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Detuvo el tren de sus pensamientos dando un suspiro y negando con la cabeza con una sonrisa melancólica sin despegar la vista del castillo, lo único bueno de eso era la profecía y su hija, su hija en primer lugar más que nada. Apenas un leve sonido se hizo presente, las pisadas de uno de sus escoltas le hicieron regresar completamente en sí en el tiempo, no podía darse el lujo de seguir pensando en aquellos días de desasosiego, había mejores cosas en las que pensar que en su propio dolor. Su hija, su pueblo, su reino.
―Mi señora―la voz gutural le hizo volver su vista al imponente lobo, alzó la cabeza e hizo una inclinación a modo de reconocimiento
―Svart... ¿qué sucede? ―dijo en tono apacible, intentando que la aflicción no se mostrara en su voz
―Eso le pregunto, mi señora, no la veo bien―comentó con formalidad la voz del lobo de pelaje negro, sentándose en sus patas traseras― ¿sigue pensando en la pequeña princesa?
―Oh Svart, me conoces tan bien―rió con nostalgia―pienso en ella, no dejo de pensar en ella y el momento en que ascienda al trono para unirse a nosotros.
―Hay algo más, ¿no es así? ―inquirió reconociendo la risa, había pasado tanto tiempo con ella que aquel gesto que pasaría desapercibido para cualquiera, no lo era para él
―Edmond...―espetó secamente, escupiendo las palabras con rencor―estaba pensando en él, cómo nos desterró de nuestras tierras... en la venganza...
―Mi señora, no piense en eso por el momento, aún hay preparativos por hacer―expresó en comprensión y bajando la cabeza―Hvit nos está esperando en las ruinas.
―Tienes razón, debemos preparar todo―sonrió finalmente de medio lado de forma maliciosa, olvidando su tormento
Acarició la cabeza de la enorme criatura con cariño, el lobo gigante se recostó un momento para que Malqueridaen subiera a su lomo como en los viejos tiempos, una vez arriba, acomodada y aferrándose al pelaje negro sin llegar a lastimar a su guardia y mano derecha, el animal finalmente se levantó dando media vuelta para correr lejos en la dirección contraria al Bosque de la Soledad, no tenían tiempo que perder, los meses pasarían más rápido de lo que creyeran y aún habían cosas por hacer, para que llegado el momento, recuperaran todo lo que habían perdido.
Ir contra el viento hacía alzar su estola en el aire al igual que los cabellos sueltos que lograron escapar de su peinado, la brisa golpeando su rostro le hacía sonreír un poco más, recordando los viejos tiempos, anhelando pronto poder conocer frente a frente a su hija y poder hacerse con lo que por derecho le pertenece, ya no tan lejos la figura de un lobo blanco les recibía sobre sus cuatro patas luciendo majestuoso, antes de aullar sonoramente para ser respondido por Svart con la misma intensidad, cada vez más cerca de lo inevitable.
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―Padre, ¿no podemos simplemente aplazarlo? ―suplicó haciendo una mueca mientras se ponía de pie, no le apetecía tener que discutir sobre lo mismo, no ahora con un invitado en la mesa
Adam quiso encogerse sobre sí mismo esperando que nadie lo viera desaparecer en su lugar, no es que le gustara ver a la gente discutir, todo lo contrario, pero en esta ocasión en particular, con aquel par como protagonista dudaba que lo dejaran indemne, bien podría aclararse la garganta y recordarles que aún estaba ahí, sin embargo, esto podría resultar contraproducente para él, no sabía que sería más grosero, actuó de lo más normal, como si aquello no estuviera pasando y prestando atención aunque su mirada se encontrara en la agradable decoración de la sala y ocasionalmente entre padre e hija, el silencio en el que estuvieron sumergidos era incómodo, en un duelo de miradas feroces que realmente no quería interrumpir.
― ¿Más tiempo del que llevamos aplazándolo, hija? ―el hombre no se amedrentó, no parpadeaba incluso, por el contrario, sus palabras se tornaron más duras dando fin al largo silencio―las cosas serán distintas de ahora en adelante, no estamos hablando de cualquier cumpleaños, es tu cumpleaños numero dieciocho, sabes lo importante que es esa fecha, sí algo llegase a pasarme tu podrás subir al trono sin ningún problema, pero antes de eso el pueblo debe reconocerte como su próxima monarca.
―No es como si cualquier cumpleaños hubiera sido distinto...―casi gruñó con molestia, sus ojos fijos en los de su padre―está bien, ya entendí―se dejó caer sin nada de gracia en la silla, suspirando en resignación y mirando al techo buscando las respuestas en éste, recibiendo una risita molesta por parte de su invitado castaño, lo fulminó con la mirada sin estar de humor para nada
―Adam, estoy seguro de sabes a lo que me refiero―incluyó el rey mirándolo finalmente―estoy seguro de que en tu reino hicieron algo similar.
―Por supuesto―el castaño se limpió las comisuras de los labios con una servilleta, dando una suave sonrisa―y sé lo importante que es esto, no puede tomarse simplemente a la ligera, nuca se sabe lo que pueda ocurrir sin estar listos.
― ¡Muy bien! ―aplaudió para después dirigirse a su hija―ahora que todos sabemos esto, empecemos de una vez, Adam puedes pasear a tu gusto por el castillo y fuera de el mientras mi hija y yo ajustamos los detalles faltantes.
―Claro que sí, su majestad―el joven se levantó en un elegante movimiento e hizo una reverencia respetuosa ante ellos
―Puedes vernos en el jardín al medio día para el almuerzo, me gustaría conocer esas tierras a las que perteneces.
Dio un asentimiento de cabeza antes de erguirse de nuevo, la familia real se levantó y los sirvientes recogieron los platos, Marie le regaló una mueca de fastidio en una muda amenaza antes de seguir a su padre que ya había abandonado la habitación. El ojiazul miró un momento a su alrededor, los sirvientes parecían ignorarle así que decidió salir a dar un paseo por las callejuelas de aquel pueblo, sabía reconocer cuando alguien quería obtener información, y esa plática prometida con el rey sólo podía significar eso.