Natalie
Estoy en el vestidor de chicos con Shawn Price, mi crush, desnudo a unos cuantos pasos. Desnudo, sin ropa, en pelotas. ¡Por todos los froot loops de los supermercados de Tennessee! Solo tengo que caminar para mirarlo como Dios lo trajo al mundo.
Debería atarme a la banca, no es bueno espiar a la gente. Me lo repito para no ir corriendo a observar cómo el agua limpia su cuerpo. Mierda, imaginar su pecho mojado no ayuda en absoluto. Joder, joder, joder.
Me pongo de pie, ansiosa, y comienzo a dar vueltas como un león enjaulado, no… como veinte leones enjaulados estresados porque quieren comer; la única diferencia es que yo quiero mirar. En la banca está su ropa, seguro ahí están sus calzoncillos, los cuales guardarán a su trasero como un cofre del tesoro. Este chico me está trastornando.
«Dios, Natalie, estás loca», susurro para mí misma sin detener mi recorrido. Al menos, si me pongo a contar los pisos del suelo, no pensaré en lo que tengo cerca. «Piensa en las espinillas de Frank, piensa en eso».
—¿Quién es Frank? —Su voz me hace buscarlo, casi me arrepiento de haberlo hecho... Casi.
Ahí está él, con su jodido torso desnudo, su jodida toalla envuelta en su cadera, su jodido cabello mojado y despeinado, su jodida sonrisa traviesa y las jodidas gotas de agua cayendo desde sus hombros. Todo es muy jodido.
Es delgado, pero tiene cosas marcadas que no debería haber visto. Ahora no podré dejar de pensar en eso. Jesús, prometo que iré a la iglesia y te daré gracias por crear a ese sujeto tan perfecto.
Mi mandíbula está a punto de tocar el piso, no puedo cerrar la boca por más que me esfuerzo, en cualquier momento me saldrá baba. Mis neuronas andan bailando.
—Frank es mi hermano. —Es lo único que puedo decir.
Los ojos se me salen de las órbitas al verlo caminando hacia mí, lanza una carcajada cuando camino hacia atrás como si fuera un cazador y tuviera que huir de sus garras. Cada vez lo veo más cerca, esta vez no hay nada a mis espaldas que me haga sentir segura, pero él me aprisiona en un abrazo fuerte. No levanto la vista, veo fijamente sus clavículas y coloco mis manos en sus antebrazos.
¿Es mi imaginación o está haciendo calor?
—No lo sé, también tengo calor —dice divertido, y yo quiero abofetearme la cara. Estúpida, ¿por qué justo tenías que decir algo tan vergonzoso en voz alta?—. ¿Te digo algo?
—Sí —susurro.
—Estuve pensando toda la semana en ti. —Elevo la mirada hasta la suya y me quedo perdida en sus ojos de color café—. ¿Por qué no te vi antes?
No quiero decirle que fue por Hannah, porque rompería el momento. Siento que estamos en una burbuja, todo sería genial si tuviera más ropa y mis dedos no estuvieran tocando su piel caliente… y mojada.
—¿Por qué no te conocía? —pregunta—. ¿Por qué si eres hermosa? ¿Por qué, Nat?
—Porque no había un caldo inteligente que nos encontrara. —Dibuja una sonrisa en su cara, antes de ponerse serio y observar mi boca—. Si alguien entra y nos ve así, podría malentender la situación.
Relamo mis labios inconscientemente, estamos demasiado cerca, todo se siente demasiado íntimo. Quizá es porque está desnudo.
—¿Qué crees que pensará? —pregunta, uniendo nuestras narices y dejándome medio atolondrada.
—Eh… que estamos haciendo cosas malas —digo en voz baja.
—Tienes razón, eso no estaría bien porque las cosas que vamos a hacer son muy buenas. —Mis orejas se ponen calientes, voy a hablar, pero sus labios encuentran los míos.
Me besa con desesperación, tanta que gimo por la sorpresa. Lo hace rápido y no me da opción de pararlo, aunque no es que quiera hacerlo, de todos modos. Su beso me ruega más, así que me relajo y le regreso el gesto, no puedo igualar sus movimientos, sin embargo, lo intento. Su lengua toca la mía y me derrite más rápido que el fuego a la cera.
Sé que es demasiado, e incluso sabiéndolo, recorro sus músculos con mis palmas hasta llegar a su cabello empapado. Sumerjo los dedos y lo acerco más a mí.
Ya nos habíamos besado, pero no así, nunca nadie me había besado así.
Quiero pensar alguna tontería para controlar el remolino de emociones, no obstante, no encuentro nada. Solo veo a Shawn. Nos separamos jadeando por la falta de aire.
—Podría besarte todo el día —dice—. Pero quiero comprarte algo y si no nos apuramos van a cerrar la tienda. Date la vuelta.
—¿Por qué? —La verdad es que no quiero soltarlo.
—Porque me pondré la ropa, no puedo salir con la toalla y es muy pronto para que veas más allá de mi torso. —Se está divirtiendo, el muy desgraciado, con mis nervios alterados.
Me alejo y giro sobre mis talones. Entre risitas se cambia, muerdo el interior de mi mejilla y pienso en los granos de Frank otra vez.
Minutos después me toma la mano para salir, mientras caminamos hacia la famosa tienda que lo tiene tan preocupado, pienso en lo que hizo hace rato en la pista. Su padre realmente parecía molesto, la mirada dura que me lanzó me intimidó. No puedo creer que Shawn hiciera algo así, y tampoco puedo creer que pueda soportar a alguien como el señor Price. Es decir, él se esforzó muchísimo y ganó un buen puesto, todos son ganadores, no solo el primer lugar. Supongo que no todos piensan como mis padres.
Nos detenemos en la tienda donde venden todas las cosas de los equipos deportivos de la escuela. Hay gorras, playeras, tazas, plumas y guantes de espuma. Le pide una playera al vendedor después de preguntarme mi talla.
—Yo puedo pagar —me apresuro a decir y voy a sacar la cartera de mi bolso. No puedo porque Shawn me detiene.
—Es un regalo, tú puedes comprar los helados, ¿qué te parece?
—De acuerdo.
Paga y me la tiende, yo la cojo y, sorprendiéndolo, la pongo encima de mi ropa.
Más tranquilos que antes, llegamos a un puesto de perros calientes. Se burla de mí cuando le quito la cebolla y el tomate, detesto los vegetales porque crujen y me dan arcadas.