Capítulo I:
Donde las voces consumen el silencio:
Londres, 1996.
-Déjalo.
La voz de Nicolas cortó el hilo de sus pensamientos, y Sara giró la cabeza para mirarlo.
-¿Dejar qué? -Él se cruzó de brazos, recostando la espalda a la pared.
-Deja de mirarlo. Tienes más de cinco minutos sin prestar atención a nada de lo que digo -respondió, y entonces se dio cuenta de que, en efecto, era así.
-Lo siento.
Nicolas suspiró, bajando los brazos, y dirigió la mirada hacia la vitrina, donde libros con portadas de colores eran exhibidos en escalones blancos.
-Si quieres comprarlo, hazlo, pero no veo qué ganaras con eso -dijo con voz queda, observando el libro más cercano a ellos, de tapa dura y el dibujo de un bosque de cuento de hadas a modo de portada. Sobre este resaltaba el título, en letras doradas con florituras. Una cinta color turquesa que lo rodeaba indicaba que se trataba de la décimo octava edición, y algo sobre un premio obtenido y un alto número de ventas.
Regrésame la Vida
Por Rosa Anglesola.
-No es eso, tengo tantas ganas de leerlo como tú -mintió, aunque en realidad, esa no era la principal razón por la que lo observaba con tanta ansiedad.
-¿Cuál es el problema, entonces? Creí que querías que lo publicara, por eso fui contigo.
-No, quería que escribiera la historia. Quería que se perdonara a sí misma y lo dejara atrás, como nosotros lo hemos intentado -musitó-. No esperé que la publicara. Ahora todo el mundo sabe lo que pasó. Está en todos lados, incluso piensan sacarle una película.
-¿Qué importa que lo sepan? Para ellos es sólo una historia. Triste, sí, pero falsa. Un cuento inventado por una escritora. -La observó detenidamente, y algo en su rostro trajo la alarma al suyo- ¿Estás bien?
Sara asintió, aunque sabía que no lo parecía. No sabía cómo describirlo, la aprensión que le producía que un hecho tan trascendental en su vida, en sus vidas, estuviera comprimido en unas cuantas páginas que todos podían leer. No sabía si le dolía, si le enfurecía o si le gustaba, con el placer cruel de la culpa y el recuerdo de todo lo malo que había hecho.
-Ya vuelvo. -Nicolas entró a la tienda antes de que pudiera replicar, haciendo que las campanitas encima de la puerta tintinearan. Al otro lado, Trevor Lowett, el anciano encargado de “Librería Lowett. Libros y otras cosas interesantes” levantó la cabeza, sonriendo ampliamente al muchacho pálido y de cabello cobrizo que ya se había vuelto cliente regular en las pocas semanas que llevaban en el East End.
Una de las ventajas de la época moderna era la invención de los lentes de contacto. Ocultaban la parte más delatora de su naturaleza, y ahora, cuando la gente miraba a Nicolas sólo lo veía a él, y no al vampiro.
Y la gente tendía a llevarse bien con él, aunque Sara imaginó que eso siempre había sido así.
Salió de la tienda con una bolsa rojo oscuro, y Trevor la saludó con la mano al verla. Le devolvió el gesto antes de darse la vuelta, y entrecerrar los ojos hacia Nicolas, que frunció el ceño al ver su sospecha.
-¿Qué? -preguntó, extrañado.
-¿Por qué lo compraste?
-Quiero leerlo -dijo, encogiéndose de hombros con indiferencia y continuando su caminata-. Me gusta leer, enriquece la mente y ayuda a pasar el tiempo.
-Sí, claro- enarcó una ceja, escéptica- ¿Por qué lo hiciste?
Él se detuvo, serio, y la miró a los ojos.
-Para ti. Para que dejes de mirarlo cada vez que pasamos por una librería, para que dejes de preguntarte por qué lo hiciste y comiences a verlo también como una historia, para que aceptes que no podemos cambiar todo lo que ocurrió, de la misma manera en que no es tu culpa, ni tampoco la mía.
<< Para que dejes de culparte, Sara.
Había tal vehemencia y honestidad en su voz, que no supo qué responder. Incluso cuatrocientos años después, incluso después de todo lo que habían vivido, había momentos como ese, en el que hacia algo inesperado y volvía a sorprenderla.
-Bastará con un gracias -dijo, burlón, arruinando el ambiente. Sara lo fulminó con la mirada.
-No pienso leerlo- replicó, andando por delante de él.
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Editado: 07.11.2019