—¿Es correcto sentir empatía por alguien que te ha tratado mal? — la pregunta sale por sí sola. Fabiola, que estaba demasiado concentrada leyendo esa revista de chismes muy popular en la ciudad llamada GElite, me voltea a ver confundida.
Ambas estamos sentadas en la mesa de campo, en el patio trasero. Una oleada de calor golpeó a Nueva York y eso la motivó a preparar limonada y bocados. Joseph y Kalia se habían retado a una competencia de voleibol, si ambos les gustaban ver perder al otro con mucho fervor. Así que mientras los niños compiten a muerte, Fabi y yo nos tomamos una limonada y nos relajamos leyendo un poco.
—La verdadera pregunta es — empieza bajando la pantalla de su laptop —. ¿Por qué me estás preguntando eso?
—Bueno, en realidad comencé a ver una telenovela en internet — le miento, tratando que mi historia suene creíble —, es turca...
—¿Qué? — exclamó soltando una carcajada —, pero si eres una devota del drama, no te consideraba de esas.
—Aunque no lo creas son entretenidas — le contesto a la defensiva —, y muy reflexivas.
—Me imagino que te entretienes mucho, y reflexionas también — dice complaciente —, sobre todo viendo a los turcos.
Bueno, eso tampoco lo iba a negar.
—Pues son muy buenos actores...
Se hace para atrás soltando una carcajada aún más fuerte.
—Sí, lo mismo decía yo cuando vi Karate Kid, que Ralph Macchio era un excelente actor — su tono sarcástico me hace sentir más avergonzada.
Con Fabiola no había tenido la confianza suficiente para hablar de chicos, y con el único con el que tenía... algo me detenía aún más de hacerlo. Es mejor que no sepa que me gusta un poco el hijo de su familia enemiga.
—Pero sígueme contando cariño, quiero saber sobre esa novela turca — cierro los ojos tratando de recordar esa trama inventada, gracias Fabi por tu oportuna intervención.
—Bien, pero no te rías, me desconcentras — le pido suplicante.
—Claro, prefiero que te desconcentres con los turcos — aplana los labios ocultando su sonrisa.
Pobre Kalia, cuando la chica se enamore, Fabiola le hará la vida imposible a la pequeña y aún más a su novio.
—Mjm — murmuró aceptando sus palabras —, en la novela había un chico nuevo en la escuela — empiezo a relatar —, y era un nerd. Por otro lado, esté chico tenía dos compañeros, una chica y un chico que le hacían la vida imposible. Una vez le quemaron su tarea, en otra lo humillaron pegando una foto de su cara con la de un cerdo y...
—¡Qué hijos de puta! — su expresión me para en seco. Es la primera vez que la oigo maldecir, pero al verla no luce para nada avergonzada —. No me hagas esa cara cariño, solo estoy reaccionando a tu relato, termina de contar, no me dejes a secas — me hace un ademán para que siga.
Asiento —, el par de acosadores casi siempre se salían con la suya. Hasta que un día el director los descubrió — la miro para ver si me quiere comentar algo, pero sus labios están sellados. — Los mandaron a citar junto con el chico acosado. Tras muchas discusiones dejaron que esté fuera el que dictara su castigo.
—Por Dios, qué elección más estúpida — está vez si interviene —, que va a poder hacer el pobre chico. Esa clase de cosas se dejan en manos adultas, pero, en fin, me imagino que tú piensas de manera diferente.
—En parte si — digo dudosa —, la elección del chico acosado es la que me tiene consternada. Después de haber sufrido abusos, el chico en lugar de divertirse con una venganza bien merecida, solo pidió que los llevaran a ambos a terapia.
—¡Qué! — reacciona de nuevo Fabiola —. Teniendo en manos una tremenda decisión y eso es lo que hace — se recuesta en su silla —, con lo que me hubiera divertido yo en su posición.
Me río.
—Y que lo digas — agregó —, yo los hubiera puesto a limpiar los pisos de toda la escuela, sin trapeador, solo con un trapo y sus manos — le digo mientras me imagino la escena.
—Pues yo los hubiera enviado directito a la cocina — me contesta Fabiola después de tomar un trago de limonada —, a lavar todos los platos con un cepillo de dientes de bebés.
—Fabi, el tuyo es aún peor — le digo sorprendida.
—Claro que no — niega —, es aún mejor — cruza una pierna —, pero cuéntame, a qué viene esa pregunta del principio.
—Pues, lo deja claro — me encojo de hombros —, cuando por fin se pudo desquitar, decidió ser misericordioso y... — pienso en cómo formular lo último —. Su decisión fue la correcta, lo entiendo — resoplo —, me asustó tanto saber que yo ni por asomo hubiera actuado de esa manera.
—¿Qué quieres decir con eso? — me pregunta preocupada —, qué te asustaste de ti misma.
—Que no soy una buena persona — concluyó.
—Cariño, si se hiciera un sondeo de las mejores personas en el mundo — me tomó de la mano —. ¿Sabes cuántas personas estarían en el top diez?
Niego.
—Ninguna, dudo que ese top pudiera llenar siquiera tres — se ríe por lo bajo. — No sientas pena por haber tenido esos pensamientos, es natural.
Después de la conversación con Skandar cualquiera pensaría que me quedé hipnotizada por él. Pero no.
Todos y cada uno de mis pensamientos iban directos hacia ese par de chicas. Claro que era normal solo enfocarme en las cosas que me habían hecho. Porque no he visto nada de bondad en ambas. Y después de lo que Skandar me dijo, a pesar de los horrores que ambas estaban viviendo, yo no podía sentir ni una pizca de empatía por ambas.
Eso me aterraba.
¿Acaso soy un monstruo por pensar así?
—¿Tú crees?
—Claro, acabamos de tener una conversación sobre lo que les haríamos a esos demonios — me recuerda —, parte de tu humanidad es hacer lo que crees debes hacer por tu bien, y no necesariamente tiene que ser lo correcto.
—¿No es eso egoísmo? — le cuestiono —, en cualquier caso, te pueden condenar por pensar así.
—Nataly, vives en un mundo cruel y lleno de monstruos con rostros humanos — prosigue —, si una persona te condena por cualquier acto inmoral, te apuesto a que esa misma persona ha cometido o pensado en cometer ese acto por lo menos una vez.