Claire se había ido junto con Ted por más comida. Mientras Anni, Edmon y yo nos quedamos sentados en una banca afuera de la cafetería, fue en ese momento cuando por fin me atreví a recordar lo que nos pasó con los sureños.
—¿Anni, es normal que pasen esas situaciones con los chicos sur? — le pregunto, recordando cómo se aceleró mi corazón en el momento en que nos rodearon esos tipos.
—Sí, jamás me había pasado, pero he escuchado rumores — me dice viendo a todas partes paranoica.
—¿Me estás diciendo que tienen como norma el acoso de chicos hacía chicas? — le pregunto alarmada, ella me silencia con el dedo.
—Creo que estás confundiendo un poco las cosas Nataly — interviene Edmon —. Olvida todo eso de guerra de sexos, en Saint Lincoln eso no existe, aquí las rivalidades siempre se reducen a norte contra sur.
—Lo que dice Ed es cierto, deberías oír las cosas que un grupo de sureñas le han dicho a Edmon —me dice Anni dolida, es algo que no quiere recordar.
—¿Qué? ¿Quién en su sano juicio quisiera hacerle algo a Edmon? — pregunto sorprendida, Edmon avergonzado, niega.
—Tampoco es para tanto — dice, pretendiendo que no le afecta.
—Si, lo fue — dice Anni, la cual empezó a enfadarse —, se volvió un problema terrible, es por eso que hacemos lo posible por pasar desapercibidos, es el mejor mecanismo de defensa — me señala acusadora —. Nataly deberías hacer lo mismo, aléjate lo más posible de los sureños y más si uno se apellida Cacciatore.
Su consejo hace eco en mi cabeza incluso cuando salgo de la escuela. Todo el camino sigo pensando en eso, que pasó por alto en lo que me dirá Fabiola por mi incidente.
Pongo mis esperanzas en que no vaya a enloquecer.
Fabiola enloqueció.
Resultó que mis esperanzas fueron en vano, antes de llegar ya estaba en la puerta junto con Kalia, ambas lucían preocupadas. Al salir le di las gracias a Benedith, el chofer, que aún lucía bastante preocupado por mi golpe.
—¡Por el amor de todos los santos, mi niña! — fue lo primero que exclamó Fabiola asombrada —. Tendrás que contarme parte por parte cómo llegó tu cara en ese estado.
Fabiola junto con las empleadas me llevaron a la cocina de la casa, me sentaron en un taburete, ya tenía el botiquín preparado encima de la mesa.
Kalia entre gimoteos me preguntaba que me había pasado, la pequeña se miraba más afectada que yo.
—Nada linda, fue un accidente con el balón — le dije, aunque no sirvió de mucho, porque seguía teniendo un semblante triste. No sabía que más decir, jamás sé cómo actuar con las personas que lloran.
—Estaba muy asustada Nat, mamá me compró una nueva cámara y me hubiera gustado tomarte fotos, pero ahora dudo que lo quieras hacer...
—Que no te quepa alguna duda Kali, quizás para la noche de brujas — le sugiero, intentando no sonreír por el dolor —, nos podríamos disfrazar, tú y yo, hasta Joseph — digo en un intento por querer unir a estos dos, aunque por la expresión de Kalia supe que era en vano.
—Eww no, solo tú y yo — saca la lengua asqueada.
Fabiola entra con una caja gris de metal bastante grande, la pone sobre la mesa y saca una llave de su muy extravagante llavero, que por cierto parecía tenía como un millón de llaves. Imagino que es por las miles de puertas que hay en la casa.
—No me preguntes por el olor de esta crema, solo sé que me lo agradecerás mañana cuando no te duela la cara cariño — dice enseñándome un ungüento color verde de aspecto bastante desagradable, se pone en frente mía y lo abre —. Sé que se ve horrible y huele aún peor, irás notando como al inicio sientes la piel en llamas.
—¡¡Por Dios Señora Cacciatore, que es eso!! — decir que el olor es desagradable es un simple piropo, esta cosa huele a desagüe. Kalia que está a mi lado, comienza a tener arcadas, la única que luce inmutable es Fabiola.
—Nataly que te dije sobre llamarme señora, dime Fabi — me regaña —, y en cuanto al remedio no lo quieres saber — se pone un guante de látex, agarra el ungüento y me lo coloca en toda la mejilla lastimada —. Kalia cariño no quiero vómitos en mi cocina sino tú tendrás que limpiarlo.
La mujer no exageraba sobre lo que sentía, siento como toda mi mejilla estuviera sobre una plancha caliente —. ¡Seño... Fabi esto me quema! — aulló adolorida, estoy por ir al lavadero, pero Fabiola me lo impide.
—No oses en hacer eso Nataly, me ofendería demasiado y tendría que volver a ponértelo. La sensación dura unos segundos, después reposarás unos cinco minutos — dice adoptando un todo más rígido.
—¿Qué es? — le hago la pregunta más obvia.
—Que te dije sobre esa pregunta Nataly... y ni se te ocurra averiguarlo, ya sabes ese dicho de "la curiosidad mató al gato".
—Acaso es ilegal en el país — le digo bromeando.
—Tienes una mente bastante fantasiosa, pero esto lo digo por tu bien — enrosca el ungüento y lo mete a la caja —. En todo caso quiero pedirte un favor, ve al tercer piso y déjale esta caja, a Violet le agradeces y te vas.
—Está segura, su esposo me prohibió subir a ese piso...
—Querida, no hay necesidad que mi esposo se entere de esto, no es como que la fuéramos a invitar a merendar.
La sola idea de subir no me asustaba tanto como la idea de que Alfonso se enterara. Esperaba que Fabiola fuera discreta y no me metiera en problemas.
—Entendido — le digo resignada, tomo la caja y me dirijo al tercer piso.
De los dos meses que llevaba aquí, solo tres veces había visto a la anciana. El día que nos mudamos, la segunda vez fue cuando salió de la casa un sábado en la mañana. Y la tercera fue hace una semana, cuando salió de la oficina de Alfonso, al parecer habían tenido una discusión, por obvias razones no me iba a meter
Para subir al tercer piso tenía que pasar por el vestíbulo donde siempre se mantenía el personal de seguridad. Por suerte eran muy discretos, casi no notábamos su presencia en la casa. Al llegar a su habitación no sabía si tocar y dejar la caja en el suelo o esperar y dársela yo misma, me incliné por la segunda. Se demoró un poco en abrir la puerta, su expresión es de sorpresa, está claro que no me esperaba.