El día había amanecido nublado aquella mañana y había muchas probabilidades de que lloviera, pero eso no me hizo cambiar de idea en lo que a ir a Haraball se refería. Con el grifo llegamos en unos minutos.
Haraball era una ciudad pequeña, situada en una hondonada entre las montañas. Era una ciudad sucia, vieja y fría, además, los habitantes no parecía que la cuidaran demasiado.
Dejamos el grifo en la entrada de la ciudad y continuamos a pie, nuestro paso no era muy ligero pues, Balder aún no estaba curado del todo. Mi visión de la ciudad no cambió a medida que nos adentrábamos en ella, al contrario, cada vez me parecía más repulsiva, además, sus habitantes nos miraban a Balder y a mí casi con desprecio.
Continuamos adentrándonos hasta llegar al mercado; jamás había visto otro con dimensiones similares. Allí había todo tipo de criaturas, elfos en busca de plantas medicinales o vendiéndolas, enanos con todo tipo de piedras preciosas... De repente sentí que alguien tiraba de mí y me conducía hasta un callejón cercano, al levantar la cabeza vi a Balder con un gesto de preocupación en su rostro.
_¿Qué ocurre?_ le pregunté confuso.
_Ssshh, elfos oscuros.
Me asomé un poco por la esquina de uno de los puestos tras el cual nos habíamos ocultado, efectivamente, un grupo de tres elfos oscuros merodeaba por la zona, pero no parecía que buscasen nada. Miré a Balder.
_Lo tuyo ya es obsesión_ le dije con una sonrisa.
Él también me sonrió.
_No, ojalá, pero no, esos pertenecen al que fue mi reino y, creo que no te lo he contado, pero estoy condenado a muerte allí, si me pillaran sería ejecutado de inmediato y no creas que se lo pensarán dos veces.
Yo los miré y volví a mirar a Balder.
_Pues esa información era interesante.
Balder me sonrió y se echó la capucha de su capa por encima ocultándose el rostro y el cabello blanco.
_Vamos, sin llamar la atención.
Seguí al elfo oscuro en silencio, tratando de no llamar la atención de nadie, pero en aquellas ciudades todos los forasteros llamaban la atención. Recorrimos el gran mercado hasta el final.
_¿Dónde está ese puesto?_pregunté.
_No sé... Yo recuerdo que estaba por el final pero... No vengo en años y, además, es posible que se haya prohibido, al menos eso espero.
Por desgracia para Balder no fue así, hacia el final del mercado más o menos, distinguimos un extraño puesto. Balder lo miró fijamente.
_Aquel es.
Avanzamos hasta él. Estaba compuesto por un pequeño altar sobre el cual hablaba un hombre corpulento a gritos, supongo que presentando a sus extrañas criaturas. Eché un vistazo a lo que había detrás de él, a todas y cada una de las jaulas, entonces mis ojos se cruzaron con una triste mirada proveniente de unos apagados ojos amarillos. Aquella mirada pertenecía a un ser de aspecto humano que, sentado en una esquina de su jaula y atado con pesadas cadenas de hierro, nos observaba con abatimiento. Profundas cicatrices adornaban su cuerpo lleno de suciedad y cubierto únicamente por unos harapos que tal vez en otro momento pudieron ser un traje. Su enmarañado cabello dorado le caía por la cara ocultando parte de sus facciones, pero no su mirada.
_Ayúdame _ oí salir de sus labios.
_Eso es lo que buscas_dijo de repente una voz a mi espalda sobresaltandome y haciendo que apartará la vista de aquella criatura.
_¿Qué?
Balder señaló al hombre encerrado.
_Eso es un Âncra- ähabel.
Pareció que la criatura se dio cuenta de que hablábamos de él porque en seguida se incorporó y aferró sus dedos a los barrotes. Un ápice de esperanza brilló en sus ojos.
Miré a Balder.
_¿ Cuánto tienes?
_Unas diez monedas de oro, trece de plata... Y unas veinte normales. ¿Y tú?
_Todos mis ahorros _ dije mostrándole una bolsa de cuero.
_Pero ¿ tú qué quieres, comprar el puesto entero?
Miré a las criaturas.
_¿Puedo?
Balder se encogió de hombros.
_Te arruinarías.
De repente se oyó el ruido de una puerta metálica cerrándose de golpe. Me volví y miré hacia el altar, el hombre llevó casi a rastras a la debilitada criatura agarrándolo de sus cadenas. Lo soltó y, al momento, cayó al suelo dejándome ver las dos enormes alas que tenía en la espalda. Me volví a Balder.
_¿Qué es eso?
_Pues lo que buscas.
_Esa cosa tiene alas.
_Pues claro, Âncra- ähabel significa hombre con alas en la antigua lengua Sigmalita. Es una criatura del norte, muy al norte, donde muy pocas criaturas son capaces de sobrevivir e incluso más antigua que los Sindas. Te va a costar bastante conseguirlo, el precio por este tipo de seres es muy alto.
Volví a mirar a la criatura, que tenía los ojos fijos en mí.
_Pues vamos a preguntar _ dije agarrando a Balder de la manga y arrastrándolo casi detrás de mí.
Él hombre seguía hablando en lo alto del escenario.
_Disculpe_, pero él siguió hablando_. ¡Disculpe! _grité. Aunque creo que el único que me escuchó fue el hombre con alas_. Oiga, quiero comprar esta criatura _ grité.
De repente el Âncra- ähabel reaccionó levantando el brazo y tirando de la camisa del hombre, quien le propinó una fuerte patada en la boca. Balder y yo nos llevamos las manos a la boca por instinto.
El hombre agarró al ser de la cadena que colgaba de su cuello.
_¿Qué te he dicho acerca de interrumpirme cuando hablo?
El apurado ser nos señaló.
_Señor, fui yo quien le llamó.
Él me miró y soltó al otro, que cayó a plomo sobre la madera.
_¿Qué quieres?
_Estoy interesado en esa criatura.