Me gusta que me vean. No obstante, que vean lo justo, porque más allá puedo asustar.
—¡Por fin!—pegó un leve chillido de satisfacción Alma, la psicóloga de aquel extraño grupo—. Ahora sí, podemos continuar con nuestra sesión. Nos quedan dos horas aproximadamente, chicos.
—Justo lo que necesito.
Nick me miró en cuanto susurré aquello. Quedó en claro que me había escuchado. Tampoco había pensado haberlo dicho lo suficientemente bajo para quedarse en el olvido. El hecho de que estuviese atento a mis palabras solo me confirmaba mis sospechas.
Quiere matarme pero está aguantando las ganas.
Seguramente su mente esté gritando en una especie de mantra: «Sabe mucho. Debo derramar toda la sangre posible para hacerlo lucir como un accidente.»
Me senté en mi asiento y Nick hizo lo mismo. Hubo una serie de leves murmullos entre algunos miembros del grupo, quienes compartían opiniones de quién sabe qué.
—Como iba diciendo...—comenzó la chica de cabello anaranjado.
—Debo terminar la historia—le aseguré, no dejando que me llevase la contraria.
—Pero, la sesió-
—Oh, vais a querer saber qué es lo que ocurre—señalé rotundamente. Tomé un mechón de mi cabello claro y lo ubiqué tras mi oreja.—Margaret,...
—¿La policía?—quiso asegurarse la pelinegra del grupo. Ya había participado en diversas ocasiones a lo largo de la narración de la historia.
—Sí, la misma—la confirmé—. Ella aún no sabía lo que se avecinaba. Siguió las pistas del preso, dejó guiarse por sus pistas sin clara orientación. Y puede que ese fuese su primer fallo, lo que la llevó a...
***
La Historia de Freneza. Margaret.
Te crees claramente inteligente hasta que te llevas una hostia en la cara que te dice lo contrario.
Para entonces no supe lo que hacía, lo que dejaba de hacer. No reconocía mi recorrido, solo me dejaba llevar por el peso de mis pasos. Seguía las pistas que se me daban ciega antes las consecuencias. Quería respuestas y eso me podía costar caro.
Obviamente, eso no lo sabía antes. Funcionaba por orientación. En donde se encontraba mi vía de supervivencia, ahí iba yo. Solo esperaba que no llegase a hacer ninguna tontería que me jugase mi trabajo.
No que no haya hecho ya cosas para ganarme un despido. Solo le rezaba a algún dios misericordioso que me tuviera fé aún. Sabía que no había sido pura en ninguno de los sentidos. Había leído erótica, lo había puesto en práctica, había hecho cosas que me hicieron llegar a donde estoy ahora. Me he equivocado. He pecado. He roto promesas. He hecho muchas cosas que me podrían ganar una entrada gratis al infierno, y aún así, me aferraba a la pequeña posibilidad de que hubiese una pequeña esperanza para mí.
—Estás verdaderamente loca, my friend—me llamó Cynthia. Me di la vuelta y me fijé en que, tras salir de la sala de la electricidad y conectar los últimos cables que había desactivado, ella me esperaba en la pared frente a la puerta. Tomé mi pistola y la aseguré en el bolsillo trasero. Tomé mi chaqueta que tenía agarrada a la cintura y no contesté hasta que tuve la puerta a la sala completamente cerrada.
—¿Qué haces aquí?—la inquirí.
—Eso, a lo mejor, deberías de ser tú la que respondiese primero—indicó claramente.
—Yo solo estaba buscan-
—El preso 273—me cortó la chica con una ceja enarcada. Me estaba tentando a negarlo. Sin embargo, iba a ser inútil, ella claramente sabía que había ido allí con aquellas intenciones.
—¿Y cómo sabías que estaría aquí?
***
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Editado: 28.06.2021