“Cuando sientas que tu honor ha sido pisoteado por una calumnia, asegúrate de mostrar el valor de tu palabra. Pues al final de cuentas eso será lo único que te mantendrá de pie”. Le había dicho Hécate Magnus hace muchísimos años, cuando Bruce recién había llegado al palacio y los antiguos guardias comenzaron a proferir calumnias y falsa información sobre él y su procedencia. No fue nada fácil que el vampiro se adaptara a su nueva vida dentro de un reino al que no había pertenecido antes, y mucho menos como soldado y mano derecha del propio Mandato, pero ahí seguía, su palabra había tomado fuerza y sus actos siempre estarían presentes para respaldarlo.
Aquella mañana, cuando Samira despertó, le sorprendió saber y ver que el vampiro no le había mentido. Pues hasta el último segundo de la noche, él había permanecido ahí con ella, debajo de su cuerpo y en la misma posición que cuando la sirena se había dormido.
—¿Estás lista para acercarnos al volcán?
Ella le sonrió.
—Desde luego que sí —pero entonces, hizo algo que puso a los sentimientos de Bruce dispararse como cañones de fuego. La sirena se puso de pie, dándole la espalda le demostró la desnudez absoluta de su cuerpo; sus caderas, su cintura y esa hermosa espalda que casi consigue ocultar su larguísimo cabello negro.
Bruce apartó la mirada, fue consciente de su propia desnudez y se cubrió la cintura con la cortina. Esperó a que la sirena se colocara su desgastado vestido de perlas y también procedió a vestirse.
La mañana estaba clara y demasiado húmeda por la lluvia de la noche anterior, pero aquello no les fue impedimento para seguir con su camino. Anduvieron durante horas, recorrieron los senderos y treparon a los árboles, pero nunca encontraron aquello que realmente esperaban. Aquella montaña de fuego era un volcán y nada más, no había centinelas ni guardias ni lugareños, solo rocas, árboles y esos espantosos símbolos de los Mares del Oeste.
—Aquí no viven los Ikarontes —Samira se sentó sobre una roca y su semblante evidenció su agotamiento y decepción.
—Al menos esto confirma nuestras sospechas. Es una isla desierta, una isla sin nombre.
—Tenía la esperanza de que los Ikarontes pudieran ayudarnos.
Bruce se sentó cerca de ella.
—¿Quieres ir a casa?
—Una parte de mí desea volver, pero la otra y la más razonable…
—¿Le tiene miedo a las Kilfadas?
—Y a mi padre. ¿Qué tal si no ha acabado la guerra? ¿Sabes Bruce? Me siento una completa egoísta.
—¿Por qué?
—Me niego a quedarme, y cuando encontramos un vestigio de ayuda que no se cumple, me alegro por ello. A veces quiero estar en Alta Marea, en mi habitación y recorriendo los pasillos de mi palacio, pero otras quisiera quedarme a vivir en este maldito lugar sin una sola promesa de vida. Y no me pongo a pensar en lo que tú quieres.
—Y según tú, ¿qué es lo que yo quiero?
—Volver a Mortum. Enfrentarte a los hombres que te quisieron asesinar y regresar al lado de tu Mandato. Sé lo importante que es Magnus para ti.
—Samira…
—Te mentí —sus ojos se llenaron de lágrimas—. El día que me encontraste en tu palacio viendo la pintura de Carpathia, no estábamos ahí para dialogar. Mi padre se encargaría de hacerle creer a Magnus que habría paz entre ambos reinos y que él abandonaría la idea de levantar un consejo entre las seis grandes naciones. Yo tenía otra misión. Te engañé para que me llevaras hasta la costa y desde ahí pude ver todas las entradas y los puntos que muy posiblemente Magnus terminó convirtiendo en bases de resguardo. Yo le entregué toda esa información a mi padre, Bruce… Yo… Yo estaba ahí para asesinarte, porque cayendo tú, Hécate caería muy pronto y no sé si lo ha hecho. ¡No sé si Magnus está muerto con tu partida! ¡Quiero volver pero me da miedo! ¡Tengo miedo!
—Tranquila —el vampiro la abrazó y silenció sus sollozos.
—Bruce…
—Samira, no fue tu culpa. Estabas siguiendo órdenes como lo haría cualquier mercenario de cualquier nación.
—Si Magnus muere, nunca me lo perdonaré.
Pero entonces Bruce se puso a reír.
—Samira, querida Samira, no conoces a Magnus.
—Entonces, ¿crees que siga vivo?
—No lo creo. Lo aseguro.
La tarde cayó pronto, Bruce y Samira regresaron a la cueva y esta vez se adentraron más en ella. Quizá, allá en lo profundo de sus entrañas se encontrarían con algún ser o tribu diferente o parecida a los Ikarontes. Pero el calor que aquel lugar desprendía no era normal, lo que indudablemente disparó una vaga esperanza en ellos dos.
—El calor está subiendo.
—Y el eco también.
De pronto, un inmenso, profundo, oscuro y aterrador agujero de dimensiones desmesuradas apareció frente a ellos.
—¿Qué demonios es eso?
—No tengo ni idea, pero no te acerques. Samira, ven aquí.
—Es un foso. ¿Crees que haya alguien allá abajo?
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Editado: 07.05.2024