Ahí me detuve, mirando mi reflejo tras la puerta de vidrio que se cerraba en su espalda.
Ahí me quede, respirando el poco perfume que en el viento se mecía y que poco a poco se desvanecía.
Fue lo más cerca que estuve.
No pude ver más allá de esos lentes que circundaban esos dos amaneceres que a pesar de ser de noche me llenaban de luz.
La deseaba tanto.
No pude tocar esos rizos castaños que se escondían bajo ese gorro de algodón.
Si la hubiese besado, habría sabido que no quería besar otros labios.