El viaje hasta acá fue largo. Constó de cruzar Georgina hasta llegar casi a la frontera con Meylan, la ciudad vecina, y después comenzamos una subida al cerro Clevin, que funciona como guarida a las casas más despampanantes que te podrías imaginar. Si bien mis padres son dueños de una de las mansiones más caras de esta ciudad, no se compara a las propiedades que pueden verse por aquí. Conseguir un terreno en algún punto de este cerro es un lujo que solo pueden tomarse los más adinerados; en cuanto a la tía Sheri, tiene un espacio ''pequeño'', pero con una infraestructura sorprendente.
Su mansión es una oda a la modernidad y creatividad. Está ubicada en un terreno allanado con árboles de un lado y la mejor vista de toda Georgina del otro. Cada habitación es un cuadrado perfecto de distinto tamaño y nivel, que se han juntado en una extraña figura geométrica gigante que parece toda una obra de arte desde afuera. Por dentro, simples escaleras desde los tres hasta los diez escalones te permiten acceder al cuarto al que desees ir. Parece un diseño complicado, mas es realmente simple cuando te pones a pensar en él.
Ahora estamos en su estudio, la sala más grande, ubicada al final de toda la masa de cuadrados que conforman la mansión. Paredes de un blanco inmaculado, suelo de alfombra gris y algo peluda, decenas de armarios, estantes y cajas que deben de estar llenas de los materiales que suele usar, máquinas, mesas con otras herramientas de costura, todo perfectamente ordenado, con etiquetas que indican qué es lo que se encuentra ahí.
El lugar es en sí todo un placer visual. Se nota que Sheri, quien ahora está tomándome las medidas de la cintura, es una amante del orden.
—Niña, qué delgada, ¿comes suficiente? —bromea.
Sheri es más personalidad que persona. Piel morena, cabello tan lacio como una hoja amarrado en una coleta alta, un rostro poderoso, existencia llena de ritmo, frases ingeniosas y una voz que te hace sentarte y escuchar la más mínima cosa que esta mujer quiera decir, sin hablar de su ropa, todo un cuadro bien pintado. Hoy nos complace con una blusa negra sin mangas dentro de una falda larga de cuadros azul marino y naranjas, todo cubierto por un blazer del mismo estampado. Algo que a cualquiera le quedaría fuera de lugar, pero estamos hablando de la tía Sheri. Además, una pequeña pero visible panza de embarazada se asoma desde su ropa.
A pesar de todo el tiempo que tengo sin visitarla, que yo recuerde, más de diez años, es como si su ser fuese inconfundible, pues con solo verla cuando nos recibió en la entrada mi mente se golpeó la frente y se preguntó ''¿cómo no me acordaba de su cara? ¡Es Sheri!''. Lo más extraño es que ella me recibió como si no hubiesen pasado años desde la última vez que me vio.
Habiendo terminado con mis medidas, me pregunta:
—Entonces, ¿qué disfraz tienes en mente? —vuelve a enrollar su cinta.
Mi madre está callada, observando desde el sillón negro de la pared.
—No lo sé, cualquier cosa que sirva para un disfraz a juego con mi novio —me encojo de hombros.
—Uh, ¿quién es el afortunado? —alza las cejas.
Saco mi teléfono del bolsillo de mi jardinera para buscar alguna de las decenas de fotos que tengo de Ian en mi galería. Usualmente al vernos me la paso tomándole fotos cuando no lo nota, cuando lo nota y no quiere que lo haga y, en ocasiones, cuando me deja hacerlo sin más. Le muestro una donde me miró sonriendo sin saber que le tomaba una foto, en la que sale especialmente adorable.
—Linda sonrisa —comenta ella—. ¿Hace cuánto salen?
—Hace un mes y poco más —respondo, sintiendo que han pasado tantas cosas que parece haber sido más tiempo.
—Ojalá un día poder conocerlo.
—Pues estás invitada a mi fiesta el sábado —digo, haciendo que se forme una amplia sonrisa en su rostro—. Estará allí.
—¿Hablas en serio? Qué honor —pone su mano en el pecho—. Digo, no es una alfombra roja, o la fiesta de Halloween de alguna de las Kardashian, pero está bien —dice con sarcasmo, antes de soltar una risa.
Con mis medidas puestas en su libreta junto a las de Ian que, por su ausencia, no serán tan exactas como las mías, acompañamos a mi madre para idear qué disfraz deseo que me haga. Me da un catálogo con ciertas ideas que puedo tomar de base, por lo que junto a mi madre lo vemos y, para ser sincera, ninguno me encanta.
Tal vez porque la mitad de ellos parecen lencería.
—Dios, Sheri, cumplirá 18, no 27 en una noche de pasión —mi madre cierra el catálogo horrorizada.
—¡A su edad Madison me encargo un disfraz de ese catalogo! —se defiende mi tía.
—Pero Miranda no es... ¡¿Qué Madison hizo qué?! —exclama con los ojos bien abiertos.
—Ay, vamos, Day, ¿tú qué crees que ha usado la chica en las fiestas de disfraces a las que ha ido? Ha venido aquí unas cuantas veces —Sheri levanta las manos, indefensa—. Da igual, ese no es el tema. Lo importante es saber que quieres tú —me señala a mí.
—Nada que muestre demasiado, por favor —pienso en Ian—, y que no sea muy ajustado.
Con esa vaga información, ella se pone a rebuscar entre los catálogos que tiene y hasta en los propios bocetos que guarda celosamente en su closet bajo llave. Tiene una decena de cuadernos diferentes para cada tipo de ropa que confecciona, como es de esperarse sabiendo lo amante del orden que es. Al pasar algunos minutos, trae consigo dos catálogos y un cuaderno que en la portada reza ''disfraces juveniles''.
—Tú dices que quieres algo que te guste, ahí no tenemos problemas —dice sentada frente a nosotras de nuevo—, pero tu obstinada madre dice que quiere algo que nadie más tenga la mínima posibilidad de tener, por ello te aconsejo comenzar por mi libro de bocetos —le da toquecitos al susodicho con sus largas uñas azul marino—. Tienen cosas que se me ocurren de repente, o algún disfraz inspirado en un personaje; tiene que haber algo que te guste.