Tratamos de acelerar el ritmo al que volaban los grifos, pero, de repente, el dragón que sobrevolaba nuestras cabezas comenzó a descender en picado hacia nosotros, rompiendo la formación y haciendo que nos dispersáramos. En aquel momento eché realmente de menos tener un dragón.
_¡Cuidado! _ gritó Ivar de repente.
Él dragón volvía a caer sobre nosotros. Nos abrimos permitiéndole el paso a la formidable criatura de escamas plateadas, sin embargo, más de uno cayó ante las fauces del dragón.
Volvió a ascender y, aunque logré esquivar el cuerpo, me fue imposible evitar la cola. Golpeó con fuerza a Yarel haciéndonos caer.
El golpe hizo que saliera disparado de la montura, lanzándonos a los dos por los aires. Vi como me alejaba de la lucha, del dragón... Daba vueltas en el aire sin poder hacer nada por impedirlo y, aunque sentía que estaba gritando, no podía oírme.
Caí con fuerza sobre las copas de los árboles, destrozando las ramas más altas y continué cayendo y recibiendo golpes de las otras ramas hasta que logré agarrarme a una justo antes de chocar contra el suelo. Quedé suspendido en el aire, colgado de aquella rama a un par de metros. Cuando vi que no había mucha caída, solté las manos y me dejé caer al suelo, aunque las piernas se me doblaron debido a la fuerza del impacto y quedé tirado de rodillas sobre el suelo cubierto de hojas.
Alcé la mirada hacia el cielo, el dragón continuaba haciendo estragos en el ejército y varios elfos caían.
Un quejido atrajo mi atención, provenía de detrás de unos arbustos. Conseguí levantarme con trabajo e ir hacia ellos. Al apartarlos me di cuenta de que no todos habían tenido mi misma suerte, ni siquiera Yarel, que estaba tendido entre el suelo y los arbustos. Me acerqué a él y me agache a su lado mientras acariciaba su plumaje.
_Yarel_ dije con voz tan débil que pareció un susurro.
Él animal me miró y comenzó a lamerme la mano más cercana.
Lo observé con atención, tenía una pata herida y un ala que, por la forma en la que estaba doblada, lo más seguro es que estuviera rota. Me alegré, después de todo, no era tan grave como creía unos minutos antes. Lo acaricie de nuevo.
Justo en aquel momento comenzó a soplar un fuerte viento que agitó las copas de los árboles con tanta violencia que pensé que se doblarían. Instintivamente, me eche sobre Yarel para protegerlo.
Un agudo chillido cruzó el aire, un chillido que me heló la sangre, era otro dragón.
Alcé la mirada hacia el cielo una vez más, un gigantesco reptil color cobrizo se aproximaba al primero a una velocidad de vértigo. Agarré el plumaje de Yarel mientras sentía que las lágrimas estaban a punto de salir, no pasaríamos de aquella noche.
Entonces ocurrió algo que no esperaba, el dragón plateado dejó de lado a los elfos y se encaró con el recién llegado, el cual, no disminuyó su velocidad. Con un estridente chillido, el dragón plateado se lanzó contra el cobrizo. Ambos dragones chocaron.
Desde mi posición podía ver como se lanzaban mordiscos y arañazos, y se golpeaban con los largos cuellos.
Los elfos volvieron a formar y se lanzaron de nuevo contra los elfos oscuros. Vi como desaparecían entre las copas de los árboles. Al mirar hacia las ramas, vi como se deslizaban ágilmente entre las sombras que las frondosas ramas les ofrecían. Pasaban sobre mi cabeza como si fueran estelas, casi tan veloces como sus flechas.
Vacilé un instante, pensando en si debía o no seguirlos. Entonces me acordé del primer día que Balder me enseño a moverme entre los árboles, recordé su agilidad, su soltura, su mirada retándome a saltar...
Cogí mis armas de la silla de montar y acaricie de nuevo a Yarel.
_Enseguida vuelvo_ Le dije.
De un salto me encarame a la rama más cercana y empecé a subir hasta las ramas más anchas. Estaba ya casi rozando la más alta cuando una mano agarró la mía con fuerza. Alcé la vista y me encontré con los ojos grises de Ivar.
_¿Te ayudo? _ preguntó mientras tiraba de mí.
Miré hacia abajo, siendo testigo de la gran distancia que había recorrido.
_Gracias _ dije mirándolo de nuevo a él.
Fuimos juntos entre las ramas, disparando con el arco a todos los elfos oscuros que nos encontrábamos.
Entonces Ivar se detuvo de golpe, haciendo que chocara con él.
_¿Qué ocurre? _ Le pregunté.
Al volverse hacia mí pude ver que su rostro era una máscara de horror.
_Acabo de ver lo que quieren_ dijo reanudado la marcha.
_¿Qué?
_No nos quieren a nosotros, ni el palacio, quieren destruir eso_ dijo señalando a un viejo árbol en medio del bosque que desprendía un brillo fantasmal_, el árbol que da vida al bosque, que nos da la fuerza, el que evita que el fuego nos queme. El lugar al que van las almas para poder formar parte de la naturaleza.
Yo lo miraba hipnotizado.
_Debemos impedir su destrucción entonces_ dije, pero Ivar ya estaba disparando a los elfos oscuros otra vez.
Un gran estruendo llamó nuestra atención, y la de los elfos Ghendas. Miré hacia el cielo, sólo quedaba un dragón planeando en lo alto, un dragón rojo.
Sonreí al verlo. De repente vi que viraba y se dirigía hacia el lugar del que procedían los elfos Ghendas con el pecho iluminado.
_¡Ponte a cubierto! _ me gritó Ivar mientras saltaba a toda prisa por entre las ramas, seguido de los otros elfos.
Yo los imite.
La parte del bosque en la que se ocultaban los elfos oscuros se convirtió en un bosque de llamas que se alzaron por encima de los árboles. La noche se llenó de gritos que pronto se ahogaron para volver al más absoluto silencio. Estábamos a más de treinta kilómetros de distancia, pero el viento caliente acompañado de restos de cenizas y olor a azufre nos golpeó con fuerza.
Por un momento todo quedó sumido en el más profundo de los silencios. Sólo oía los fuertes latidos de mi corazón. De súbito, una figura alada envuelta en llamas se alzó a toda velocidad hacia el cielo oscuro, lanzando fuertes y estridentes gritos de alegría, seguidos de los pertenecientes a los elfos del bosque, que alzaron sus arcos, victoriosos.
Abajo, los elfos oscuros que quedaban con vida, totalmente desolados, emprendieron la retirada.