Cuando Anetta regresó al palacio, varios de los guardias ahí presentes hicieron una marcada reverencia y le sonrieron. La mujer solía ser muy educada y amable con todos, y aunque ella no se diera cuenta, había soldados que albergaban unas fuertes esperanzas en que la joven correspondiera a sus sentimientos.
Ella siguió caminando, con una preciosa sonrisa y su pelo suelto que le llegaba hasta las caderas, cuando sin querer, su mirada recayó en un llamativo trozo de listón rojo atorado en una astilla de la madera. Märah se acercó a él, lo tomó entre sus manos y terminó soltándolo cuando sintió el suficiente repudio de sus recuerdos. “Sabrás de mi siguiente visita a tu amado rey cuando veas un listón rojo en la puerta del castillo”. Su sonrisa murió, sus labios cayeron pesadamente hacia abajo y observó cómo la fuerte brisa mañanera arrastraba la tela por todo el suelo.
El pecho le dolió, sus ojos se oscurecieron, y antes de que se diera cuenta, sus piernas subían presurosas los escalones hasta la habitación de él.
Magnus yacía recostado en la cama, su mirada estaba anclada hacia la ventana y tenía las sábanas blancas hasta la cintura.
—¿Estás bien? Te noto muy tenso.
Él la miró. Una preciosa mujer estaba a su lado, desnuda y esperando una respuesta.
—Estoy bien.
—¿Seguro?
El vampiro suspiró, estiró su brazo derecho sobre los hombros de ella y entonces le besó la sien mientras intentaba sonreírle.
La puerta se abrió de golpe, Magnus se sobresaltó y de inmediato los ojos se le llenaron de pánico al verla, a ella y a su expresión rota y desilusionada.
—Anetta… —soltó instintivamente a la mujer que no dudó ni un solo segundo en burlarse de ella. Pero cuando Hécate intentó ponerse de pie, sin exponer ninguna parte de su cuerpo que resultara obscena, Anetta ya se había ido.
La muchacha levantó su falda y comenzó a correr, bajó las escaleras, atravesó los corredores y consiguió llegar a la salida antes de que él la alcanzara.
Bruce y dos guardias más, Aníbal y Dorante, estaban llegando. El soldado todavía tenía las riendas de Zermman en la mano y solo pudo soltarlas cuando Märah llegó a él, lo miró con súplica y se montó sobre el caballo. Casi como si Zermman quisiese protegerla, la recibió sin ningún reparo y comenzó a galopar rápido y sin detenerse.
—¡¡¡Anetta!!! —Magnus salió corriendo, venía descalzo y con una bata negra cubriendo la desnudez de su cuerpo.
Bruce y los otros dos guardias apartaron sus miradas incómodas.
—¡Bruce, ensíllame otro caballo!
—Eh… La, señorita se acaba de llevar a Zermman.
La expresión que se apoderó de Hécate le causó escalofríos. El vampiro se dio la vuelta, se acercó a él y le habló con una frialdad que nunca antes había expuesto.
—En este palacio existen más de quinientos caballos. ¡Ensíllame cualquier otro!
—Enseguida, Majestad.
El Mandato regresó a sus aposentos, volvió ignorando las burlas y los murmullos de las personas que se encontraban cerca de él, y aunque el rostro le ardía de vergüenza, rabia e impotencia, no lo demostró. Magnus caminó con un aire señorial, y no se desmoronó hasta que llegó a su habitación. Entonces comenzó a vestirse.
—No lo entiendo —dijo la vampira, la cual seguía metida en la cama.
—No entiendes ¿qué?
—¿Por qué corriste detrás de ella?
—Con todo respeto, no tengo por qué darte explicaciones.
“Porque rompí mi promesa”, quiso responder, pero no lo hizo.
—No te entiendo, Magnus. ¿Y qué más da que haga una rabieta tan infantil como la que hizo? ¿Irás a buscarla y pedirle perdón como si la culpa fuese tuya?
Hécate se amarró los cordones de las botas.
—Te repito que no voy a tratar este asunto contigo.
—A este paso todo el reino pensará que Lady espacios sin sentido ocupará el puesto de nuestra primera consorte.
Magnus se giró hacia ella. Su expresión la obligó a salir de las sábanas, aterrada y petrificada como un gorrión siendo acechado por un gato.
—¿Qué, dijiste?
—Lamento mi imprudencia… —intentó disculparse, pero se puso todavía peor cuando lo vio a él sujetarse la cabeza con ambas manos.
—Fuiste tú. Tú le dijiste que si no podría servir como mi amante o como mi consorte entonces su presencia era un adorno más. ¿Qué demonios hice? Anetta va a odiarme el resto de mi existencia.
La mujer se sintió aterrada.
—No era mi intención, te lo aseguro.
Magnus levantó sus manos para que no lo tocara. La miró una última vez y entonces le dio la espalda.
—Enviaré a uno de mis guardias a solicitarte un carruaje, y te pido por favor, que cuando yo regrese, tú ya no estés aquí.
—Hécate…
—No me vuelvas a buscar, Ravkana. Te lo pido y te lo ordeno.
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Editado: 07.05.2024