— ¿Nataly te puedo hacer una pregunta? — pregunta Skandar cauteloso.
Para mi buena o mala suerte (últimamente ya no sé cómo definirlo) nos topamos de camino, pensé que iba a ignorarme, al contrario, me saludó y decidió caminar a mi lado.
—Ya la hiciste — le respondo mientras subimos las gradas que dan a la biblioteca.
—¿Te puedo hacer dos preguntas? — Vuelve a intentar.
—Lo volviste a hacer...
—Sabes no me importa, te lo preguntaré de una vez — dice interrumpiendo. — ¿Recuerdas lo que pasó en la joyería?
—Cómo olvidarlo — le digo cínica.
—¿Por qué sabes forzar cerraduras? — Me cuestiona entrecerrando los ojos.
—¿A qué viene esa pregunta? — dirijo mi mirada al suelo.
No toques este tema, por favor, todo menos eso.
—Curiosidad — puedo sentir su mirada y eso me obliga a enderezarme —, no es muy común que alguien sepa esos trucos.
—Justo lo acabas de decir, lo sé por curiosidad — le digo animada, no quiero que note mi cambio de humor repentino —, lo puedes buscar en internet.
—Sí, pero para ello debe de haber una razón — entramos a la biblioteca, él me pide que lo espere un momento mientras se dirige con la bibliotecaria —. ¡Vicky!
—Señor Cacciatore — le dice la mujer, muy emocionada.
—¿Cómo ha estado? — le pregunta muy interesado, lo más extraño es que Vicky no luce para nada nerviosa, al contrario, se le ve muy cómoda —, escuche lo de tu esposo, lo siento mucho...
—Él está muy bien, gracias por siempre estar al pendiente muchacho — él se acerca un poco más a su escritorio.
Ambos empiezan a entablar una conversación bastante amigable, Skandar luce demasiado interesado con la vida de la mujer. Siento una extraña familiaridad, vi una escena parecida cuando me llevó a la enfermería. Y conocía su trato con los profesores, al parecer prefiere al personal que a los mismos alumnos.
Skandar termina su conversación con Vicky segundo después, y por fin entramos a la ya no tan desastrosa bodega. Hemos estado tomando con calma el trabajo, aunque aún no nos han dicho cuándo concluye el castigo. Sabemos que será tarea imposible terminar de hacerlo todo.
—¿Y qué otros trucos poco éticos sabe hacer, señorita Sanderson? — Pregunta retomando ese odioso tema.
Invadir propiedad privada, robar, engañar a las autoridades y a un vecindario entero. Cosas normales.
—No creo que poder abrir candados sea poco ético — respondo acomodando mis ideas.
—Eso depende de cuáles candados — señala sentándose en un banco —, el que pretendías abrir aquel día en Brooklyn lo era.
—Sí, lo recuerdo muy bien, sobre todo porque tú me obligaste — le recuerdo —, y me costó un poco caro -- al decir eso Skandar ensombrece su expresión.
— Hablando de eso... permíteme darte un consejo Nataly.
—¿Qué clase de consejo? — Pregunto sospechosa.
—Uno esencial para alguien como tú — su comportamiento rígido aún no ha cambiado.
—Oh no — susurro preocupada —, otra vez intentarás convencerme de no ir a la asamblea, o crees que es mejor que sirva bebidas en lugar de bailar, me pondrás de alfombra mientras tú pasas frente a la prensa — suelto recordando sus hirientes palabras de hace días.
—A veces pienso que preparas un guion para decir tanta estupidez — me responde sonando más sarcástico —, un consejo extra, la mayoría de veces los oídos son más importantes que la boca. No te meten en líos y créeme es mucho más funcional — su tono se vuelve más duro.
—Bien, te escucho — le respondo conformista.
—Nataly, con respecto a tu no tan agradable encuentro con la gente de Saint Lincoln — frunzo el ceño molesta, algo que nota porque agrega —, y espero no estar entre ellos.
—Eres el primero en el que pensé.
—Bueno, eso me sucede con frecuencia, vivo en la cabeza de muchas personas.
—Así que ese es tu grandioso consejo — interrumpo —, wow, a lado de Dante ya no luces tan inteligente.
—No, ese no es el consejo y no me compares con ese ser humano por favor — me responde ofendido, aunque es obvio que está exagerando.
—Lo haré si vas al grano de una vez por todas — concluyó acercándome a él.
—Nataly, no todos merecen recibir empatía ni tu indiferencia, a veces es bueno hacer excepciones.
—¿A qué viene todo eso? — pregunto seria —, a como ignoro los ataques de los chicos aquí, a como nunca me defiendo. ¿De eso hablas?
—Sí— recuesta su cabeza en su mano —, no siempre es recomendable que ignores esos ataques.
—¿Y entonces qué debería hacer? — le pregunto.
—No bajes la guardia, nunca — me aconseja serio —, y mucho menos aquí, mantén siempre la calma y no hagas espectáculos, pero jamás te tomes la libertad de confiarte.
—Debes tener mucha experiencia — ironizó recostándome al filo de la mesa y quedando a su lado, he ido tomando confianza cuando estoy con él —. ¿Qué harías tú en mi caso?
—Tú no quieres saber eso — su respuesta me hace palidecer —, no pongas esa cara, porque por esa cosa que no quiero decirte, es que jamás me ha vuelto a suceder algo parecido.
—Si claro, ahora resulta que fuiste acosado — le digo, sin creérmelo —, eres un Cacciatore, eres intocable.
—Precisamente por eso es que soy más vulnerable que todos aquí — responde sagaz —, y ahora tú, heredera del norte, eres parte de ese paquete — me señala con un dedo.
—Entonces pretendes que los rete, que me defienda — eso ya no sería un gran problema, con las lecciones de Janice hubiera podido quitarme a Cressida de encima, de no ser por mi estado de shock y que iba acompañada por sus secuaces.
—No, eso sí sería estúpido, además, deje claro que nada de espectáculos — se endereza el saco del uniforme —, ya no volverá a suceder.
—Sí, eso me dijiste cuando Cressida casi me deja sin oxígeno – le recuerdo recostándome en el mueble de la compuerta —, y tiempo después me amenazó e incendio mis cosas junto con tus amigos, que casualidad...
—¿Qué estás insinuando Nataly? — me dice nada alterado mientras se baja del banco y se pone frente de mí, no me tenso, pero si me toma por sorpresa su cercanía —. ¿Qué fui yo el que quemó tus libros? ¿Qué ordenó a Cressida la amenaza?