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Los resplandecientes rayos de sol impactando sobre sus parpados hacían, que, aun estando cerrados, todo se viera de una potente tonalidad naranja. Cuando el intenso brillo se tornó casi insoportable, Liam se despertó. Al abrir sus ojos, se da cuenta que se encontraba allí tirado, al costado de aquella siniestra construcción. El dolor en su cabeza era atroz, algo que jamás había sentido a lo largo de su vida. Tambaleante se incorporó sujetándose de las grises paredes de aquel nicho. Miró a su alrededor, se encontraba completamente solo. No había ninguna voz siniestra, no había ninguna muchacha, ninguna persona que volviera de su pasado a atormentarlo.
Liam respiró profundamente. ―Debes calmarte. No puedes volverte loco ahora. ―Se dijo así mismo, intentando convencerse de que todo estaba en su cabeza.
Usando sus manos, intento cubrir su vista del implacable brillo del sol que hacía que el palpitante dolor de su cabeza le diera la impresión de que en cualquier momento esta estallaría. Al mirar su reloj se percató que ya era cerca del mediodía. Se había desvanecido por más de cinco horas.
―Dios. Abby debe estar muy preocupada.
Caminó con lentitud, intentando no caer. Cuando apenas se alejó unos metros intentando volver a su hogar, un funesto chirrido lo detuvo. Las oxidadas puertas de aquel nicho, se abrían y cerraban mecidas por el viento. Una extraña sensación llenó su mente. Por más que quisiera irse a su hogar, aquel lugar parecía estarlo llamando de una manera imposible de resistir.
A pesar de que sabía que era una mala idea, Liam no pudo evitarlo y regresó sobre sus pasos. Cuando estuvo frente a las puertas que se abrían pausadamente, una fría sensación recorrió su cuerpo subiendo desde su estómago, serpenteando por su esófago hasta llegar a su garganta. Apenas empujó levemente la puerta con sus manos, un olor nauseabundo penetró sus fosas nasales. Aquel inmundo y repugnante hedor casi lo hace vomitar. Completamente asqueado, intenta soportar aquella peste cubriéndose la nariz con su pañuelo. Cuando finalmente entra en aquel funesto lugar, se horroriza por completo. La luz del día que ingresa por las puertas abiertas, revelan una grotesca escena entre la gran cantidad de polvo suspendido en el viciado aire. El desquiciante sonido de cientos de moscas que pululaban por la inmundicia presente en aquel lugar, solo era una pequeña muestra del macabro hallazgo presente frente a los atónitos ojos de Liam.
Allí, contra la pared, arrojado como si fuera basura, se encontraba un ataúd hecho pedazos. Podían verse los polvorientos huesos de su antiguo dueño, asomarse entre las maderas rotas y podridas.
Sobre la meza de frío cemento, en el cual debía estar descansando aquel cajón, había otra cosa. Algo mucho más siniestro y, sobre todo, más reciente. Allí estaba la putrefacta cabeza cercenada de un niño de no más de cinco años. Las moscas, entraban y salían de su pequeña boca entre abierta. Sus ojos vacíos habían sido consumidos por completo por aquellas pequeñas carroñeras aladas. Entre los pocos cabellos que le quedaban y entre los jirones de piel, bajo los cuales se podía ver el blanco del pequeño cráneo, había restos de tierra, como si alguna mente enferma hubiera desenterrado el pequeño cadáver solo para depositarlo allí. Al alrededor de la pequeña cabeza, formando un circulo, había diez velas negras, completamente derretidas. Sobre la agrietada pared repleta de humedad, tras aquel macabro hallazgo, entre las gruesas capaz de telarañas habían dibujado un símbolo con líneas hechas de una sustancia de color rojo. Horrorizado, Liam se dio cuenta que aquella sustancia parecía ser sangre. El símbolo, trazado con líneas, formaba una estrella de cinco puntas dentro de un gran circulo que la envolvía. Liam recordó haber visto alguna vez aquel símbolo en viejos libros que hablaban sobre ritos satánicos.
Completamente aterrorizado, preso de un miedo y un asco que le helaron la sangre, retrocedió dando pasos hacia atrás, incapaz de apartar su mirada de aquel grotesco espectáculo. Al caminar de espaldas, completamente hipnotizado por la morbosa imagen que tenía ante sus ojos, sintió que tropezó con algo. Al mirar tras de sí, enmudeció por completo. Allí estaba el pequeño cadáver sin cabeza, completamente cubierto por gusanos. La repugnancia que sintió en ese instante fue tal, que no pudo contener el vómito que afloró por su boca, como un irreprimible flujo que emergía desde sus entrañas, que dejándola un amargo y ácido sabor. Mientras su estómago se retorcía y el flujo salía incesante hasta casi ahogarlo, Liam no pudo evitar observar algo aún más terrible. En aquel pequeño cadáver, faltaban grandes trozos de carne. En la pequeña pierna de una tonalidad negra por la descomposición, podía observarse claramente un gran hueco, en el que podía verse el blanco del fémur. El pánico que lo invadió, no le permitió ver con claridad, pero casi podía asegurar que aquel enorme hueco tenía la inconfundible forma de una mordida.
Aterrado, salió de aquella lúgubre sepultura. Intentó calmarse. Afuera, la fresca brisa y el brillo del sol, le permitieron tener un respiro. Su corazón no paraba de palpitar con una rapidez endemoniada. Sus piernas temblaban incontrolables y el sudor recorría su frente. Por primera vez en mucho tiempo, realmente estaba asustado. Algo terrible estaba pasando en aquel lugar.
Volvió a su hogar caminando lo más rápido que pudo. La terrible sensación de que algo malo estaba a punto de ocurrir, lo hicieron desesperarse. Entro velozmente a su casa abriendo la puerta de un fuerte empujón. Allí estaba la pequeña Abby, sentada en el sofá.