No sé si la escogí o me escogió. Era pequeñita cuando la llevé a mi casa junto con su hermanito. Su pelaje tenía varios colores: blanco, negro, café y amarillo, una gatita común a la que llamé Lolita.
Originalmente ella era mascota de mi hija Naty y su hermanito Timy, de mi hijo David, sin embargo los recibí como dos hijos más.
A los dos meses de haber llegado, el valiente Timy fue asesinado por unos perros enfrente de la casa. Lolita resintió su ausencia y para consolarla adopté a Morita, más adelante a Tocino, Calvito y Micky Alberto.
Con el paso de los años, Morita desapareció; Tocino se quedó en la casa de la cual nos mudamos; Calvito se perdió pues se metió en el motor del auto de una vecina y aunque lo busqué por 3 meses no tuve éxito; Micky Alberto escapó para vivir con una gata en un terreno baldío a donde por casi un año le llevé comida. La ternura y amor que he sentido por mis gatos es grande así que a cada uno de ellos lloré con amargura.
Lolita no era una gatita común porque no se comportaba como gato. Cuando vivía en San Manuel, esperaba a diario mi regreso en la entrada del andador, caminaba junto a mí el trayecto hasta la casa y se echaba tranquila a dormir. Poco traviesa, limpia, disciplinada, amaba estar acompañada. Cuando mis hijos y yo salíamos de la ciudad, esperaba estoicamente nuestro regreso; la encontraba delgada porque dejaba de comer lo que le daba quien se quedaba a cargo. En mis ausencias solía extrañarla y a veces creía escuchar sus maullidos. Al volverla a ver la llenaba de besos, caricias y le decía cuánto la amaba.
Puedo asegurar que Lolita tuvo una vida principalmente feliz, qué más podía pedir, comida, agua, amor, compañía. Aun con tanta bondad no faltó quien la tratara mal.
Lolita nunca se enfermó. Sólo le apliqué algunas veces vacunas y su esterilización. Fuera de ahí no visitó al veterinario.
Sonará exagerado pero ella imitaba tanto el comportamiento humano que cuando yo despertaba e iba al baño, ella hacía lo mismo así que tuve que ponerle un trapito al lado del retrete y ahí se agachaba como una niña en su bacinica.
Ella me consideraba su mamá. Cuando la bañaba, rendía su cuerpo manifestando resignación y respeto. ¡Qué dócil era!
Vivió en 6 lugares diferentes. La casa donde nació, unos años en San Manuel, más tarde nos mudamos por el centro, luego a la casa de mi mamá, a Cadereyta y por último a nuestra actual residencia. ¿Significará eso que me mudo mucho? Uff, por lo que veo sí.
Los dos últimos años fue más feliz. ¿Por qué? Porque desapareció el obstáculo para que viviera en el interior. A partir de ahí se volvió inseparable de mi hijo David. Los años de pandemia en que él estudiaba en línea, ella permanecía acostada en el escritorio al lado de la lap top. Empezaron a dormir juntos, entre ratos se acostaba en su pecho como protegiéndolo y velando su sueño. Se hizo consentida, lo despertaba a las 5 de la mañana para que le diera de comer y él, somnoliento, cumplía su caprichito.
Hay decenas de vivencias que no caben en una simple hoja. Recuerdo que en Cadereyta había cucarachas e insectos horribles y ella brincaba en el pecho de David, despertándolo, cuando aparecía uno; también le llevaba pájaros muertos de regalo.
Mi hermosa Lolita. Como es típico de mí, le puse apodos: Yoyi, Yoyo, Yoyito, Nonito, Nono, a todos respondía con un maullido.
Mi lolita fue de esos seres que nunca se enferman pero cuando sucede prepárate. El lunes pasado dejó de comer, tomar agua y hacer sus necesidades. El miércoles la llevé al veterinario y le realizaron estudios de sangre que indicaban daño hepático grave. Deshidratada y con la piel amarilla, soportó inyecciones dolorosas que, en mi desesperación, creí le salvarían la vida aunque me indicaron que era candidata de eutanasia. ¿Quién no haría hasta lo último por salvar a su ser amado esperando un milagro? No es la primera vez que enfrento esto y lo volví a hacer.
Ayer, 25 de Junio del 2022, David y yo tomamos la decisión. Un chico de 14 años con estatura por arriba de 1.85 m se dobló de llanto frente a mis ojos y me pidió no estar presente, así que la llevamos Ale, Naty y yo, vestidas de blanco.
Prometí a mi Lolita que iba a un lugar hermoso, le di las gracias por tanto que nos dio y le reiteré que la amamos profundamente. Lo último que sintió fueron mis caricias en su hermoso pelaje. Luego, con el corazón roto, la enterré con mis propias manos en tierras regias y le hice una tumbita de piedras en donde podremos visitarla tantas veces como queramos.
Gracias Dios por darme a Lolita 7 años 4 meses. Gracias Dios por tanto. La extrañaremos cada día.
Perdón a quienes me leen por compartirles cosas tristes. Escribo lo que sale de mi corazón, sea felicidad o tristeza. Y es que la vida es así, suceden cosas hermosas y otras no tanto. Es el precio del amor.
Adriloch