Capítulo XXX:
Donde la espera termina:
Martes, 5 de marzo de 1996. Día cinco, 12 am.
Antes del Juicio.
Fábio sintió que su espalda golpeaba la pared, y contuvo el impulso de salir corriendo, de alejarse más todavía de lo que ya le era posible. Lejanas, demasiado como para distraer su atención, escuchó las doce campanadas que anunciaban la medianoche. Negó con la cabeza, una y otra vez, y ya ni siquiera le importaba que los demonios lo alcanzaran, que acabaran con él…
Era un inútil. ¿Qué clase de persona observa sin más cómo matan a alguien?
No se dio cuenta que se estaba resbalando hasta que cayó sentado en el suelo. No era como si le importara mucho, tampoco, ya nada importaba. Debió haber pensado en algo, debió haber corrido en su ayuda…
Escuchó pasos que se acercaban hasta él, mas no alzó la cabeza cuando una mano sacudió su hombro.
-¿Fábio? ¿Te encuentras bien? –reconoció la voz del anciano, y asintió, sin apartar la vista del frente. Del punto donde A.L. había desaparecido- ¿Fábio? –insistía Trevor- ¿Dónde está Angel?
Negó con la cabeza de nuevo, la escena repitiéndose en su mente una vez más.
El ruido hizo que se diera la vuelta, a escasos metros de la ventana. A.L. estaba en el suelo, pálido. Una mueca de dolor deformaba sus facciones. Un ser diferente a los demás, de ropas oscuras que ocultaban su rostro, tiraba de su pierna, clavando sus uñas en esta con tal fuerza que atravesaba la carne.
Corrió hacia él, sólo para ser detenido por la última cosa que había esperado que lo detuviera.
Sangre. Las garras del monstruo, grises y alargadas, habían formado un charco de sangre alrededor de su pierna, que se extendía considerablemente cada vez que su amigo intentaba soltarse. La sed le abrazó la garganta, tiñendo su visión de rojo, y presa del pánico, retrocedió nuevamente, su cuerpo debatiéndose entre alejarse de A.L. antes de hacerle daño y correr a ayudarlo antes de que el monstruo lo hiciera.
-¡A.L.! –gritó, esperando que alguien más lo viera, que alguien disparara y acabara con él, pero nadie lo hizo. El grito hizo que el aludido levantara la cabeza débilmente, y que lo mirara con los ojos entrecerrados, casi suplicando su ayuda.
No podía. La sangre…
-Fab…-Y el monstruo se llevó a su amigo. Sombras retorcidas se condensaron alrededor de los dos, y al esfumarse, los dos habían desaparecido.
-¿Está en shock? ¿Los vampiros pueden pasar por eso? –dijo otra voz, Harrison.
-No se me ocurre ninguna razón por la que no podrían –respondió Trevor, sacudiendo su hombro otra vez – Fábio, despierta…
-Tú amigo está vivo –la tercera voz sonó más tranquila que las anteriores, y la serenidad en ella, más que lo que había dicho, hizo que levantara la mirada para buscar a su dueño.
Sólo entonces se dio cuenta que los demonios habían desaparecido, que volvían a estar solos en la catedral. Y con una persona menos, ahora, porque A.L…
-¿Qué? –preguntó, y el hombre rubio, tan pálido como las personas que lo habían sacado a rastras del hospital, dio un paso más hacia él, con la misma expresión imperturbable en su rostro.
-Angel está vivo. El lacayo no puede matarlo, su único propósito es llevar ante la Corte a aquellos que van a ser juzgados.
-¿La Corte? –musitó, aunque su confusión no era para nada mayor que el alivio de saber que aun podía ayudarlo- ¿Cómo un tribunal?
-Nuestra versión, sí.
-¿Y qué hizo A.L. para… -calló, recordando, como si de mil años atrás se tratara, lo que había ocurrido en las escaleras. El pánico hizo que se pusiera en pie de un salto- ¡No fue su culpa! No pueden…
-Eso no les interesa -replicó el rubio, tan rápido que no dudó que pudiera leer su mente-, pero utilizarán a Angel para encontrar al demonio que lo utilizó a él.
-¿Van a hacerle daño? –preguntó.
-No lo sé –admitió el otro.
-¿Sabes a dónde irán?
-Al muelle –Fábio asintió, dirigiendo una rápida mirada a la entrada de la iglesia.
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Editado: 07.11.2019