Millennials: el Club

12. Una comunión inesperada

 

Mientras nos acercamos divertidos y expectantes, en un zoom muy lento hacia la torre Eiffel, las tullerías se dispersan a nuestro alrededor como campos pictóricos de festividades urbanas. Es como si un gran picnic se hubiera organizado por toda París. Pareciera ser norma que los días de sol los jóvenes de la ciudad confluyen en esos jardines a comer y beber. Las decenas de parques a nuestro alrededor están repletas de grupitos que han llevado sus manteles para comer al aire libre, desplegando sus menús galos y botellas de vino tinto a granel.

No parece estar prohibido, ni de mal gusto beber alcohol en los espacios públicos. Al contrario, se ve como una tradición festejada con glamour, porque todos traen copas.

De repente solo queremos sumarnos a ese fresco impresionista de núbil alegría.

—¡Vamos por unos vinos ya mismo!

Eneas lo alienta Diego para ir por provisiones a un almacén que divisaron en el camino.

—Si, que lindo lugar para hacer un pic nic —me entusiasmo señalando uno de los jardines que se encuentra cerca de una fuente circular, desde donde se puede observar la torre a una distancia de medio kilómetro.

No hace falta nada más para ponernos de acuerdo y los vemos partir orgullosas como dos inmensos leones en busca de la cacería del día.

Luciana saca una lona playera que lleva en la mochila y nos recostamos las dos pegadas, una al lado de la otra, como si fuéramos dos niñas en la playa tomando sol.

El cielo se transformó en un lienzo monocromático de un celeste tan único, como el de los jacarandás en primavera. Una brisa fresca nos recorre, solo para amortiguar el calor de los rayos de sol que se filtran por nuestras gafas y hacer de este día el más perfecto.

—¡¡Qué lindo!!! no lo puedo creer que ya estemos aquí —suspira Luciana.

—Realmente —asiento aletargada por el sol que ya comenzó a inmiscuirse en mi segunda capa de piel.

—¿Cómo la están pasando con Diego?

Es como si su pregunta contuviera otra pregunta, porque lo cierto es que acabamos de llegar.

Se quita la camiseta para arrojarla como si fuera un desecho. Un minúscula musculosa deja al descubierto su blancura y atributos adquiridos.

—Bien, ehh...—Me interrumpe antes de que agregue algo más—, hace tiempo ya que están juntos...

Ahí está, vamos hacia otro lugar ¡lo sabía!

—Sí —No agrego mucho más, ahora quiero saber a dónde se dirige.

—¿No te pasa a veces que sentís que él se aburre? y no sabes que hacer...

Se da vuelta para quedar de espaldas al sol y entorna sus anteojos para mirarme bien de cerca. Ahora que está a pocos centímetros de mi cara noto la gran cantidad de rímel que lleva en sus pestañas, junto a la espesa capa de base que a esta hora del día se ve muy cargada. Tan solo los finos labios esquivaron el ímpetu artístico de maquillaje. Menos mal, porque tiene unos rasgos tan aniñados que parece que hubiera jugado con las pinturas de mamá. Debería llevar la cara lavada, sentencio internamente, se vería realmente bella.

—No sé si aburrimiento, pero hay vaivenes.... para ambos —matizo mi respuesta, no es mi intención hacer catarsis con ella ahora. No olvido el espíritu de competencia que nos enemistó hasta hace poco.

El sol está empezando a quemar.

—Es que Eneas es como un niño al que tenes que tener entretenido —Peina su melena hacia un lado, mientras sus ojos juegan un pin pon de lado a lado y arruga sus labios con los dedos—. Tengo que estar buscando siempre alguna propuesta que lo entusiasme —Sus ojos dejan de picar de repente y se fijan solo en mí.

Continúa concentrada y distraída a la vez.

—Temo que escape algún día. —Me sonríe con complicidad. Su cara queda sobre la mía y uno mechón cobrizo cae sobre mi frente. Río un poco nerviosa apoyándome sobre mis hombros para repeler la invasión capilar repetina. Nuestras mejillas chocan suavemente y me dejan una sensación aterciopelada. Se siente extraña tanta cercanía corporal, como si hubiera cierta comunión inesperada entre nosotras.

—Hagamos algo divertido hoy a la noche ¿sí? —Me toma de mi cabello para hacerme una cola con una gomita que extrae de su muñeca sin preguntarme.

Algo me incomoda, aunque reconozco que ya no me resulta invasivo. Nuestro núcleo de confianza se ha expandido.

—¿Para qué estamos los cuatro solos en Europa si vamos a hacer las mismas cosas que allá? ¡¡¡es hora de portarse mal!!! —Sus ojos reflejan una bribonada irreconocible, tal vez más propia de Eneas que de ella, como si en este instante hubiera sido poseída por su espíritu.

—Sabes que tenés razón...

Me dejo llevar por sus sensaciones, aunque un poco confundida siento que le contesto a Eneas.

—Mira, estuve investigando... el día que "se quedaron dormidos" a donde podríamos ir y encontré el lugar perfecto...

Ya no me avergüenza tanto el tema, a pesar de las comillas invisibles que acaba de poner.

— ¿Ah, si? —Me siento como una abeja atraída por una miel nueva.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.