Ya no quería seguir al interior de esa casa, así que huí buscando la salida. ¿Moriría en mi intento por querer escapar del cara pálida? Tal vez, y era un riesgo que estaba dispuesto a correr.
La adrenalina era más fuerte que yo aquella noche y, para rematar, la fuerte lluvia no ayudaba en nada. Los truenos me atormentaban aún más y los relámpagos parecían ser de ayuda para el asesino quien por fracciones de segundo aparecía frente a mis ojos.
Sé que ese maldito lunático me observaba entre la oscuridad y los segundos de luminosidad por los rayos y relámpagos. A veces le gritaba que nos dejara en paz, que solo queríamos volver a casa y seguir nuestras vidas.
Aquel sujeto parecía no importarle mis súplicas, no sentía compasión y supongo que así fue con Martina. Pero, ¿Quién era ese sujeto? ¿Por qué el deseo de hacernos daño?
Quién sabe por qué lo hacía, quizá era un resentido y quería hacer daño en la casa. Tal vez iba a asesinar a los Santana ignorando que estaban de viaje y que nosotros estaríamos a cargo del cuidado de la casa.
Obviamente, éramos una amenaza y por eso debía liquidarnos para cumplir con su objetivo. Si quería robar, lo mejor era ahuyentarlos y atarnos y cometer el robo, pero, era claro que sus intenciones iban más allá de tan solo despojar a nuestros jefes de sus pertenencias.
Cada vez que una ráfaga de luz iluminaba el lugar, podía ver a aquel sujeto acercarse cada vez más. Caminaba despacio como si quisiera que corriera por mi vida, pero no entendí el mensaje en ese momento y me quedé allí. De pronto, comenzó a correr hacia mí con aquel cuchillo en mano y al sentirme amenazado, corrí intentando entrar a la casa.
—¡Déjame en paz! ¿Qué quieres de nosotros?
Aquel tipo de cara pálida no hablaba, solo emitía rugidos como si se tratara de una bestia. En medio de la adrenalina, pude notar que ese hombre no estaba bien mentalmente y esa era la causa de su comportamiento.
Seguí corriendo hasta encontrar el ventanal de la cocina, pero recordé que el cuerpo de Martina aún yacía en ese lugar y que si pasaba por allí, podía resbalar con la sangre y esa sería mi perdición. A pesar de ello, no tuve alternativa y entré por allí.
Los trozos de vidrio que todavía quedaban en el marco del ventanal me rasgaron la camisa y causaron cortadas en mis brazos, pero le resté importancia y busqué la escalera para ocultarme en la planta alta.
No sabía que hacer, solo pensaba en seguir con vida y para ello debía perderme de su vista. Aquel misterioso asesino estaba dispuesto a acabar conmigo sin piedad, así como lo hizo con mi compañera.
Finalmente lo perdí, al sentirme a salvo me escondí en una de las habitaciones del segundo piso. Sellé la puerta con un par de sillas y una mesa. No sé de dónde saqué tanta fuerza, pero lo conseguí.
En ese momento, me oculté en el closet y allí me quedé. Tomé mi teléfono y envié una señal de auxilio a una vieja amiga que trabajaba en la policía. Le hice saber que alguien había muerto y que los sobrevivientes luchábamos por nuestras vidas.
La mansión Santana parecía tener vida propia. Casualmente, siempre que llamábamos a la policía la señal fallaba o simplemente no llegaban o algo pasaba en el camino. Sumado al hecho de aquella terrible tormenta que azotaba con fuerza allá afuera.
En ese instante me arrepentí sobremanera de haberme separado del resto, pero algo pasó. Sentí el llamado de mis compañeros del otro lado de la puerta. Finalmente, salí del closet y quité la mesa y las sillas. Abrí la puerta y los ví allí.
—Qué alivio —dijo Leonel —por un momento te creímos muerto.
—El maldito me siguió —respondí.
De pronto, José Eduardo actuó muy extraño y tiró de mi brazo ensangrentado hacia él.
—¡Vámonos! —gritó con fuerza.
Todos corrieron, incluyéndome, a pesar de no entender su reacción. Al voltear para mirar atrás comprendí todo. El cara pálida estaba detrás de mí en la habitación y de no haber sido por mi compañero, yo habría sido su segunda víctima.
Bajando por las escaleras, sentí mucho cansancio y caí. Fue allí que les dije que siguieran, pues para mi mala suerte fui alcanzado por el sujeto quien me dio de cuchilladas en el estómago delante de mis compañeros quienes gritaban aterrorizados.
Con la vista nublada, pude ver como se alejaban llorando despavoridos por lo que presenciaron.