Capítulo XVIII:
Donde las torres resguardan la esperanza:
Lunes, 4 de marzo de 1996. Día cuatro, 12:45 am (115 horas y 15 minutos para el Juicio Final).
Los fýren tienen apariencia humana… O al menos, pueden elegir tenerla. Pueden ser creaturas hermosas y deslumbrantes, más incluso que los propios vampiros.
Pero su forma más poderosa, su verdadera forma, es la de seres grotescos, marrones, con dientes amarillos y bocas enormes, de garras alargadas que, al igual que sus bocas, chorrean un líquido espeso de color negro, más denso que la sangre y con olor a putrefacción.
Las siluetas que los rodearon no tenían forma humana. Sus ropas harapientas cayeron al suelo con los restos de su piel, sus cabellos se incendiaron, y sus sombras se cernieron sobre ella y el chico inconsciente como si engulleran la escasa luz de la luna.
Y por más que calculaba las posibilidades, Sara sabía que escapar no estaba en un futuro cercano. Respiró profundo, tratando de recordar algo de lo que Nicolas le había dicho sobre demonios y cómo pelear contra ellos, pero apartando “Mantente alejada de los demonios”, y el consejo de Sofía de reírse como hiena si alguno se acercaba, no contaba con mucho más que suerte y las oraciones en latín que conocía para rezar por un milagro.
Escuchó algo que se revolvía a sus pies, y al bajar la mirada vio que el chico despertaba.
-Mi cabeza…
Al menos vas a estar despierto para tu muerte, pensó, alternado la mirada entre los demonios alarmantemente inmóviles y el rubio que lentamente se incorporaba sobre sus manos, reparando por primera vez en lo que lo rodeaba. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, palideciendo, y al recorrer a los demonios con la mirada, reparó también en ella, buscando una explicación.
Sara sólo se encogió de hombros.
-A mí no me veas, tú soltaste el zoológico.
-¿Yo? P-per—
-¡Cuidado! –lo apartó del camino cuando los demonios de la primera fila se abalanzaron sobre ellos, sus bocas abiertas en busca de alimento.
-¿Qué mierda es eso? –gritó, recogiendo algo del suelo mientras se levantaba.
-¡No dejes que te toquen y punto! –chilló en respuesta, alejándose todo lo que podía mientras apartaba de una patada el fýren más cercano.
Casi podía escuchar a Nicolas en su cabeza: Corre, corre, ¡CORRE!
Ambos echaron a correr, esquivando fantasmas y demonios al mismo tiempo, y Sara había distinguido entre la niebla el camino del que había venido cuando escuchó un grito a su espalda. Uno de los fýren había atrapado al rubio, tirando de la mochila que llevaba.
-¡Suéltala! –gritó, corriendo a ayudarlo.
-¡Eso intento! –replicó el otro, sacudiéndose como loco y apartándose momentos antes de que el monstruo destrozara la tela de la mochila en pedazos… Y chillara de dolor, cuando el contenido dentro de esta se le vino encima.
-¿Estás bien? –él asintió, y Sara tiró de su brazo para seguir corriendo.
Detrás de ellos, el monstruo que los había atacado ardía. Un humo amarillento salió de él, antes de volverse ceniza.
Quizás…
-¡Rosa! –se dio la vuelta por acto reflejo. Empujó al rubio fuera del camino, y chilló de dolor cuando las garras de su oponente atravesaron la camisa que llevaba y le arañaron los brazos. Retrocedió, y guiándose por su corazonada, echó a correr en busca de lo que sea que hubiera hecho arder al demonio anterior: Una daga pequeña, con rubíes incrustados en el mango. No tardó en reconocer el metal brillante del que estaba hecha.
Pudiste haberlo mencionado en tu pista, Sofía.
La tomó, apenas a tiempo de atacar al siguiente demonio. La criatura retrocedió, aullando, y momentos después se desintegró como si estuviera hecho de arena. Giró en busca del muchacho rubio, y lo encontró con la espalda apoyada al tronco de un árbol, los demonios rodeándolo y comenzando a acercarse.
-Mantén la punta recta, -recitó en voz alta- no dobles la muñeca, apunta al cuello, córtales la cabeza...
Consiguió acabar con tres, antes de que volvieran a rodearlos, el círculo más apretado que la vez anterior.
Son demasiados.
-No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir…
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Editado: 07.11.2019