Mis dioses queridos

9

Tláloc, Huitzil, Coyol y Ehécatl hablaron en el comedor como punto de reunión para evitar dejar sola a Coatlicue. Decidieron dar los puntos buenos y malos, pero no salía palabra alguna del azabache durante quince minutos.

—Todo estaba bien, eran más los puntos buenos a los malos —comentó sereno, tomando aire para evitar un nudo en la garganta que evitaba su hablar. —Lo sorprendente fue que Coatlicue se dio cuenta de las envidias y malas vibras que me rodeaban.

—Parece ser que es muy intuitiva —mencionó con duda y seguridad a la vez Huitzil—, pero algo le dice lo que ocurre, tal parece eso.

—Lo mejor será cuidar su poder, no queremos que suceda de nuevo un temblor —sentenció Coyol, temiendo un descontrol por parte de Viento o Lluvia.

—En caso de que se descontrole nuevamente, no duden en mandarme un ave o algo veloz con el mensaje —comentó Tláloc mientras apuntaba su dirección en tres servilletas de papel, dándoselos a cada uno.

Tras cinco minutos, todos se retiraron del pueblo a excepción de Ehécatl y Coatlicue. Dejaron al mayor de los dos pensando la situación y como decirle a ella la decisión en su ausencia.

En el camino de regreso, Tláloc dejó derramar lágrimas, desatando con ellas una logra llovizna.

—No te preocupes por ella, estará bien —comentó la única mujer restante.

—Sabemos que te preocupa nuestra "Madre", pero de nada va a servir que llores —completó el rubio.

—No saben el peligro que representa su poder, ella no ha desatado su poder total —murmuró para sí mismo.

Coyol y Huitzil lo miraron con la confusión en sus rostros. Siguieron andando hasta volver a sus respectivos pueblos, pero la incertidumbre ganó ante la convicción del dios de la lluvia. Temía a un segundo caos.

Ehécatl, Huitzilopochtli y Coyolxauhqui no sabían el gran poder devastador de Coatlicue, pero él sí.

Tláloc recordaba aquella noche en que la escuchó llorar en sueños y gritar de dolor. Leves temblores se hicieron presentes hasta desatar un terrible terremoto.

Sacudiéndola fuertemente la hizo despertar. Horas después, ella vio el resultado de su dolor: causó muertes de inocentes.

Días después, ya recuperada la ciudad, Tláloc plantó varias semillas de flores y dejó caer una suave lluvia. Las personas celebraron la caída de la lluvia cada cuatro días y vieron crecer varias flores de diversos tipos.

Esa fue la terapia de lluvia para Coatlicue, pero Ehécatl no sabia que hacer. Ella salió a plantar semillas y las regaba durante la mañana con una tina llena de agua, vaciando un poco con cuidado de no ahogarlas.

Pasaron las semanas hasta que el viento soplaba suavemente, sorprendiendo así a la diosa tierra. En una distancia de dos metros y medio, el dios viento hacía soplar la brisa que refrescaba el caluroso ambiente.

—No sabía que estabas aquí —murmuró sorprendida Coatlicue.

—Quiero ser parte de tu dolor —contestó Ehécatl para suspirar un momento —, esto no es del todo tu culpa, también es mía.

Ella atinó a abrazarle y calmarlo.

 



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En el texto hay: diosesaztecas, turismo

Editado: 27.07.2019

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