Capítulo XXVII:
Donde el amor se atreve a intentar:
Lunes, 4 de marzo de 1996. Día cuatro, Iglesia Santa María.
Los recién llegados se detuvieron en el centro de la habitación, observándolos. No estaba seguro si las balas funcionarían con ellos también, pero mantuvo la pistola alzada, en cualquier caso.
-Tú debes de ser Angel -dijo el anciano. A su lado, Trevor parecía un adolescente-. Soy Adastos, y ella es Battista.
Permaneció inmóvil, esperando la menor señal de peligro para disparar.
-Les suplico que bajen las armas -siguió Adastos, con su voz melosa.
-No les hagan caso -dijo Trevor, observando a los vampiros con aprensión.
-Cállate, humano -espetó Battista, con el mismo acento marcado. Su voz era fría como el acero, autoritaria como todo su porte, y con una amenaza que no hacia ningún esfuerzo por esconderse.
Angel se puso en pie de un salto, y vio por el rabillo del ojo que los otros dos hacían lo mismo. La mujer sonrió, y pareció a punto de caminar hacia él cuando Adastos la detuvo con un ademan.
-Basta -volvió a mirarlo-. Sólo queremos hablar contigo.
-Hablen, entonces -replicó bruscamente. Battista lo fulminó con la mirada, pero Adastos no le prestó la menor atención.
-Es sobre una amiga que los dos tenemos en común -explicó el vampiro, andando hacia él.
Angel siguió su trayectoria con la pistola, temiendo que intentara algo, y gritó de sorpresa y pánico cuando una mano delicada y rápida se la arrancó de un tirón, lanzando la suya, y la de Harrison, al que también había pillado desprevenido, al lado opuesto de la habitación.
La mirada de la mujer le heló la sangre, fría y sanguinaria.
-Battista... -Adastos parecía a punto de poner los ojos en blanco. Battista sólo sonrió, aunque eso no hizo sino empeorar las cosas.
-Ya me estaban cansando con los palitos -dijo, encogiéndose de hombros, y volvió a su puesto anterior, a un lado del vampiro.
-Esa amiga de la que te hablo ha estado causando... Problemas, por decirlo de una manera -continuó Adastos-, y es de vital importancia que hablemos con ella.
Un escalofrío le recorrió la columna. Esa debía de ser la Corte.
-No sé de quién hablas.
-¿Estás seguro, Angel? -pretendía ser una pregunta casual, pero el aludido sintió la amenaza.
-No conozco a nadie que haya causado problemas últimamente.
-Sabemos que hablaste con ella -contradijo Battista-. Dinos dónde está.
Angel permaneció en silencio, inmóvil, y los vampiros lo observaron de vuelta, sus rostros inmutables.
-Imaginamos que nosotros no te convenceríamos -dijo Adastos. La sonrisa de Battista era ahora cruel, disfrutando de un futuro horror que Angel sólo podía imaginar. La simple perspectiva hizo que le costara mantener las manos estables, y envió otro escalofrío a su columna.
-¿Van a matarme?
-No si coperas -respondió Battista.
-Ya les dije que...
-Sí, sí, ya me conozco el cuento -la mujer agitó la mano en el aire como si espantara una mosca-, mentirás hasta que te saquemos la verdad a golpes.
-O te convenzamos, de lo mucho que te conviene hablar con nosotros- añadió Adastos-. Más bien, dejaremos que él te convenza.
-¿Él? ¿Quién es él? -¿Sería la versión vampírica de un asesino a sueldo? No pudo evitar imaginarse a un gigante de dos metros, con músculos hasta en las orejas y aire de ser capaz de partirlo en dos como una ramita.
La respuesta que dio Adastos le dijo que había interpretado mal.
-Sólo otro amigo que tenemos en común.
Pensó primero en Seth, luego en Nicolas, y la segunda teoría tuvo más sentido. Quizás los habían atrapado, Sara había conseguido escapar y por eso la estaban buscando. Quizás Nicolas se rehusaba a cooperar y lo buscaban a él, más fácil de quebrar.
Escuchó pasos que se acercaban, crujiendo sobre el suelo de piedra, y se preparó mentalmente para el estado en que podría encontrarse el vampiro (o lo que quedara de él).
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Editado: 07.11.2019