Era casi la hora de inyectarse el suero que la noquearía en un sueño profundo e inexorable. Se lo habían entregado con órde- nes claras de que se lo administrara a sí misma ni un minuto más tarde de las 9 de la noche.
El suero las haría caer, tanto a ella como a Ash, en un sueño reparador e ininterrumpido para que al despertar minutos antes del aterrizaje en la Tierra, mente y cuerpo estuvieran bien des- cansados y preparados para funcionar al máximo. Nadie sabía qué las aguardaba allí abajo y cuándo volverían a tener la oportu- nidad de dormir de nuevo.
Sooz pasó la yema de sus dedos por el pequeño cilindro de vidrio de la jeringuilla. Una mano invisible parecía apretarle el corazón, recordándole que quizá ya nunca volvería a ver a nadie de Noé.
Sacó el capuchón de la aguja e irguió la mano para acercarse la diminuta punta al cuello. Bastaría un ligero toque contra su piel para que surtiera efecto.
Sabía que aún no era la hora, pero necesitaba aliviar el terrible dolor que sentía en el pecho. Driamma tenía razón: la vida de Sooz había sido un camino de rosas y ahora se daba cuenta de lo que significaba perder a tus seres queridos. O tan solo la idea de perderlos ya bastaba para abrasarlo todo en tu interior.
Detuvo la jeringuilla apenas un centímetro de su piel y su corazón maltrecho dio un vuelco al escuchar que llamaban a la puerta de su habitación.
63
Acababa de cenar con sus padres y Gábor, y la única persona de la que aún no se había despedido era Elek.
Despacio, depositó la jeringuilla en su mesita de noche con manos temblorosas. Bajó las escaleras de dos en dos y se acercó a la puerta de su dormitorio con el corazón disparado.
Tenía que ser él.
Durante la cena no había dejado de echar miradas sobre su hombro, esperando verlo entrar en el comedor, pero no hubo ni rastro del muchacho con el que había crecido esos últimos años. Conforme pasaron los minutos, se había ido hundiendo en la descorazonadora idea de que no pensaba despedirse de ella. Ni si quiera dada la peligrosidad de la misión.
Sin embargo, no lo había culpado a él, sino a sí misma. Ella lo había empujado lejos, y ahora pretendía que pasara sus últimas horas con ella en lugar de seguir con su propia vida.
Niña malcriada.
Antes de abrir la puerta se obligó a respirar, pues su cuerpo parecía haberse paralizado en el momento en que oyó los suaves toques contra la superficie.
Pensaba que era imposible después de tantos golpes, pero notó el momento exacto en el que se rompió su corazón de nue- vo, al encontrarse a su hermano en lugar de a Elek.
—¿Llego a tiempo? —inquirió Gábor, esbozando una de esas sonrisas, que había metido en líos a tantas chicas.
—Diez minutos —musitó Sooz, sin molestarse en ocultar su impaciencia. Gábor se había mostrado distante e indiferente con ella durante toda la cena familiar. Si no fuera porque le conocía bien, hubiera creído que la noticia de su muerte en la Tierra no le afectaría en lo más mínimo.
Sin pedir permiso, en su papel de hermano entrometido, se apretujó entre ella y el hueco de la puerta que quedaba libre, y entró en la habitación.
64
Sooz dejó que la siguiera a la planta de arriba y se tumbó en la cama donde tenía todo preparado.
No conseguía alejar la sensación de que aquella inyección iba a matarla o al menos llevarla lejos de todo lo que conocía y ama- ba. Lo que era muy parecido a morir.