Un día la vi, y no se alejo de mis ojos.
Pues entregarme a ella tuvo consecuencias, se incubo en mi un amor atemporal. Pensé irme lejos, muy lejos, cerca del mar, donde mi reflejo sea lo único que vea, donde el amor que ardía en mi se apagará con el arduo frio de la madrugada.
Pensé en viajar a las montañas mas altas del mundo donde el oxigeno sea lo único que me falte porque su amor nunca lo tuve y supe que el amanecer se escondía en sus ojos.
Un día no la vi mas y las luciérnagas en su ausencia fueron las únicas que me iluminaron. Entendí que el mar dormia en sus ojos, que recordarla son como olas que día y noche no cesan.
El tiempo nunca paso entre nosotros. La distancia solo fue eso, distancia. Que ella dormía en mi, en mis pensamientos.
Al conectarse su mirada con la mía, descubrí el amor preso ya fallecido dentro de mi, apestando lleno de tristeza, de anhelo y añoranza. Al besarla reencarno en mi, aquello que en frutos secos y marchitos, se fermentaban dentro de mi. Al tocarla, la sensibilidad volvió a mi piel.