Ahora, les presento uno de los mitos más famosos aquí en el reino. Tanto, que existen muchas personas que han estado buscando por todos lados dicho objeto, porque sí, existen también mitos sobre objetos, no sólo sobre criaturas y otro tipo de entidades vivas.
—Espero, tengo muchas dudas del mito anterior. Por ejemplo: ¿la elfo siguió cazando animales para alimentar a la hidra vampírica? Si fue así, ¿cuánto necesitaba para alimentarla y satisfacerla? Cuando estaban amontonadas, ¿la hidra de hielo no lastimaba a sus hermanas? —Preguntaba puras estupideces el torcido éste. Tanto que me cansó.
— ¿Y eso qué tiene de relevante para la historia? —Cuestioné ya molesta.
—Bueno, estoy seguro que muchas más se están preguntando lo mismo. No dejes detalles fuera, mijita —luego de eso, la golpee en la chiche.
—Yo sé que es lo que ocupan saber y que no. Todo eso es irrelevante, y no quiero que empiecen a hacerme preguntas así con el siguiente mito, porque deja muchas incógnitas al aire, mismas que no voy a responder si me preguntan, y menos anotarlas aquí —amenacé, cosa que hizo a todas ponerme atención.
Como iba diciendo. El primer mito es, ¡uy! ¡Viejísimo! Desde antes de la creación de nuestra natal Atrazia, mas éste se remonta poquito antes de que nuestro reino fuera construido, apenas poco más de cien años atrás, cuando Gaia II seguía intacta y el gran océano existía.
En ese entonces, se decía que las olas del mismo eran gigantescas, tanto que parecía siempre que, tal vez, podrían aplastar las hermosas playas del momento, mas nunca sucedía nada, todo quedaba dentro del gran manto acuífero.
El lugar donde mejor se podían apreciar esas titánicas olas es en una isla llamada Takumala, ubicada en medio de la nada, donde ciertamente ningún alma extranjera llegaba ni por asomo y donde vivía una antigua raza tritón que hasta la fecha tiene sus herederos en la zona acuática de nuestro reino. Es justo ahí donde inicia nuestro mito.
En esos días, reinaba sobre el lugar un poderoso hombre llamado Melele, cuyas habilidades con las lanzas era increíbles. Se decía que tenía una capacidad de nado incomparable y que era un hombre sabio y justo, aunque su esposa, Hanau, era quien tomaba todas las decisiones del lugar como gran matriarca, y estaba encargada de las buenas costumbres de su gente.
Ambos tenían dos hijos: Mikau y Menana. El primero era un chico pequeño, que le gustaba leer, tejer y caminar por las tardes, mientras que la segunda era muy hiperactiva, fuerte y amaba cazar con su padre. Completos opuestos ambos infantes, cuyos destinos ya estaban planificados por sus progenitores.
Un día, luego de una rutina un tanto agotadora, ambos jóvenes se reunieron con los demás chicos que la aldea, para que se fueran conociendo y pudieran hacer amigos. Esto lo planeo Melele, pues sabía que la unión hacia los demás era lo que le traía verdadera fuerza a su gente, y que sus hijos, posibles futuros lideres, convivieran con la gente del pueblo era esencial.
Para Menana era fácil hacer amigos, pues se trataba de una chica bastante brillante y extrovertida. Por otro lado, a Mikau le era difícil, sobre todo porque era más pequeño y porque sentía que no poseía habilidades que los demás admiraran como las de Menana.
No obstante, ese día todo cambió, pues un niño de escamas verdes se acercó a él, quien curioso le preguntó porque estaba solo.
—Pues supongo que a nadie le interesa saber de un chico delgadito y débil como yo —concluyó al ver a su alta y fuerte hermana, misma que estaba levantando a un joven sin problemas, aplaudida por los demás la acción.
—Yo estoy seguro que hay cosas interesantes qué contar de ti —mencionó el muchacho, lo que llamó la atención de Mikau.
— ¿Cómo qué? —Preguntó un tanto apenado, y al cruzarse de brazos se pudo ver un libro que sobresalía del morral que llevaba cargando.
— ¡Ese libro! ¿Ya lo leíste?
— ¿Cuál? —El chico señaló el tomó y Mikau lo tomó en manos, alegre—. ¡Sí! Me encanta la alquimia. Creo que es una ciencia impresionante, sobre todo la transmutación y creación de artefactos. ¿Sabías que en la antigüedad, Anthur, el dragón artifice, fue el primero en dibujar un circulo de transmutación con el que creó el primer artefacto? Bueno, fue él quien creó la alquimia, no es de extrañarse —todo esto dejó fascinado al pequeño verde, quien lo miraba con una enorme sonrisa, algo de lo que se percató Mikau, por lo que se detuvo—. ¿Te estoy aburriendo?
— ¡No! Yo no pude entender lo que dice ahí. Creo que es muy interesante y, bueno, que haya alguien que pueda explicármelo es mi sueño. ¿Quieres ayudarme? —Eso llenó de alegría el corazón del pequeño Mikau, para luego presentarse el verde—. Soy Honuma. ¡Mucho gusto!
— ¡Mucho gusto! ¡Y claro que te explico! Cuando quieras vamos a la biblioteca —eso creó una fuerte amistad entre ambos, tanto fue así que diario, Mikau y Honuma se veían para platicar y leer juntos algunos textos de la pequeña biblioteca del pueblo.
Tal vez no lo sepan, amiguitos, pero cuando uno es bien introvertido, que te hable así una persona, se transforma inmediatamente en alguien muy especial para uno, y más en una isla tan pequeña como lo era aquella. No fue de extrañarse que luego de los años, ambos jóvenes se volvieron muy cercanos, tanto que todo el día se la pasaban juntos, alejados de la mayoría del pueblo.
Eso comenzó a preocupar un poco a Hanau, pues ella siempre veía solo a Mikau, quien parecía irse a escapar por ahí solo, por lo que un día, harta de esto, detuvo a su hijo para hablar con él, con una voz tierna y llena de mortificación por el hombrecito.
Ella le mencionó sobre su sentir, y Mikau se rio de ella, pues le comentó que en realidad se veía con un amigo a leer, cosa que alegró mucho a la madre, hasta pidió que le dijera el nombre del chico y por supuesto que su hijo le dio el nombre.