Cuesta mucho aceptar tal cual es la persona amada, sin querer cambiarla; también constituye un tremendo esfuerzo y enorme riesgo entregarse a ella totalmente, porque podemos enajenarnos, hacernos extraños a lo que somos en realidad, pero nos afirmamos, adquiriendo una nueva potencialidad, por esta negación o dialéctica subjetiva, por este movimiento incesante de intercambiar dones: yo te doy lo mejor de mí mismo, y tú me das lo que más necesito, crea la posibilidad del amor único.
Al amar se goza padeciendo y se sufre gozando. ¿Cómo resolver esta problemática existencia? Viviéndola sin temor ni vacilación, pues el que no soporta sus conflictos íntimos se retrae y acoge en su protectora oscuridad interior, se hace tímido, pacato. Y, aunque a veces parezca audaz, emprendedor, enérgico, siempre vuelve, para mayor seguridad, al centro firme de su Yo cobarde y solitario.