Mírame bien, soy real

Bailando al ritmo de su felicidad

 Desde chiquita fui una nena muy inquieta, me gustaba saltar de acá para allá y correr por todos lados, parecía un perro recién adoptado que estaba agradecido con sus dueños por haberlo elegido, asi decían que actuaba. 
 

Tanta era mi inquietud que mi papá, un hombre en sus 30, con el cabello corto, al estilo militar y que poseía una gran pasión por el baile, eso era lo que todos 
decían, decidió que necesitaba un lugar donde tirar toda esa energía. El me enseño a bailar, tres veces a la semana e incluso cuatro si estaba de buen humor o cinco, si estaba enojado, ya que, según él, bailar era un medio muy bonito donde uno libera todas las emociones que tiene guardadas. 
 

Durante sus clases, cuando mamá salía de casa, me enseñaba que postura usar, que brazo levantar, cuando inclinarme y cuando saltar, me enseñó a girar y cambiar de movimiento, el me enseño todo. A él le encantaba bailar conmigo, se le notaba en la cara, su expresión de satisfacción al ver que su hijita había aprendido todo lo que el sabia y le gustaba ver. 
 

Recuerdo una frase que él me dijo luego de mi quinta clase cuando por última vez, logré dejar de sentir dolor al brincar, fue un logro para mi y para mi padre, fue entonces cuando dijo "es increíble para un hombre ver a una joven bailar bien, con elegancia y firmeza, pero a la vez con la delicadeza que solo una mujer puede tener, espero que algun dia puedas llegar a ser así, pero mientras, vas a seguir aprendiendo conmigo todo lo que puedas". Junto con todas esas palabras venían una sonrisa llena de esperanza y felicidad, me siento muy mal al recordarlo. 
 

Bailar para mi, era el único momento en que podía pasar tiempo con él, siempre estaba ocupado, pero hacía tiempo para estar conmigo y darme esas agotadoras clases, siempre al final de estas, terminaba totalmente satisfecho, mientras que por mi parte estaba exhausta, me dolía todo el cuerpo y no podía entender qué es lo que le daba tanta satisfacción como para amar tanto el baile.

 
 Con el tiempo, mi cuerpo comenzó a dejar de sucumbir al dolor y al cansancio, posee más resistencia, y cada vez me veía más tranquila y serena, mi inquietud desapareció con los años, como mi entusiasmo por pasar tiempo con el. Pero él se veía feliz, quería seguir bailando conmigo e incluso hubo un tiempo en el que decidió que sería lindo que sus amigos vinieran a verme hacerlo y de vez en cuando alguien se nos unía. Aunque eso no duró mucho, ya que comencé a cansarme demasiado y papá se preocupó tanto que no dejo que nadie más me vea bailar.

 Papá ya no me da clases, pero de vez en cuando bailamos, él se divierte y se me ve muy feliz, por lo que me da miedo decepcionar al decirle que desde hace mucho tiempo, o más bien, desde que todo esto comenzó, he odiado bailar.



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En el texto hay: psicologico, relatoscortos, variedad

Editado: 09.06.2021

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