Era un sábado por la mañana hasta donde recordaba, me arrepentía de haber dejado la puerta del balcón abierta pero esa noche no quiso encender el aire acondicionado, menuda porquería.
Sobre la mesa de noche el reloj digital marcaba las ocho y quince en número blancos, gruñí por lo bajo deseando haber podido descansar un poco más pero lo único que conseguí fue terminar de despertar el resto de mi cuerpo. Acabé metiéndome al baño a regañadientes, después quince minutos con la rutina matutina cumplida salí hacia el armario y me vestí con un pantalón corto deportivo.
Me miré al espejo y divisé lo que imaginaba, tenía ojeras bajo los ojos gracias a pasadas noches en vela, el cabello me había crecido un poco más y la falta de sol en mi piel era evidente, pasaba por vagabundo, sin embargo la complexión atlética que poseía daba algún que otro chispazo de decencia.
Nunca se me pasó por la cabeza que iba a suceder aquello. Siempre llegaba ella en su auto con una sonrisa, su mirada grisácea derrochaba fiereza y picardía, su forma de ser tan extrovertida e independiente llamaba la atención, su cuerpo curvilíneo y ligeramente voluptuoso incitaba al pecado y como si no fuera suficiente tenía el poder de hacerme caer en una especie de trance cuando la besaba. Tenía un carácter pasivo-agresivo, uno que al principio resultaba verdaderamente intrigante pero que al final no era más que la cortina que ocultaba a la verdadera Emilia, esa egoísta que sabía como manipular y actuar hasta la cosa más pequeña.
Esa Emilia que en tan solo un día, destruyó nueve meses.
Instintivamente apretaba los puños y tensaba la mandíbula en busca de control, la herida en mi muñeca pedía atención conforme aplicaba más fuerza. Del cajón de la mesa de noche tomé una tableta de goma de mascar y la llevé a la boca, traté la herida para después ocultarla con una muñequera deportiva. A mis padres les sería difícil darse cuenta, con Tomasso no tanto, luego inventaría algo.
En un intento de distracción me quedé en silencio e intenté ver la televisión, pero no fue de mucha ayuda, miré los rincones de mi habitación y no había nada que
Al otro lado de la calle se escuchaban los ladridos de la bola de pelos de los Minelli, no hacía falta asomarse mucho por la ventana para divisar a la hija mayor jugando con su mascota mientras que justo frente a mi balcón está el de la menor donde yacía ella sentada sobre la cama concentrada en sus cosas. "La sensual cobriza del balcón" la llamaba mi amigo Luka, cuando venía de visita y la veía en alguna de sus sesiones de bronceado o acostada boca abajo sobre la cama en su computadora, no perdía la oportunidad y se la comía con los ojos, cada que veía a una fémina que le resultaba atractiva era lo mismo.
—Pero buenas tetas que tiene, Gio —decía Luka mientras recargaba su peso en una de las paredes cercanas al balcón—. ¿Ya viste el rostro de ángel que tiene? No es por nada pero la tendría...
—Ahí está el baño, acosador —interrumpí sin apartar la vista del televisor —. No hagas mucho ruido y deja todo impecable cuando termines, si no es mucho pedir.
—Como si yo fuera el único que nota lo buena que está —rodó los ojos mi amigo, en un intento de convencerme —. ¡Vamos! Solo una mirada tuya y la tendrás a tu merced.
—Sabes que estoy con Emilia y, no soy tú —repetí por enésima vez ganándome en consecuencia su mirada despectiva la cual ignoré —. Si tanto la quieres en tus sábanas ¿Qué te detiene?
—Que desperdicio, con tus ojos tendrías media Italia aquí dentro —escuché como bufó por lo bajo y continuó con su labor.
No hice más que restarle importancia y reanudar la película que estaba viendo.
Eso fue hacía seis meses, Luka vivía a dos conjuntos más adelante y era usual su presencia en mi casa, sin embargo esta vez no vendría hasta mediodía. Por mera curiosidad me asomé nuevamente a la ventana de la menor, estaba de pie asomada por el balcón como de costumbre, se había cambiado de ropa y cargaba el cabello amarrado, admiraba con una sonrisa como todavía la hija mayor jugaba con su perro y tomaba el Sol.
Era la primera vez que la observaba como tal.
De aquí aparentaba tener un metro sesenta y seis, de contextura mediana y piel clara que a comparación con la mía yo seguiría necesitando una de esas tardes de sol. Llevaba un blusa de tirantes negra, dejando apreciar el voluptuoso pecho que tenía sin llegar a ser vulgar y curvas que no me imaginaba que tenía a esa edad; el short que vestía daba una mejor imagen de sus piernas, formadas, rellenas y probablemente ejercitadas a diario.
El color de sus ojos no se distinguía a la distancia en la que estaba, tenía una nariz fina y recta del tamaño adecuado para su rostro y sus labios -que parecían estar pintados ligeramente de rojo- formaban una especie de corazón en su curvatura superior, sin ser exageradamente carnosos.
Era muy linda a decir verdad, Luka no se equivocaba al decir que su rostro parecía angelical y apostaba que con una sola mirada podía cautivar a cualquiera.
Aún estaba ahí estudiándola, pero los pequeños e insistentes toques a la puerta de Zinevra rompieron la burbuja y el silencio en el que hasta hacía segundos estaba sumido. Ahí estaba ella con la bandeja del desayuno sobre sus manos.
—Buenos días, joven Giovanni —dijo con su habitual tono maternal y amable, sin embargo su semblante cambió al ver mi expresión —. ¿Se encuentra bien?
—Sí, Zinevra, gracias por la comida —zanjé esbozando una sonrisa fingida.
La mujer de edad cercana a mi madre asintió no muy convencida pero igualmente se retiró, di otra mirada de soslayo a la casa vecina pero la chica no estaba ahí. Terminé el desayuno en silencio, me terminé de vestir con una camiseta roja vino y tomé el celular con los manos libres antes de salir directamente al exterior e iniciar mi trote despreocupado.
Pero nada más hizo falta eso para que los recuerdos de la chica apuntando con recelo la navaja hacia mi a la defensiva y la sangre brotando de sus piernas me revolvía el estómago, la melodía proveniente de los audífonos nada más era un eco en mi cabeza mientras la imaginaba llorando, en busca de clemencia y paz a través de tortura, engaños provocados por ella misma y la actitud psicótica que más tarde demostró a terceros.