Mirada Rota

07.- Demonios

Ella.

Su cuerpo quedó paralizado y su mirada verdusca representaba horror ¿Cómo no? Si la imagen de una persona que se corta no es muy bien vista. Pero ¿Qué sabía ella? Nadie más que yo sabía como liberaba toda la presión que tenía sobre los hombros, nadie más que yo sabía como tratar mi estado sin ningún fármaco que probablemente me trajera efectos secundarios, nadie más que yo sabía en que lucha batallaba diariamente.

¿Qué sabía ella acerca de batallas internas?

Tan solo saber que una niña de dieciséis años supiera mi secreto, me dejaba un mal sabor de boca, uno que conllevaría encuentros semanales con un psiquiatra y la perjudicada imagen del apellido Rizzo en el foro público. Me estresaba verla así fuera de refilón, me concentraba en los exámenes que estaban por venir, los entrenamientos de baloncesto y tenía toda mi fe puesta en el voto de silencio de una alumna de secundaria.

Una grosera y egocéntrica que no hacía más que broncearse en su balcón. Me preguntaba ¿Cómo un rostro tan bonito e inocente podía albergar tal personalidad? ¡Iluso el que crea que Minelli era agradable! Hipócrita era un mejor adjetivo.

Verla llorar me estrujó el corazón, apenas llegaba de casa de Luka y la imagen de su rostro empapado en lágrimas fue lo primero que divisé al abrir la puerta del balcón. Aceptaba que tal vez su problema no era de mi incumbencia, pero tampoco era razón para ignorarme y ser lo suficientemente egoísta como para dejarme ahí con la buena disposición en la puerta.

El karma se encargaría de ella tarde o temprano.

Pero nada más verla el mismo día con su bola de pelos en manos, mientras que yo hacía el intento de ocultar la sangre que derramaba se me hacía una batalla perdida, la chica parecía haber presenciado un asesinato a sangre fría conforme sus ojos se paseaban por mis manos y mi rostro.

Me sentí invadido, que a pesar de haberme comportado como un patán sentía como los latidos de mi corazón se aceleraban y el miedo a ser expuesto me invadían instantáneamente. Mis problemas no eran algo que quería afrontar ahora ni tampoco algo que le importe a alguien como ella, mi familia tuvo suficiente con el asunto de Emilia, no era justo generar más estrés en casa.

Recién terminaba el entrenamiento, Luka y yo conversábamos mientras terminábamos de vestirnos. Olvidé ponerme la venda, pero la muñequera deportiva tapaba lo necesario.

— ¡Eh, chicos! —llamó Massimo, el pívot del equipo —. Esta noche, fiesta en mi casa ¿Vienen?

—Dalo por hecho —se apresuró Luka con una sonrisa chocando conmigo amistosamente,

—Nos vemos entonces —asintió Massimo y abandonó el vestidor.

En cambio, yo desmenuzaba a mi amigo con la mirada. Quería al desgraciado, pero a veces su impertinencia me llevaba al tope.

—No sabía que decidías por mi, Barbieri.

—Ah no, quita esa cara —posó su mano sobre mi hombro junto con una expresión seria, cosa que no era normal en mi mujeriego amigo —. Tú, mi amigo, necesitas relajarte, con esa cara de pocos amigos hasta yo me estreso.

Acto seguido hizo como si un escalofrío le recorriese la espalda.

—Drámatico —bufé por lo bajo —. Ya sabes como me pongo con los finales, aparte ya viene el juego estatal ¿Quién no tiene presión?

Parte de lo que dije fue mentira, nada más eso equivaldría al treinta y cinco por ciento de la presión que sentía diariamente. Ni siquiera al que llamaba mejor amigo sabía mi secreto, Luka no tendía a ser hipócrita o de esas personas que traicionarían tu confianza, era yo el que temía afrontar todo y que más tarde todo se me viniera encima. No, no podía saberlo. No ahora.

—No empieces con tu diplomacia, vamos Gio —esbozó una sonrisa ladina —. Necesitas relajarte, solo vas, bebes un poco, bailas y te vas a casa ¿Qué tanto?

Y antes de que pudiera darme cuenta, acabé accediendo por el hecho de complacerlo y evitar cualquier tipo de sospecha. Tenía suficiente con una colegiala.

Esa tarde nada más llegué a casa mis ojos se abrieron por la sorpresa, quedé estático en la entrada, mi respiración se había pausado e instintivamente mis puños se endurecieron. Todo en mi gritaba rechazo.

—Giovanni, al fin llegas —dijo Tomasso con un semblante duro —. Tienes un visita.

Una que no es bienvenida en mi casa, hermano.

—Tiempo sin verte, Giovanni —sonrió con amabilidad la pelinegra —. ¿Cómo has estado?

—Bien, Daniela —respondí sin ningún tipo de emoción en mi voz —. ¿Se puede saber que hace ella aquí, Tomasso?

—Vine a hablar contigo, en nombre de mi hermana —declaró nuevamente la aludida con firmeza y la barbilla alzada —. De hecho te escribió una carta.

Su sonrisa era igual a la de Emilia, su aspecto no tanto pero si se le ponían atención a lo detalles conseguías ver similitudes entre las hermanas Fiore.

—Estaré en la sala de juegos, Zinevra está en la cocina —dijo mi hermano antes de huir ¿Y cómo no hacerlo con ella en frente?

—Dime que más vienes a hacer aquí, luego vete.

—A disculparme, sabes que Emilia se aprovechó de mi estado para hacer de las suyas y...

—Ese nombre no existe, Daniela —interrumpí —. No en esta casa.

Su semblante parecía serio y arrepentido, también la notaba más segura de sí misma. La última vez que la vi, su mirada estaba puesta en el piso la mayoría de las veces y su voz era casi un murmullo. Tan fácil de manipular por una mente como la de su hermana mayor, había cambiado y sus ojos cafés eran una clara señal de la verdad en sus palabras.

—En fin... —me extendió un papel doblado con mi nombre inscrito en medio —. No cambia el hecho de que yo también lastimé, sé que no podemos pretender que no pasó nada pero, tal vez podemos tratarnos mejor.

Tan solo recordar me abría toda herida interna que apenas había suturado, apenas podía verla estando a un metro y medio de distancia. Lo toleraba a duras penas.




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