Millonaria por sorpresa

CAPÍTULO 15

 

Renata

 

—¡¿Doctor Guillén?!

Mi voz suena exasperada, pero la de él se mantiene impasible cuando me contesta al otro lado del móvil:

—Renata. Buenos días.

—B-buenos días, doc. Hay algo que me tuvo desesperada todo el fin de semana, disculpe que le llame tan temprano, estoy camino a mi lugar donde hago las residencias.

—...

—Sí, ya sé que no debería hablarle de mis cosas fuera de sesión.

Ya me ha sucedido que en más de una ocasión he intentado robarle de su tiempo, sin embargo, la sesión es importante para hacer prevalecer todas las angustias y el blabla de la teoría que sostiene a la profesión.

—¿Sí, Renata?

—Verá, necesito que me pase el contacto de su otro paciente. De Jonatan.

—...

—¡Ya sé que no puede proveer información personal de un paciente a otro, reservar el secreto profesional y demás, es que esta situación es de vida o muerte!

—¿Por ejemplo?

Creo que no me cree.

Así que me clavo al suelo y le digo de una vez.

—Creo que hemos tenido intimidad sin usar protección.

—...

Veamos, el secreto profesional solo puede romperse en tres ocasiones:

  1. En caso de que la vida de alguien corra peligro.
  2. En caso de que un juez lo pida.
  3. En caso de que la propia vida del terapeuta esté en peligro.

¿Qué tan ridículo sería decirle a este hombre que me voy a matar en caso de que no me pase su contacto?

O que lo voy a matar a él.

Solo me quedaría conseguir la autorización de un juez cosa que tardaría tanto que, en caso de que eso suceda, para entonces ya tendría cinco meses de embarazo al menos.

Venga, que ni siquiera estoy segura de si estoy o no lo estoy.

¡No sé siquiera, no tengo el recuerdo, de si lo usé antes o no!

—¡Por favor, doctor!—le pido.

—Lo siento, Renata. Sabes que no puedo.

—Asshhhhh, sí, lo sé, es solo que creía que más allá de ser un sujeto profesional, ¡pensé que sería humano!

—Me sorprende que alguien que está a punto de graduarse en la profesión haga ese tipo de comentarios o piense de ese modo.

—Yo… No lo pienso. No sé qué me pasa. ¡He sido engañada! Y sí, da la casualidad que el hombre que me engañó es paciente suyo.

—Se encontraron en la puerta de mi consultorio.

—Entonces es su paciente. Él me lo dijo.

—¿Prefieres que te adelante el turno de la sesión?

Si no me vas a dar lo que quiero, entonces no quiero nada.

Niego de manera enérgica y le pregunto, como quien arroja una moneda al aire a la espera de que salga cara o cruz:

—Jonatan no es gay, ¿cierto?

—...

¡Aaayy! ¡Sabía que no me diría nada!

—Sabe una cosa—añado—. Olvídelo. Nunca le he preguntado nada, nunca dije nada, nunca le llamé, ¿es posible?

—Es posible.

—Caray, ¡adiós!

Una vez que le corto, ya estoy bajando del metro. Creo que la gente me ha estado mirando cuando, a la salida, le he llamado a mi doctor. En gran parte del tramo se pierde la señal, así que me he esforzado en que sea una conversación rápida y sencilla.

Esta vez le marco a Giselle, rogando a los astros que conteste. A esta hora tendría que estar trabajando, sin embargo, sabe que es una emergencia.

—¿Amiga?

—Sé que estás trabajando.

—No tengo mucho tiempo, si me atrapan con el móvil me van a sancionar, ya lo sabes, cariño. Pero te escucho, aquí estoy.

—No me dio el contacto.

—¿Tu terapeuta?

—Sí, él.

—Vaya, es un auténtico hijo de…

—Es profesional, es todo. No puede hacerlo.

—¿Entonces?

—Entonces solo nos queda una opción.

—La bendita pastilla del día después.

—Así es.

—Pero ya pasaron dos días.

—Estamos entrando en el tercero.

—Si no hubiera sido que estábamos con tanta resaca que tuvimos que descansar por veinticuatro horas seguidas y las otras fueron de recuperación en estado de vigilia.

No contesto nada.

Solo me quedo pensando.

Hasta que le digo:

—Haré lo que te dije antes. Iré con la doctora que trabaja en el hospital de prácticas de residencias.

—¿Segura?

—Así es.

—Bueno, es todo.

—Amiga: tomes la decisión que tomes, yo estaré a tu lado. No lo olvides.

—Yo… Gracias. Te quiero.

—Yo a ti. Adiós.


 

Cuando me mira, parece ser que intenta estudiarme. O despacharme, porque este es el momento del día en el que toma su café antes de comenzar a trabajar. Jamás me llevé bien con ella, de hecho, aprovecha este instante para fumar dentro del consultorio, ya que no puede hacerlo cuando está atendiendo.

—¿Qué sucede, licenciada?

—Doctora… Necesito que me autorice una medicación.

Levanta una ceja o eso creo que hace detrás de la cortina de humo que marca su cigarrillo encendido.

—¿Eres insulino dependiente?

—No, nada de eso.

—¿Entonces por qué tanta prisa?

—Quiero que me de una orden para comprar la famosa pastilla del día después.

—¿Y eso por qué?

Inspiro profundo y afirmo los codos sobre la mesa.

—Cometí un error.

—Tranquila, los profesionales de la salud y los políticos, también cometemos errores. Aunque se espere del mundo que tengamos una conducta intachable.

—Es que… Me acosté con un tipo. Que me mintió. Me dijo que era gay y resulta que al final no lo era.

—Mmmjjj. Eso lo hacen mucho los chicos de hoy.

—No sé qué sucedió, pero quiero tomarla por las dudas.

—¿No lo sabes?

Niego con la cabeza.

Estoy segura que sí.

Pero otra parte de mi está segura que no.

¿Pasó o no pasó?

—N-no—admito.

—Entonces no tomes nada, cielo.

—Es que… ¿Y si luego…?

—Si no sucedió, no pasa nada. Y si sucedió y no lo quieres, lo das en adopción.



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En el texto hay: deseo, millonario, lujuria

Editado: 16.05.2022

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