La recepcionista no me responde, levanta el teclado de su computadora y saca un pase. Me lo entrega, un poco insegura se lo recibo. La tarjeta me permite acceder a los elevadores, lo paso sin problema. Por suerte lo desolado no solo es en el vestíbulo, el elevador baja al segundo en que presiono el botón.
Resopló antes de que se abran las puertas, una vez entre ya no podré permitirme regresar.
Doy dos pasos y de nuevo actuó sin pensar, presiono el número once, no espero que las puertas se cierren en automático, sino que impaciente, presiono el botón para que se cierren. Me recuesto en una de las paredes y espero. Espero. Espero. Espero.
Tin tin.
El sonido del elevador me anuncia que ya llegué a mi destino.
Salgo para encontrarme un pasillo alfombrado de frente. Todo está iluminado, sin embargo, no hay ni un alma. Todas las puertas están cerradas, y no se escucha ni una voz. Doy unos pocos pasos para poder buscar a Skandar, pero no se encuentra por ninguna parte. Además, hay muchos pasillos y son bastante largos.
¿En dónde está este idiota?
Me comienzo a inquietar por ser la única persona parada aquí.
¿Y si es una trampa de Skandar? Acabo de caer redondita.
Muchos escenarios comienzan a pasar por mi cabeza, ninguno me gusta. Con el corazón acelerado y mis extremidades temblando, me doy media vuelta justo cuando el elevador se está volviendo a abrir.
Como si el mundo escuchará mis plegarias, Skandar está justo frente a mí con una canasta en su mano derecha. Al principio me ve con una sonrisa, hasta que se da cuenta de mi estado, su sonrisa y sus cejas caen.
—¿Estás bien? — me pregunta apresurado, sale antes de que las puertas se cierren, tengo que retroceder para no chocarme con él. — Te ves... mal — me dice tratando de encontrar una descripción ajustable.
En lugar de contestarle le echo un vistazo, su brazo izquierdo también está ocupado. A pesar del clima decidió quitarse su saco y ahora está colgado en su brazo. En la canasta me sorprende ver que lleva una botella de vino y dos copas, además de unas frituras.
—¿Eso es para mí? — le preguntó insegura.
—Para nosotros — me responde —, a menos que quieras acabar tu sola con la botella, en ese caso voy por otra de una vez — me sonríe nervioso.
—¡No para nada! — niego repetidas veces —, puedes tomarla, yo apenas y tomó — intento reír para aligerar el ambiente, pero nada más me sale un resoplido.
Se pone serio.
—¿Qué te pasa Nataly? — me vuelve a preguntar frunciendo el ceño —, y lo digo en serio, hace apenas una hora estabas normal.
Cómo responderle cuando ni siquiera yo sé que rayos me sucedió. Creo que la conversación con Bardi y el quedar un gran momento a solas hizo que mi paranoia y pensamientos carcomieran mi tranquilidad.
—No lo sé, creo que me angustie porque no había nadie y... — hago una pausa —, tú no te aparecías por ninguna parte — paso mis manos por mis brazos debido al frío del aire acondicionado —. Me asusté, pensé que me habías tendido una trampa...
—¿Qué? — exclama extrañado.
—Sé que suena ridículo, pero no estabas, y me asuste...
—¿A cuenta de que te tendería una trampa? — me pregunta ofendido —, te aseguro que si alguien nos ve, no solo tú saldrías perdiendo.
—Lo sé, estaba paranoica — me excuso con rapidez —, no estaba pensando con claridad y... tienes razón — admito avergonzada.
—Relájate, si no has confiado en mí en alguna ocasión, te pido que ahora sí lo hagas — me dice en casi una súplica —, no quiero incomodarte.
—No me incomodas — le aseguro y resoplo.
—A como estabas abajo, creo que aquí la pasaras mejor — levanta la canasta.
Sonrío.
—No soy fan del vino, pero puedo probarlo...
—No solo me refería al vino — se mueve a un lado y me ofrece su mano —, bella dama, le gustaría hacerme compañía, la verdad es que he estado solo toda la noche — utiliza un tono demasiado rústico al hablar, incluso se inclina, como haciendo reverencia.
—Me encantaría, pero primero díganme a donde me planea llevar — pregunto siguiendo con el tono de la conversación —, sigo un poco desconfiada, para ser sincera.
—Decírtelo arruinaría la sorpresa Nataly — me dice antes de tomar mi mano, es claro que se cansó de esperar —, ven, que no caminaremos mucho.
—Con gusto — cedo de buen humor.
—Solo una cosa — me dice dejando de caminar después de un par de pasos —, ¿te parece muy cliché que pase mi saco por tus hombros?
—No — le digo confusa por su pregunta —, ¿por qué lo preguntas?
—Desde aquí puedo escuchar el castañear de tus dientes — me dice dejando la canasta en el suelo y dirigiéndose detrás de mí —, debes saber que jamás he hecho esto, así que no sé si me veo muy cursi, estúpido o irresistible.
Me rio de su forma de hablar, pocas veces se le oye tan inseguro.
—Me inclino por la primera — le digo para molestarlo, siento como pasa sus manos por mis brazos, las desliza de abajo hacia arriba, se me erizan los vellos. Las deja por unos segundos en mis hombros y suelta el saco en ellos. La prenda huele a su perfume, no me pongo en evidencia cuando lo huelo, para no verme extraña.
—¿En serio? — me dice en un susurro detrás de mí, puedo sentir su aliento en mi cuello —, bueno, me conformo con que no sea la segunda, aunque guardaba la esperanza de que escogieras la tercera.
—Bueno, puedo cambiar de opinión aún — dejo de hablar cuando siento sus labios en mi cuello.
—¿Ah sí? — me pregunta después de repasar su nariz por donde nace mi espalda —. ¿Y cómo?
—Llévame a donde tenías planeado — suelto desconociendo mi voz y mis intenciones. Skandar parece haber sentido lo mismo, porque para y se pone frente a mí. No luce extrañado ni nervioso, al contrario, parece estar disfrutando de esta situación, de mi cambiante estado de humor.
—No te impacientes Tella — me levanta el mentón —, que la noche es larga.
Recoge la canasta y sin pedirlo me toma de la mano y me lleva a donde tenía planeado.