"Llegué a Rigrast tras la caída de Norhyal. Por aquel entonces tan solo tenía cinco años. Ernard, señor de Rigrast fue muy hospitalario con mi padre y conmigo, sobre todo conmigo. Me recogió sin pensarlo cuando me encontró helado en la orilla del río mientras esperaba a mi padre.
Allí conocí a Kathyna, la hija de Ernard, una elfa que tendría más o menos mi edad. Todo comenzó como una amistad, pero poco a poco fue a más. Nuestra relación duró hasta que cumplí los doce años, entonces mi padre y yo nos trasladamos al Bosque de las Sombras, un lugar lleno de vida que, al parecer, provenía de la energía transmitida por un árbol justo en el corazón del bosque. Todo pasó tan rápido, al poco tiempo, mi padre me casó con Kirmena, una relación que no tuvo ningún fruto, más tarde, después de que me dejara, me casó con Eluir, de esa relación nació Leldrin. Pero de repente todo cambió, el árbol que daba vida al bosque enfermó y dejó de ser un lugar seguro. Entre sus árboles comenzaron a deambular criaturas tan horribles cuya existencia jamás creí posible; esto nos hizo crear fronteras y embarcarnos en una guerra constante e interminable contra el bosque. Por si fuera poco, Eluir, seis años mayor que yo estaba harta de mí y cuando Leldrin murió en un accidente me dejó. Mi tercer matrimonio no fue distinto del primero y decidí olvidarme de las mujeres por un tiempo. Cuando cumplí dieciocho años, durante una expedición encontré a la mujer que siempre había querido, aunque no lo supiera en aquel momento, cuando la salvé de un orco. Cuando volví al palacio no conseguía quitármelo de la cabeza, aquella mujer de la aldea aparecía en mi mente cada vez que cerraba los ojos. Estuve tratando de convencerme a mí mismo de que no era buena idea, los humanos morían y su pérdida sólo me causaría más dolor. Todo fue en vano, caí en la tentación y volví a la aldea. Ella no se dio cuenta de que la seguía hasta que una noche me vio bajo su ventana, y desde entonces la acompañaba siempre al río para recoger agua y, ya de paso conocernos mejor.
Una tarde me enfade con mi padre y me fui. No tenía planeado nada de lo que ocurrió después. La mujer, cuyo nombre era Tarwe se ofreció a acompañarme, allí estuvimos hablando hasta que ocurrió. Todo comenzó con un beso en los labios, viendo que no lo rechazaba continúe hasta subirme sobre ella. Le desate el cordón que cerraba la parte superior de su vestido y le levanté un poco la falda. Comencé a acariciar su suave piel mientras la cubría de besos, todo terminó con el acto sexual, bajo un sauce junto al río. Aún hoy recuerdo la sensación de felicidad y placer que sentí en aquel momento. Cuando hubimos terminado me tendí boca arriba junto a ella y nos miramos con una sonrisa mientras los dedos de nuestras manos se entrelazaban. Después de aquello no podía pasar ni un momento sin pensar en ella, regresé varias veces a la aldea pero no la vi. Pasaron un par de meses antes de que volviera a verla. La encontré una tarde en la orilla del río. Me miró y me indicó que me sentara. Le dije que la había echado mucho de menos, entonces me percaté de que su cuerpo había cambiado ligeramente, finalmente confirmó mis sospechas, estaba embarazada y sólo yo podía ser el padre. Aquella noticia me hizo tan feliz, era mi oportunidad para arreglar el error que cometí con Leldrin, el destino me había dado otra oportunidad. Mientras el sol parecía ocultarse entre las aguas del río como si quisiera apagarse para siempre, Tarwe y yo hacíamos nuestros planes para el futuro, ella me prometió un hijo, y yo la vida eterna. Soñábamos con vivir en una cabaña junto a un lago, cerca del bosque para poder recordar este momento cada día al atardecer, y yo le prometí que haría su sueño realidad, nuestro sueño. Nos casamos y poco después tuvimos a nuestro hijo, un niño de cabellos dorados y ojos verdes como la hierba, decidimos ponerle Orion, que significa hijo del bosque en mi lengua. Luego tuvimos a Hamlet, me alegré tanto de que se pareciera a Tarwe. Tenía mi vida rehecha, pero entonces un fuerte veneno que tomé por accidente me afectó al estómago provocándome a la larga una enfermedad muy grave, digamos que el médico no me da más de once mil años de vida, de los miles y miles que viven los elfos. No voy a tener una vida larga, así que tengo que aprovechar cada momento, mis objetivos, asegurar el futuro de mis hijos y darle todo mi amor a mi mujer. Tengo miedo, mucho, no sé qué voy a encontrar después y, lo que más me agobia, ¿me dolerá? "
Sentí una fuerte opresión en el pecho. Cerré el libro justo cuando Balder entró.
_¿Qué haces? _preguntó sentándose a mi lado.
_Estaba escribiendo mi historia.
_Y ya de paso echándole un ojo a las demás _. Yo me reí_. Yo hice lo mismo, lo que pasa es que cuando llegué no había tanto escrito.
Yo le sonreí.
_Hay historias muy bonitas, y también muy tristes. Siento lo que te ocurrió.
Balder me sonrió.
_Pues yo no, si no me hubiera ocurrido, jamás habría encontrado este lugar, y tampoco sería tan feliz.
Yo le devolví la sonrisa.
_En eso llevas toda la razón.
Por la tarde salí a buscar a Ivar, tenía tantas cosas de las que hablar con él. Lo encontré afilando sus dagas sentado bajo un árbol. Me senté a su lado. Él me miró y me sonrió.
_Gardar, ¿cómo estás hoy?
_Estoy bien _. Miré cómo afilaba una de sus dagas en silencio, pensando cómo preguntarle lo que Le tenía que preguntar _. ¿Y tú cómo estás?
_Bien.
_He leído tu historia.
Ivar me miró.
_Ah_dijo.
_He leído que estás enfermo, ¿es eso verdad? _pregunté.
Ivar guardó silencio durante un breve instante.
_Sí.
Yo respiré hondo tratando de olvidar lo que había leído, de lo contrario acabaría llorando al final de la conversación.