Mira llevaba un par de días sin poder concentrarse. No podía dejar de pensar en nada que no fuera aquella puerta mágica. Como había decidido bautizarla. Si Mafalda hubiera estado en la Academia le habría preguntado acerca de ello. Era imposible que aquella pequeña enciclopedia con patas no supiera algo al respecto. Sin embargo, de Antía no acaba de fiarse. Tras haberla seguido hasta el viejo torreón estaba segura de que la chica ocultaba algo y, aunque todavía no tenía nada claro, acabaría averiguando que se traía entre manos.
Había intentado averiguar algo más por su cuenta, no podría haber sido de otro modo, pero toda la información que había encontrado se limitaba a hablar sobre la leyenda y poco más. Datos irrelevantes, al menos para Mira, que no eran muy diferentes a los que Bryana le había dado. El problema era que mientras ella se obsesionaba con una maldita puerta el tiempo seguía pasando y sus trabajos estaban sin acabar. Dos días era el tiempo que le quedaba. Un poco menos, si teníamos en cuanta que ya eran las doce de la mañana y los últimos veinte minutos se los había pasado mirando a través de su ventana un campus completamente vacío. Eran muy pocos los estudiantes que se habían quedado FireWall y no gastaban su tiempo helándose bajo el frio de diciembre. La nieve de los últimos días lo había cubierto todo de blanco, aunque unos rayos de sol traicioneros seguían abriéndose hueco con dificultad.
Mira se levantó de repente de su silla envalentonada por una fuerza que no sabría explicar de dónde le venía. Se puso el abrigo del uniforme y se dirigió hacía la casa de los Spinter convencida y decidida por encontrar una explicación real de lo que había visto con sus propios ojos.
Conforme iba acortando el camino que la llevaba hasta la casa su valentía se apaciguaba. Las dudas la invadían. ¿Estaría invadiendo la privacidad de su tutora? ¿Le sentaría mal a la chica que Mira se tomase la libertad de visitar su hogar? Dudas. Que unidas a la falta de relación que la ligaba a Bryana formaban una mezcla insostenible. Había llegado hasta la puerta sin ser a penas consciente pero no llamó. Por el contrario, se dio media vuelta para macharse por donde había venido pero una voz la sorprendió a sus espaldas.
Se volvió lentamente y, cuando lo hizo, sus mejillas se ruborizaron aun más de lo que estaban por el frío. Bemus Spinter la miraba desde el umbral sorprendido, tan sorprendido de verla allí como ella misma.
Ambos se quedaron mirándose, en silencio, Bemus era mucho más guapo vestido sin su peculiar uniforme de Maestre. La camiseta blanca y los vaqueros desgastados le daban un aire de lo más normal que en él resultaba irresistibles. La melena cobriza la llevaba despeinada, como si hubiera estado practicando ejercicio o realizando alguna otra actividad física. Mira era consciente de que llevaba un buen rato sin cerrar la boca, pero no podía remediarlo.
A la chica le costó asimilar la pregunta. ¿Para qué había ido ella hasta allí?
Bemus arqueó una ceja.
Mira se sintió casi aliviada. Mucho mejor si Bryana no estaba en casa porque aquella visita improvisada le empezaba a parecer una pésima idea.
La chica se dio la vuelta para marcharse, agradeciendo a Bemus por la atención, pero antes de que pudiese reanudar el paso el muchacho volvió a dirigirse a ella.
A Mira se le aceleró el corazón.
Bemus señaló un balancín cercano donde Mira tomo asiento con las piernas temblando. En realidad, todo su cuerpo temblaba ante la cercanía de Bemus Spinter. No sabía qué era. Tal vez su condición de Maestre le imponía demasiado respeto, o tal fuera su atractivo. En cualquier caso, Mira dejaba de actuar con normalidad ante la presencia del hermano de Bryana. Y eso le empezaba a parecer demasiado agotador.
Bemus se quedó mirándola de tal forma que Mira pensó que la había descubierto. Pero resultó que solo estaba ordenando sus pensamientos para tener claro lo que debía explicarle a la chica.