Migami

XII.

 

XII. LO QUE NO TE MATA TE HACE MÁS FUERTE.

Migami.

Creo imaginar escenarios cercanos a la muerte. Solía hacerlo mucho más en anteriores ocasiones. Quiero apagar las luces y que la oscuridad me embriague. Quiero cortar los cables de raíz. Quiero que la tristeza termine por fin conmigo. Quiero que el intermitente termine por ser una línea permanente.

Quiero muchas cosas, pero nunca alguna se ha cumplido.

Cuando era más inocente, carente de años de experiencia, creía en la alusión de una familia feliz, que lo que veía en mi niñez rota podía haberse arreglado creando una felicidad para aquellos que podría alegremente declarar como mis hijos.

Siempre creía que la infancia feliz de una niña arreglaría mi infancia perdida.

Sin embargo, ya no más. Mi objetivo se ha aclarado con el tiempo. Y es la venganza.

Vivo y respiro por venganza. Ojo por ojo. Vida destrozada por la vida que gozaba.

Arrebataría todo aquello que me arrebataron a mí.

Porque como yo, muchas. Con mucha rabia por dentro, cientos. Con ganas de una revancha, millones. Con ganas de vivir una vida que valga la pena,... Un universo entero.

—Son cinco con cincuenta —dijo el dependiente.

El chico recogió la bolsa con la compra y se despidió con un ligero movimiento de cabeza. Cuando salió, imité sus movimientos. Sonreí con coquetería al dependiente que debía rondar por los sesenta. Este me la devolvió y bajo mi chaqueta negra seguí al chico que más que andar con lentitud, andaba con prisa.

Su manera de caminar no hubiera llamado la atención de los peatones, y es por esa razón que yo andé como cualquiera de ellos. De todas formas, no quise mantener el contacto visual con ninguno de los que me cruzaba.

Hay que ser precavido, mi mente me dijo.

El chico cruzó hacia la siguiente calle y giró una vez más hacia a la derecha. Le seguí los pasos de manera que no pareciera el gato del ratón que no sabía que debía huír. Sin perder de vista mi blanco, mandé un mensaje a través de mi dispositivo móvil y sonreí.

El chico ataviado de oscuro miraba a todos lados, creyendo que estaba siendo perseguido, y de no ser que no sospechó de mí, se hubiera dado cuenta que la verdadera presa la tenía justo delante.

En cuanto miró en mi dirección su ceño se frunció. Sus ojos oscuros se dilataron y su previo andar vigilante se convirtió en una carrera con competición. Detrás de mí un hombre pasó por mi lado y persiguió a Nicholas Noir.

Éste cruzó la calle mientras que yo silbaba al son del semáforo de peatones frente a la calle por las que ambos hombres cruzaban. Me fijé cómo Nick cruzó hacia una calle cortada, como supuse a la hora de realizar el plan. Él no sabía las calles por las que iba, y se notaba al no ser más que un extranjero que huía del peligro de afuera.

A la hora de realizar mis planes, tengo en cuenta todas las alternativas. Por esa razón, si este individuo hubiese aprendido las calles de la ciudad, hubiera cambiado al plan B. Asimismo, como el plan A había salido como lo esperado, sonreí y me relamí el labio inferior.

Anduve hasta aquella calle donde comencé a escuchar los quejidos por la serie de golpes que estaban atestando a mi próximo recluta. Tomé una inhalación y miré el reloj que señalaba las once y cinco minutos. Era la hora.

—Jack, ya—le dije al hombre de casi unos dos metros y velludo. Sus brazos eran como los de un boxeador. Su barba era digna de un ciudadano de los suburbios y poseía un tatuaje en el bicep de una llama de fuego.

Éste le siguió regalando patadas en el costado.

—Jack—pronuncié tajante.

El susodicho clavó su mirada en la mía e hizo que se limpiaba las manos sucias con un gesto falso. Él nunca se ensuciaba las manos a la hora de poner a su víctima de todos los colores.

—Como diga, mi señora—hizo una falsa reverencia y me guiñó un ojo. No se la devolví.

Se volteó para mirar al chico tirado en el suelo. Tenía un lado del labio roto, un hematoma en la mejilla, el cabello oscuro despeinado y su brazo arropaba su costado magullado. Tosía en busca de que el oxígeno llegase por fin a sus pulmones.

—Dejémosle ahí—le susurré a Jack.

—¿Segura?—Asentí.

Él estaba envuelto en una braga de montaña que tapaba la mitad de su rostro. Sus ojos marrones oscuros eran los únicos posibles de ver por el momento.

Puse una mano sobre su hombro y le guié lejos de Nick.

—Señora, ¿no cree que...

—¿...soy muy cruel?—terminé por él—. Cuando una nace tirada en la calle la pena ya no existe. Solo quiero experimentar con él.

—¿Experimentar?—inquirió él.

—Si vale la pena saldrá de esta. Ahora,—le paré en sus pasos y le murmuré al oído:—ponle un nudo de manera que sea casi imposible de deshacer.

—¿Pero para qué?

—Hazme caso.

Alcé mis lentes e hice que mis ojos serios y fríos fuesen mi última amenaza para seguir órdenes.

—¿Y si muere ahí?—quiso saber Jack, no queriendo que la sangre estuviese en sus manos.

Puse un dedo sobre su pecho, ni un solo atisbo de coquetería en mi gesto:—Una vez estás dentro, se hace lo que se me dé la gana. O lo haces y todos somos felices, o te sales de aquí y te prometo que lo harás sin una sola gota de sangre en las venas, ¿me oyes?

Sus cejas se fruncieron.

Cuando no vi ni una sola muestra de querer estar a mi lado u obedecer mis órdenes bufé cansada.

—Jack...—sonreí para nada feliz. Le tomé de la barbilla y le escupí:—Acabas de encender una llama.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.