Los hacedores de la herrería y la construcción trabajaron día y noche. Magnus encargó que los herreros crearan un grueso collar acerado para que todos, absolutamente todos los soldados lo llevasen puesto. El Mandato sabía que había diferentes formas de terminar con la existencia de un vampiro, y debido a que una de esas formas era degollándolo, quería evitar que las filosas espadas tocasen sus cuellos. No tendrían gran oportunidad de defenderse contra el fuego, pero al menos ese no era el elemento fuente de las sirenas.
El sonar de los cuernos se escuchaba por todo el reino, los habitantes habían sido evacuados y escondidos en las montañas. En las costas se comenzaban a formar los anillos de seguridad, y aunque despedirse de él le desgarró el pecho, Bruce le dio un último abrazo a su mejor amigo para después dirigirse a su puesto.
—Mantente con vida, por favor.
—Vamos Bruce, que todavía no ha nacido el guerrero que logre terminar conmigo.
Y luego de un par de palmadas y sonrisas, ambos se separaron. En un lóbrego rincón del bunker, Aníbal y su compañero Dorante se dedicaron un par de miradas.
La guerra apenas estaba comenzando, y cuando Hécate vio a otros dos colosos del mar acercarse hacia su palacio, un espantoso nudo de miedo se le formó en la garganta.
—¡Arqueros, estén listos! —gritó, siendo él el primero en apuntar su gigantesca flecha envuelta con lumbre. Y apenas el primer barco cruzó la línea fronteriza, el vampiro disparó.
Su flecha se elevó por los cielos, chilló entre el viento y aterrizó perfectamente en el almacén del barco, justo en donde los tritones guardaban los explosivos. Una dantesca cortina de humo se elevó en los cielos después de la explosión. El tiro del segundo Mandato había dado en el blanco.
—¡POLISKA! —Dimitrio entró corriendo a la casa de la que, hasta ese momento, se consideraba una bruja—. ¡Nos están atacando! ¡Nos atacan!
—¿Quién? ¿De qué diablos hablas, muchacho insoportable!
—¡Estamos en guerra!
—¿En guerra? ¿Ahora qué hizo tu estúpido padre de conversión?
Dimitrio se puso rígido, pues Poliska era la única persona que se atrevía a soltarle aquellas palabras.
—Han evacuado a los vampiros y las tropas de Magnus se reúnen en el lugar que antes fue la cueva de Zacarías.
—Bien.
—¿Solo bien? ¿No vamos a hacer nada?
—Yo no. Si tú quieres inmiscuirte en una pelea en la que puedan o no arrancarte la cabeza, no será asunto mío. Márchate o quédate que yo cerraré mis aposentos con magia negra.
Dimitrio miró hacia el horizonte. Las nubes de humo ya comenzaban a tocar los cielos.
***
—¡Majestad, Majestad! —las puertas del palacio se abrieron, obligando a Celestia a levantar su mirada.
—¿Qué te pasa, Halcón? ¿Qué has visto?
Un mercenario de tez morena y que portaba una túnica de plumas blancas, se acercó a su reina e hizo una rápida reverencia.
—El Rey Vallarte está atacando a la sexta tierra.
—¿Atacando?
—Sí, Majestad. Los dos reinos han entrado en guerra.
—¿Pero cómo es eso posible? Rápido, envía algunas águilas a los demás reinos y que pidan una audiencia con ellos en mi palacio lo más pronto posible. También envía a más guardias para que vigilen nuestros límites territoriales. Si Vallarte ya ha atacado a Magnus, no dudo en que seremos los siguientes.
—Como ordene, mi reina.
La junta se llevó a cabo dos días después. El resto de los reinos estaban consternados y ciertamente preocupados, y no era para menos. Estaban atacando a la sexta tierra y nada les aseguraba que los siguientes en la lista no fueran ellos.
—Señores —Celestia volvió a hacerse con su atención luego de que, por quinta vez, los demás reyes se pusieran a discutir—. Tenemos que mantener la calma.
—¿Calmarnos? ¡Eso es lo que quiere él! Vernos calmados para aniquilarnos como cucarachas —Kazuko golpeó la mesa con su mano.
—No tenemos por qué entrar en pánico. Hasta ahora la disputa solo está centrada entre el reino de las sirenas y la tierra de la muerte.
—Y pronto estará también centrada en Farka. Celestia, no esperarás que me quede de brazos cruzados viendo cómo atacan a mi tierra pariente sin hacer nada.
—Nadie se va a meter. O dígame, alteza, ¿Hécate Magnus ya le ha pedido ayuda a sus tropas?
—¡Ni lo hará! Hécate es un testarudo y preferirá quedarse sin combatientes antes de pedir ayuda, pero ahí estaré yo para brindarle mi mano.
—¡No nos meteremos y es mi última palabra!
—¡Magnus se metería si el país que estuviera en guerra fuera el nuestro! —Kariomel alzó su voz.
—¡Meternos es un suicidio, señores! —de pronto, una explosión provocó que cientos de pequeños cristales cayeran sobre la mesa y sobre todos los presentes. Celestia tiró de su túnica y se cubrió. Estaba aturdida y los oídos comenzaban a sangrarle—. ¡¿Qué está pasando?!
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Editado: 07.05.2024