Son las tres de la tarde cuando me dirijo al polideportivo, donde quedé con Janice. Me cambié el uniforme y me puse el de educación física. Tomó asiento en el graderío a esperarla e intentó enfocar mis pensamientos en Janice y no en la conversación que tuve con Skandar. Por suerte después de eso, todo estuvo normal y sin conversaciones incómodas.
Los pasos de Janice es lo primero que escuchó, viene hacia mí con una valija y su silbato de siempre.
—Entrenadora... — me pongo de pie.
—Silencio, que no tenemos tiempo — tira al suelo la valija —, después de ver esa cantidad de golpes en tu cara, cuello, como te caíste frente a todos en el entrenamiento, las burlas y miradas despectivas de muchos hacia ti, una cosa llegó a mi mente. Lo patética que te mirabas.
Su derroche de sinceridad me deja sin palabras.
—No me lo agradezcas ahora — continúa —, agradécelo cuando por fin seas autosuficiente para defenderte.
—¿Qué es lo que a vamos hacer? — pregunto pensando en lo peor.
—Te voy a enseñar a defenderte, en lo físico.
—¿Me va a enseñar a boxear? — le pregunto, recordando que en su auto había unos guantes de boxeo.
—Te voy a enseñar defensa personal niña.
—Mi nombre es Nataly, tengo casi diecisiete años, no soy una niña — estallo, ya tengo suficiente con que Violet me llame así.
—El día que le revientes la cara a Barns... — dejo de escucharla pensando en como se enteró de mi ataque.
—¿Cómo lo supo? — cierro los ojos sintiéndome impotente.
—Tengo mis contactos niña.
—¡Ya no me diga niña!
—Repito, el día que le revientes la cara a Barns, el día que te dejen de ver como una cucaracha a la cual aplastar — abre más sus ojos —, ese día tendrás mi respeto, ese día dejaras de ser una niña.
—Tan solo son sureños, es así cómo se comportan aquí. ¿Por qué el alboroto?
—¿Sureños? No sólo son solo ellos, a muchos norteños no les agrada tu llegada, tu relación con el jefe — me señala mi cuello.
Sus palabras me dejan helada por lo certeras que son.
Sí, el desagrado del norte aún no había sido evidente, hasta ayer. Bardi y Barns si son parecidas en una cosa, no les agrado. O al menos eso fue lo que dejaron a entrever y es un hecho que tengo pocos amigos aquí. Mi único aliado fiel es mi hermano. De alguna forma, el ciclo se vuelve a repetir, pero esta vez estaré preparada, o al menos, lo intentaré.
—¿Por qué me está ayudando? — le preguntó tras unos tensos segundos, me doy cuenta de que no sé esperaba mi pregunta. Su mirada, aunque intenta ser dura, por fin deja ver otra cosa, melancolía.
—Porque me recuerdas a alguien — sus palabras parecen sinceras —, y porque puedo, ahora basta de rodeos — me dice volviendo a su ruda forma de ser. — ¡A empezar!
—Está bien, como procedemos — me acerco al centro de la cancha —, me gustaría aprender a dar patadas, vi Karate Kid muchas veces y...
—No tan rápido — me interrumpe —, primero es calentamiento, luego repetición de movimientos, y cuando note que estés lista, empezaremos con los rounds.
—¿Cuánto tiempo me llevará eso? — pregunto un poco desesperada.
—El que tu esfuerzo dicte — concluye antes de comenzar con el entrenamiento.
Cuando llego a casa estoy exhausta, que no soy capaz ni de almorzar solo me dirijo a saludar a mi hermano. El cual está por lo que logró deducir, haciendo tarea de matemática.
—Holitas — le digo y como siempre me fulmina por mi vocabulario —, oh, espera contigo es muy buenas tardes señor Sanderson.
—Con un hola me conformo — me dice, sonando frustrado.
—¿Qué te pasa? — le pregunto, pensando en que debe tener lo mismo que Kalia —, algo anda mal verdad.
Su respuesta es un encogimiento de hombros.
—Joseph...
—Nada Nati, nada — lo miro preocupada, cuando me llama Nati, es porque está triste.
—Fue en la escuela, verdad — deduzco, él se voltea luciendo molesto y triste al mismo tiempo. Nos conocemos tan bien, que hasta sabemos cómo se siente el otro por nuestras manías.
—Fueron algunos alumnos — mi cara se descompone.
—¿Qué? — Preguntó indignada. — ¿Por qué? ¿Quiénes son los...?
—Unos chicos, se burlan de mí porqué me odian — se encoge de hombros —, creo llegar a varias conclusiones, odian a los nuevos o me envidian por mi inteligencia.
Me quedo pasmada por sus palabras, y por lo similares de nuestras situaciones. Eso me preocupa demasiado, sé que mi hermano no es alguien débil, pero no puedo evitar sentirme protectora cuando se trata de él.
—Tal vez es la segunda — le digo para no alarmarlo —, puedes resultar intimidante a veces.
—No lo creo, aunque tampoco lo descarto — deja lo que está haciendo y se sienta en su cama —. Nataly, supongo que no nos quieren por nuestra condición.
—¿Cuál condición? — Su tono decepcionado me asusta, no suele hablar de esa manera a menudo, y cuando lo hace es porque las cosas no van bien.
—Huérfanos, adoptados, quizás nos ven como intrusos en su territorio — me dice, pero solo puedo pensar en cómo me incluye en sus palabras. Como si diera por hecho que a mí me sucede lo mismo, y como siempre él está en lo correcto.
—Son unos paranoicos y envidiosos, tú y yo somos unas mansas palomas — le sonrió, no quiero pensar en los supuestos chismes sobre mí.
—No, son unos clasistas — dice sin reírse de mi broma, luego algo cambia en su mirada —, pero lo que ellos no saben es que algún día ellos trabajaran para nosotros. Que tú y yo dejaremos por alto nuestro apellido y que dominaremos el mundo — me dice sonando muy apasionado.
—Ah sí, y cuéntame, ¿cómo lo haremos? — le pregunto siguiéndole el rollo.
—Aún lo estoy planificando — me dice sonando bastante convencido —, no van a pasar por encima de nosotros.
—Bien, me gusta la idea de ser mantenida — bromeó con él, por suerte sabe que no lo digo en serio.
—Algún día, después de unos cuantos años de arduo trabajo lo serás, nos daremos la vida que merecemos — lo tomó de la mano y le doy un abrazo, la consolación viene de ambas vías, como siempre lo ha sido.