Mónica El Legado Prohibido

CAPÍTULO 05

 

 

 

 

Dentro del Concilio Eclesiástico de México, ubicado entre la ciudad de Cancún y el barrio urbano San Buenaventura, cerca de la plaza El Cortijo, pasando por la Av. Paseo de San Buenaventura del lado derecho; a la izquierda la carretera Luis R. Colosio. La glorieta del puente dividía estas dos ciudades. El edificio estaba lleno de jardines, el Concilio era de tres pisos dividido en dos secciones. Todos los líderes y pastores estaban en una reunión para los próximos planes en las iglesias asociadas.

Carlos, el líder de todos ellos, estaba dando un discurso para el próximo año y los planes a ejecutarse. Llevaba la típica vestimenta de un pastor, de una apariencia alta, parado frente un púlpito de madera con las siglas del concilio —queridos hermanos, gracias por escogerme como su apóstol este año, debo reconocer el esfuerzo que hizo el hermano Daniel M, por ser una buena competencia. Hoy, por voluntad del Señor, nos podemos reunir con libertad, gracias a que, la iglesia y el estado han estado en paz durante varios años—, argumentó Carlos, quien explicó los procedimientos a seguir a todos los líderes y secretarios del concilio —quisiera que pasara el hermano Daniel M, para dar unas palabras al respecto—. Dio el micrófono a su competente. 

El elegante pastor de unos treinta y cinco años de edad tomó el micrófono —cómo ya lo dijo nuestro nuevo apóstol, disfrutamos de cierta libertad de culto. Ahora, he negociado con la gobernadora de Cancún para la unión de un estado político-religioso que beneficiará no solo las iglesias; también la educación en los barrios pobres y peligrosos de San Buenaventura—. Informó a toda la congregación.

Los feligreses ovacionaban el trato del pastor Daniel M, excepto el padre de Mónica.

Dos chicas servían dentro del concilio: Ana Karen, una joven de dieciséis años, junto a su amiga y compañera Elsy de diecinueve, las dos, encargadas de la red de jóvenes.

Elsy fue por unos papeles a la oficina principal, Ana Karen tomó asiento para prestar atención, algo extraño pasó, todos los presentes en aquel lugar se maravillaron de lo que estaba pasando. Un fuerte viento azotaba el concilio. Papeles y objetos salieron volando de un lugar a otro como un torbellino con una luminiscencia cegadora. El padre de Mónica, logró escabullirse y salir ileso, trató de encontrar ayuda pero no pudo debido a la inmensa luz radiante que invadía al Concilio, corrió hasta un lugar seguro, «¿Qué está ocurriendo?», se preguntaba.           

Mientras buscaba ayuda, una densa nube de polvo tapaba su vista, cubrió sus ojos, a pesar de su edad, se movía con agilidad, era un hombre lleno de coraje.

Llegó hasta la salida —¡Está con candado!—. Dio media vuelta y regresó de nuevo sigilosamente.

Dentro del Concilio Eclesiástico de México, todos los feligreses se encontraban pecho tierra, evitando ser golpeados por los objetos que salían disparados, obra de las fuertes ráfagas de aire que el portal emitía.

Elsy quiso saber que ocurría; recuperó la vista, levantó la mano izquierda para dar sombra a sus ojos negros debido a los destellos. Se sacudió el polvo que ensució falda índigo, se acomodó su chaleco de mezclilla. Volteó a su alrededor para ver si había alguien herido, pero no podía ver a nadie, debido a que era chaparra, lo mejor era esperar ahí mismo, su cabello largo y ondulado era llevado hacia atrás por el viento, la luz cubría su tez morena clara, cubriéndola de una tonalidad blancuzca.

Duncan fue a la dirección que su amo le pidió. Volteó a ver a Caleb —existen formas para manipular a la gente, hacer que pierdan su individualidad y se adhieran a una mentalidad de masa. Una vez teniendo el control de las masas, obtienes el poder de la gente, se llama psicosis —explicó el general a su joven soldado.

La Élite del Dragón Rojo amarraron a todos de manos y pies con sogas —pónganles trapos en la boca, así evitamos que hagan ruido y nos atrapen—. Sugirió Karla.

—No maten a nadie, no por ahora, aquí debe estar el padre de Mónica —dio la orden Duncan.

—De acuerdo, señor —acató Caleb.

Karla dio media vuelta y revisó las cámaras y apagó el monitor principal.

Caleb hackeó las cámaras y apagó el sistema de alarma.

Duncan miraba a sus rehenes, dio vueltas con su arma, un aka 47. Como maestro en psicología, ideó una estrategia a largo plazo, sembrar psicosis entre estas personas.

Duncan observó un cuadro de arte del siglo XV, llamado: El Juicio Final, del pintor Jan Van Eyck. Era una pintura bizantina sobre el infierno: varios demonios ardían bajo el fuego junto con los pecadores, los ángeles caídos abajo de la gente, que caía del precipicio, arriba de los pecadores que descendían al infierno, estaba una calavera, arriba de esta; San Miguel Arcángel. Al lado del gran ángel, la tierra dividida en dos: en la diestra, un mar lleno de agua, a siniestra, un desierto que tragaba a la gente. En la parte de arriba de la pintura, estaba el cielo, con los veinticuatro ancianos y los santos del cielo. Por último; dibujado tan perfecto, el Mesías sentado en su trono, al lado estaba María y José, arriba unos ángeles del cielo.

Duncan dio un discurso sobre el arte bizantino —ven ese cuadro, esa pintura está mal, el infierno y el mal no vienen de las profundidades de la tierra, vienen de arriba... del cielo, recuerden que; los demonios también eran ángeles—. Dijo analizando la pintura bizantina.




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