Mi nombre es Eva Ozorio, tengo 42 años y una historia muy extraña que contar. Otra persona quizás se hubiera llevado este secreto a la tumba, pero me siento tan comprometida con todas las personas que al igual que yo han vivido una historia semejante y no se animan a contarla por miedo a los prejuicios o señalamientos de la sociedad. Pienso que callar solo colabora con este mal y he decidido expresarme abiertamente para que usted que me lee, entienda que a cualquier ser humano le puede suceder algo similar.
Tuve una infancia muy hermosa, llena de juguetes. Soy de los tiempos en que las niñas jugaban con muñecas y coleccionaban Barbies. Mi conducta siempre fue intachable, obediente, muy medida en mis acciones y hacendosa. Mi alegría siempre era escuchar a mis maestros y padres decir lo muy orgullosos que se sentían de mi.
Creo que mi vida tomó un giro inesperado cuando él llegó a mi vida. Yo apenas era una niña, adolescente, ilusionada, llena de vida. El estaba a punto de comenzar la universidad, y para mi desgracia, ése día que se cruzó en mi camino, quedé flechada inmediatamente.
El grupo de su promoción de curso, Una mañana pasaban por cada aula del colegio a hacer un aviso, al llegar a la mía, yo estaba como siempre en la primera butaca del salón, pegada a la pared con vista por la ventana. Desde que asomaban al curso los vi. Eran un grupo de cinco. Tres hembras y dos varones. El se acomodaba el cabello, era como de los nervios porque no paraba de hacerlo, y de todo lo que fueron a explicar, no entendí nada.
Yo lo miraba tanto y me enternecía ver como sentía pánico escénico al hablar frente a un grupo de estudiantes de séptimo grado de primaria... Antes de ese momento no lo había visto nunca, pero desde entonces no paré de intentar verlo.
Era su último año antes de ir a la universidad y aquello también me motivó a sentir más necesidad de ser su amiga.
-Hola- Le dije un día en el recreo, ya cansada de esperar que lo hiciera él.
-Hola- Contestó con muy poco entusiasmo y tomándose una soda sin siquiera voltear a mirarme. Me fui de ahí indignada, y los días siguientes a ése, me parecía que lo veía en todas partes. Tan irónica la vida. Antes de aquel episodio era muy difícil cruzarnos. Hasta que me agarró la mano un día por sorpresa a la salida de clases, y sentí que el corazón se me iba a salir del pecho. Sin decir media palabra, seguimos caminando agarrados de las manos hasta la puerta, luego de soltarme se llevó la mano al pecho, donde se supone está el corazón y me sonrió de una forma que ninguna otra chica se hubiera podido resistir.
Desde ese día, empecé a planear en mi mente mi boda con Ignacio. Cada día, cada beso, cada sonrisa... eran como vivir en una fantasía de esas que solo podemos ver en las telenovelas.
Mis padres aceptaron aquel noviazgo con mucha alegría y gozo, pues aparte de ser uno de los mejores estudiantes de su generación escolar, era hijo de una familia muy reconocida y respetada en la ciudad. Años más tarde, se hizo realidad mi sueño de ser su esposa y al año de aquella hermosa boda donde fui tan feliz, nació nuestro primer hijo: Jeremías.
Jeremías es el típico adolecente que no cuenta sus cosas, se encierra en su cuarto y sale a comer o cuando lo necesitan. Esos malditos audífonos! Crean un muro entre los hijos y sus padres. Malditos los que tuvieron la gran idea de taparle los oídos a nuestros hijos y que adorasen escuchar esa música horrenda en vez de nuestros consejos y recomendaciones para mejorar sus vidas. Me conformo con que escuche dos minutos de la verdadera música. Joan Manuel Serrat, Marco Antonio Solís, Isabel Pantoja, Camilo Sesto, Paloma San Basilio... pero a mi querido hijo le gusta escuchar a unos locos con nombres de delincuentes. En fin, que es el pleito de nunca acabar en casa.
Luego de Jeremías, tuvimos a Cindy. Esa niña dulce y soñadora que da tanto miedo soltar entre la multitud. En su primer día de colegio me quedé todo el día esperándola fuera. Sentía miedo que alguien me robara ese pedacito de mi alma con trenzas. Se enamoró del ballet, tal y como yo quería. Y ahí está de suplente como maestra de baile en la escuela de arte por las tardes. Me siento muy orgullosa de ella.
Después de Cindy, nos nació Edwin. El más pequeño y el más tranquilo. No siempre pasa. Adora pintar, heredó eso de su abuelo, mi padre. Cuando nació hasta llegué a pensar que mi pequeño era autista. El autismo es una condición que se va desarrollando a medida que van creciendo y Edwin era muy lento en todo... no hablaba, no jugaba, no reía casi nunca. Ni siquiera lloraba, era muy raro escucharlo llorar, pero con el tiempo me di cuenta que era todo lo contrario a mi temor. Era un niño sumamente sabio y que Amaba el arte y aunque no pintaba, coleccionaba cuadros de pintores populares y algunos conocidos de Cuba y otros países de latino América. Recuerdo que intentó conseguir uno de Diego Rivera...si, ese mismo... el amor tormentoso de Frida Khalo. Nunca pudo conseguir uno original y se tuvo que conformar con una copia.
Copia... esa palabra me causa mucho sentimientos. Es decir, he empezado a escribir este diario porque no puedo controlar mis emociones. Estoy sospechando que después de tantos años de entrega y lucha constante, mi esposo no es tan mío como pensaba.
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Editado: 01.11.2018