¿Qué era más doloroso que perder un amor? Saber que está al alcance de la mano pero que no puedes estar con ella. Que no puedes tocarla, besarla, acariciarla o amarla por la seguridad de ambos.
Porque su vida podría ponerse en constante peligro solo por el hecho de estar juntos.
Y esa es mi historia, nuestra historia.
La historia de una chica cerrada respecto a sus sentimientos, que levantaba muros a su alrededor y que era arisca hacia otras personas que no son su familia. Ella estaba llena de secretos y cicatrices que ocultaba perfectamente. Hasta que llego un chico... yo, en concreto. Alguien tan manipulador, egocéntrico y roto que aunque no pareciera, la pudo comprender perfectamente.
La primera vez que nos vimos, ella me odio. ¿Por qué? Porque logre descifrar sus verdaderas intenciones solo con algunas palabras. Que era una mentirosa, que bajo ese disfraz de niña buena se escondía alguien... perverso. Y que era una ladrona. Sin dudarlo me dio un puñetazo y mi interés por ella creció cada vez más mediante nuestros encuentros.
Esa chica tan simple a primera vista, me cautivo por completo. Hizo que mi corazón latiera con tanta fuera que me aterraba, destrozo los muros que había formado a mi alrededor y me sacudió el mundo entero. Y también sé que calé hondo dentro de ella, tan hondo que una parte de ella se rompió cuando nos tuvimos que separar.
Pero no solo una parte de ella, también una mía.
Había intentado seguir adelante, olvidarme de ella para no ir corriendo hasta su casa y besarla. Hacerla mía. Pero era algo imposible y solo el alcohol hacia que la pena se alivie. Por eso ahora me encontraba en un bar, bebiendo una botella de tequila en una esquina oscura, completamente solo. Ya llevaba al menos tres botellas de diferentes cosas cuando alguien toco mi espalda. Me voltee soltando gruñido y por un momento, solo por unos segundos, la imagen de ella apareció delante de mí. Mi corazón empezó a latir con tanta fuerza que lo sentía retumbar en mi pecho, pero esa emoción se fue a la mierda cuando pude verla mejor. Era solamente una chica cualquiera, tenía el cabello largo y negro pero su rostro... su rostro no parecía el de un ángel como ella. Termine soltando un resoplido y volví a voltearme para seguir bebiendo sin prestarle atención.
– ¿Aarón?
Eso me dejo perplejo, que yo supiera nadie de aquí sabia mi nombre. Había llegado hace muy poco y casi no había salido de mi apartamento. Además me había asegurado de cambiar mi nombre y apellido, cosa que no puedan rastrearme. Mis músculos se tensaron y volví a voltearme hasta ella, esta vez con más lentitud y más lúcido. Intentando reconocer el rostro de la chica pero la verdad es que no lo registraba de ningún lado. Básicamente me había escapado de la ciudad, era un fugitivo, por lo que siempre tenía que llevar un arma junto a mí. Lleve mi mano al cinturón de mi pantalón donde estaba pero la chica rápidamente dio un paso hacia atrás subiendo sus manos, había entendido el mensaje.
Aléjate o mueres.
– Oye, eso no es necesario. Solo me mandaron a darte un mensaje.
Miles de cosas pasaron por mi cabeza, la mayoría de esas cosas malas pero la que más resonaba en mi interior, era que mi padre me había encontrado. Seguía con la mano sobre el arma, no me importaba sacarla y disparar pero algo... algo me decía que no lo hiciera, que no necesariamente tenía que ser algo malo. Que quizás había una pequeña esperanza que no todo en esta vida de mierda tenía que ser malo. Pero las posibilidades eran casi nulas. Mire a la chica con intensidad, esperando una respuesta para que no le volara los sesos, ella reacciono y señalo hacia la puerta de salida.
– Alguien te está esperando afuera.
Esto cada vez se ponía peor, mis instintos me gritaban que no tenía que ir pero estaba demasiado ebrio para seguirlos. Quizás ya nada me importaba, porque nada tenía. Solo quería volver a casa y que esto se acabe, pero estaba cansado. Así que me levante y la chica se despidió con un asentimiento de cabeza, luego simplemente se fue. Intente enderezarme lo más que pude y seguí caminando hasta afuera. La noche era lluviosa y fría, demasiado para mi gusto y para que alguien este afuera esperando. Abrí la puerta con lentitud asomándome apenas un poco, pero no se veía nadie realmente, así que termine saliendo del todo.
La noche era oscura pero los faroles iluminaban lo suficiente para poder ver la calle. Di unos pasos más, el agua me empapaba por completo, deslizándose por mi piel y dentro de mi ropa, haciendo que el frio envuelva mi cuerpo. Pero no veía nada. Estaba por volver a entrar cuando una figura me llamo la atención. Estaba apoyada contra un auto negro y parecía que miraba hacia acá. Al principio no podía apreciar bien a la persona parada bajo la lluvia, estaba encapuchada y demasiado abrigada pero parecía ser una mujer. Di unos pasos hacia ella cuando la persona soltó una risa, una que hizo que me paralizara.
– Llueve y tú no eres capaz de traerte un abrigo. Al menos un paraguas, idiota.
Mi respiración era agitada y mis manos temblaban. Mis piernas se habían vuelto de plomo, o al menos así las sentía, por lo que no podía moverme, no podía avanzar ni echarme a correr. Solo podía observarla o al menos a su figura, que se fue aclarando y pude visualizarla mejor, confirmando mis sospechas. Confirmando lo que pensaba y una parte de mí, temía eso.
– No deberías estar aquí...
Ella termino de acercarse y pude ver mejor su rostro, las luces y las sombras jugaban en este. Sus ojos grisáceos con motas celestes, su nariz respingada y sus rasgos delicados, su piel blanca. Y su sonrisa... su maldita y cautivamente sonrisa que podía poner a cualquiera de rodillas. Yo no era le excepción.
– Tú tampoco deberías estar aquí, ambos deberíamos estar en nuestro hogar. Con nuestra familia y no escapando como unos malditos fugitivos. Tampoco deberías estar debajo de la lluvia porque vas a enfermarte.