Capítulo XIV:
Donde unos se pierden y otros encuentran:
Sábado, 2 de marzo de 1996. Día dos, 10:25pm. (141 horas y 35 minutos para el Juicio Final)
Las enormes ventanas de cristal del Laplace brillaban con luz tenue, una que pretendía imitar la luz de las velas. Todo parecía igual: El enorme vestíbulo con alfombra dorada y roja, la exuberante araña en el techo, los cuadros de personajes históricos franceses (que en su mayoría, eran más jóvenes que él). Incluso el encargado de abrir la puerta era el mismo, con la misma sonrisa artificial y el mismo acento fingido. Nada parecía indicar que había ocurrido un asesinato hacía tan sólo unos días.
La recepcionista los reconoció al momento, sonriéndoles amablemente y dándoles la bienvenida de nuevo.
-¿Quieren la misma habitación? Sigue disponible.
Ambos se miraron, cayendo en cuenta de ese detalle por primera vez.
-¿Nos da un momento, por favor? -Confundida, la mujer asintió, y los dos se alejaron, dándose la vuelta- ¿Qué habitación, la tercera? –preguntó Nicolas, esperando que no quisiera revisar las más de tres mil habitaciones una por una.
Sara tardó en responder, pensativa.
-No -dijo finalmente, la idea visible en su rostro- La 283.
Nicolas frunció el ceño, pero asintió de todas formas, preguntándole a la recepcionista si la habitación estaba disponible. Más confundida todavía por lo específico de la petición, pero acostumbrada a las demandas extrañas, la mujer les entregó la llave. Pagaron por esa noche, y subieron las escaleras hasta el segundo piso.
-¿Por qué esta? –preguntó el vampiro luego, y Sara sonrió con tristeza.
-Todo es sobre Sofía ¿Recuerdas? Ella murió en 1283 –Cierto, Sofía. Otra hermana de Sara que podría resultar siendo una asesina.
Llegaron a la puerta que querían, al final del segundo piso. Todo parecía normal.
Se preguntó si quería saber qué había al otro lado.
...
-Con cuidado, A.L. –Fábio lo sostuvo por el brazo cuando volvía a tropezarse en la escalera, el suelo balanceándose bajo sus pies como en un barco.
-¿Crees que la encuentren? –preguntó el aludido, parpadeando varias veces para apartar la neblina de sus ojos. Necesitaba más café.
-Dijeron que harían todo lo posible por hacerlo –respondió Fábio- Estás más pálido de lo normal –comentó, casi arrastrándolo los últimos escalones y abriendo la puerta por él.
-Estoy bien –balbuceó, aunque en realidad, no se sentía así. Todas la cafeína se habían evaporado, y el insomnio y la carrera estaban comenzando a cobrarle factura.
-Sí claro, te ves espectacular –Fábio cerró la puerta, ya que él parecía haberlo olvidado, y lo miró con preocupación- Deberías descansar, dudo que puedas dibujar en estas condiciones.
No dudaba que fuera así, pero allí estaba la voz de nuevo, impulsándolo a seguir con el retrato, repitiendo la misma imagen en su cabeza una y otra vez, y sus manos temblaron, como si buscaran a tientas el lápiz.
Dibuja, dibuja, dibuja…
-¿Crees que estoy loco? –preguntó de repente, dirigiendo la mirada a la silueta borrosa a su lado. La voz de Fábio sonó confundida, incluso algo ofendida, cuando respondió:
-Por supuesto que no, A.L.
Sonrió con tristeza, el alivio mayor al que pensó que sentiría.
-Me gustaría creerlo también –murmuró, su voz apagándose a la mitad de la frase.
-¡A.L.! –sus rodillas se doblaron, y su visión se nubló totalmente. La voz siguió hablando, dulce y arrulladora en medio de la oscuridad que lo envolvía. Extrañamente conocida, aunque no podía ubicar de dónde.
Descansa, Angel. Aún nos queda mucho por hacer...
…
Resultó ser una habitación como cualquier otra.
Esa parte del hotel estaba hecha para albergar más gente, de manera que eran tres habitaciones en vez de una, como en la que ellos se habían quedado. También tenía una cocina más grande y un sofá que podía abrirse como cama. Estaba menos decorada, lo que la hacía más barata.
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Editado: 07.11.2019