La camioneta corría por la parte este del pueblo, esto para evitar a la gente que se encontraba del lado oeste. Natalia sabía que de todas formas la encontrarían por el ruido que hacía, pero tenía ventaja en ese momento y debía aprovecharlo.
Giró el volante a la izquierda, al llegar al final de la cuadra dobló a la derecha, avanzando tres casas y a mitad de la calle le dio vuelta al volante hacia la derecha, dejando la camioneta a mitad de la calle. Natalia observó por el espejo que tenia del lado derecho y se echó en reversa para poder entrar en un callejón.
Al estar cerca del muro que marcaba el límite del callejón, detuvo la camioneta y luego la apagó.
El callejón estaba demasiado oscuro así que no había posibilidad de que lo encontraran.
Al terminar, salió de la camioneta y se dispuso a escalar por la pared.
Al estar en el techo, pudo ver a lo lejos como una norme luz naranja se hacía en pedazos y recorría el lugar.
—Debo darme prisa —exclamó.
Pasaron unos minutos, Natalia estaba en el tejado de la casa que se encontraba frente a la suya.
Metió la mano en uno de los compartimientos que se encontraban de su lado derecho y sacó un pequeño tubo con un orificio en medio. Presionó un botón que tenía en el centro y este se expandió. Colocó el tubo en la cuerda de acero, tomó impulso, respiró profundo y luego corrió con fuerza. Al llegar al final del edificio su cuerpo quedó completamente en vertical.
Al llegar al techo de su casa corrió hacia la galera, abrió la puerta y corrió hacia el fondo, se aferró al tubo en vertical y empezó a descender terminando en su habitación.
Salió con un poco más de calma para evitar hacer ruido y escuchó que su abuela le decía algo a los citadinos.
—Muchacho, si alguien hubiera sabido de la existencia de esa puerta, tus amigas habrían sido quemadas en el quisco del parque. Lo sé, porque yo le ayude a instalarlo —exclamó la anciana.
Natalia asomó un poco la vista, luego bajó las escaleras sin hacer el menor ruido.
—Ya está —le dijo Natalia a Don Teodoro.
—Ella es Natalia Lombard, mi nieta —dijo orgulloso Don Teodoro.
—Ya conocía a uno de ellos —dijo Natalia.
—¿Dónde dejaste mi camioneta? —preguntó el chico al que le había quitado las llaves.
—La dejé en un callejón, nos servirá de señuelo.
—¿Señuelo? —preguntó Ricardo.
—Deben salir del pueblo. Ahora la señora Andrea tiene el control sobre la gente y en cualquier momento empezara a entrar a las casas a buscarlos a ustedes. —dijo Don Teodoro.
El joven de los lentes empezó a sudar.
—Tendremos que esperar —volvió a decir el señor—. Natalia, ve hacia el lugar donde ocultaste la camioneta y espera ahí.
La chica volvió a subir las escaleras.
2
Había pasado una hora. Natalia tenía el radio con el volumen bajó, esto para evitar ser descubierta por los pobladores que buscaban la camioneta, pero ella podía escuchar bien.
En algunas ocasiones se escuchaba al abuelo hablar con alguien, en otras se le escuchaba murmurar algo a los chicos y la mayoría del tiempo tarareaba.
—¿Cómo vas? —le preguntaba Don Teodoro a una persona con la que se topaba en la calle.
—Bien…aburrida —respondía Natalia con pereza.
—No te preocupes, aparecerán pronto —respondió Don Teodoro.
Natalia suspiró con frustración.
Pasaron veinte minutos, Natalia se había quedado dormida.
<< Las manos volvieron a aparecer. Esta vez acariciaban el rostro de Natalia, pero el escenario había cambiado. Ahora se encontraba sentada en la cama de una habitación reducida, frente a ella, había una mujer que le sonreía.
Cerca de la puerta, un hombre caminaba de lado a lado, parecía preocupado. En ese momento, la mujer se alejó de Natalia para acercarse al hombre, tomarlo de los hombros y luego abrazarse, pero el momento duro poco, ya que alguien golpeó tres veces la puerta. El hombre observó a Natalia y la mujer se acercó a la niña. Le tapó la visibilidad y hacía que viera hacia ella.
El hombre se acercó a la perilla de la puerta, tomó el picaporte y…>>
Editado: 03.07.2018