Quién iba a imaginar que después de aquella destructiva guerra, los siguientes acontecimientos que llegarían a suceder serían el prefacio de una cadena imparable de aventuras, festejos y tristeza. En el año de 1700, El Reino de los Cielos se puso de manteles blancos cuando la reina Celestia concedió vida a su única heredera de nombre Anono. Después, en 1743, el Rey Kazuko y la reina Adamaris dieron a luz a una preciosa niña de cabello rojo, la cual llevaría el nombre de Doguer. Luego, y pocos años después, en 1747, el joven rey de los osos, Kariomel, vio nacer a la mayor de sus hijas, Anara. En 1789 llegó el nacimiento de la princesa Yako después de que el rey Kiroto y su esposa decidieran procrear una heredera al trono. Y para terminar, en 1904, la futura Mandata del reino de la muerte estaba encontrando a su futuro heredero en una provincia gernarda, muy, pero muy lejos del Otro Mundo.
Samira tenía razón, el tiempo en el Otro Mundo, al menos para los reyes, funcionaba de una manera totalmente diferente a los gernardos. Las futuras reinas nacieron en años diferentes y muy alejados de la última batalla que Poliska levantaría en Mortum en 2018. Sin embargo, cuando ellas se pararon en el palacio de la muerte, apenas se veían entre los veinte y los treinta años, cuando en realidad sus edades cronológicas superaban los doscientos. Samira, Anono, Doguer, Anara y Yako eran impresionantes guerreras, mujeres de armas tomar y de palabras que valían oro. Eran hijas de reyes impresionantes, reyes poderosos, y cada una de ellas lideraría su tierra bajo la ternura, el amor y el respeto con el que sus padres las hicieron crecer. Desgraciadamente, la vida para estos seres no era eterna, era larga, pero no eterna; los reyes murieron, cada uno a su tiempo, y aunque sus restos siguen descansando en sus respectivos hogares, ellos saben que sus hijas tienen el valor que de ellos pudieron heredar.
Cuando Samira colocó uno de sus pies en la tierra de su destino, allá por 1935, el corazón pareció martillarle el pecho. Su boca se había secado y una parte de ella necesitó esforzarse para hacerle recordar que se veía encantadoramente bella con aquel vestido azul de perlas, esa corona de conchas y los adornos con los que sus piernas brillaban.
—Respira… —se dijo, sobre todo cuando vio a Anetta Märah Roximén llegar de la mano de dos simpáticos muchachos. Scott y Kerry, por supuesto.
Pero por más que la sirena esperó y trató de buscarlo entre todos los guardias que protegían a la soberana, no pudo verlo. Bruce no había venido con ellos. No hacía mucho que Hécate Magnus había muerto, por lo que la sirena se seguía preguntando por qué nunca la había vuelto a buscar.
—Reina Samira —Anara se paró junto a ella, envolvió su brazo con el suyo y le entregó una deliciosa copa de vino—. Es un gusto tenerla por aquí.
Samira le sonrió. Ella y las demás reinas ya tenían rato conociéndose, lo que había servido para forjar una buena amistad y confianza entre ellas.
—Veo que ya todos están reunidos.
—Así es. Solo faltabas tú para que comenzáramos con la reunión.
El año de 1935 estaba en su plenitud y se había convocado a todas las nuevas reinas de las diferentes naciones para firmar un tratado de paz entre reinos.
—¿Por qué te veo tan triste, Samira? —Anara le acarició el rostro, tan tierna y dulce como siempre.
—Descuida, no es nada.
—¿Has esperado al Cazador de las Altas Mareas y no le has visto llegar?
Samira se quedó petrificada.
—¿Cómo sabes de él?
—Es la historia de amor más hermosa que se cuenta entre los reinos.
La sirena se sonrojó.
—Pero he de imaginar que se ha contado en diferentes versiones.
—¿Quieres tú contarme la original?
Samira le sonrió.
—Venga ya, Samira, que tenemos tiempo de sobra. Además, por lo que he podido ver, todos están tan ocupados que ni siquiera prestan atención. ¿Has visto a Yako? Ha quedado perdida después de ver al hijo mayor de Anetta Roximen.
—¿El hijo mayor? —cuestionó la sirena.
—Así es. Se llama Scott.
Una historia, Anara tenía razón. Aquella historia se había vuelto la inspiración perfecta para poesías, obras de teatro, leyendas, mitos, baladas, cuentos para dormir y confesiones de amor. Los nombres de Bruce y Samira habían traspasado años enteros y lo seguirían haciendo hasta que un joven vampiro de nombre Kerry Roximén, le contase a su amada la historia del soldado vampiro y la reina sirena que dejaron su romance en pausa, pero que con el tiempo podría volver a retomarse. Pero eso, queridos lectores, ya no será otra historia.
Cada uno de ellos encontró sus propias lágrimas y su manera de gritar y lamentar una pérdida que les dolería el resto de sus días.
Magnus le lloró a Zacarías.
Anetta le lloró a Magnus.
Dimitrio le lloró a Keila.
Scott le lloró a Stephanie.
Y aunque hubo un momento en el que Bruce y Samira se lloraron mutuamente, el destino decidió que era momento de reencontrarse y sanar todas sus viejas heridas.
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Editado: 07.05.2024