El ser humano es ambicioso por naturaleza. A veces, el poco o mucho tiempo que se nos entrega para vivir, no suele ser suficiente. Queremos más, pedimos más, buscamos la manera de extendernos y abarcar más de lo que deberíamos, todo porque aún tenemos asuntos pendientes; promesas por cumplir, sueños por vivir, objetivos por alcanzar, amores qué gozar, o simplemente trabajar y disfrutar de la vida misma. Sin embargo, no todo se diluye en buscar lo que me falta. Para otros, la vida es simplemente una epifanía humillante de pena y dolor.
No es mentira que el mundo se compone de tres tipos de personas. Los que quieren vivir, vivir y vivir. Los conformistas: viviré hasta que la vida me lo permita. Y los negativos; aquellos que se la pasan blasfemando sobre su nacimiento, aquellos en los que las preguntas como: ¿qué hago aquí? ¿Para qué sirvo? ¿A dónde me dirijo? se repiten constantemente en sus cabezas. Ahora bien, ¿qué tal si a esos tres tipos, le agregamos uno más? Un cuarto que se haría llamar Los inmortales. Aquellos en los que la vida, hasta cierto punto, se aferra a sus cuerpos y se niega a dejarlos partir. ¿Qué son los inmortales? ¿Pueden desaparecer en algún momento? Y en caso de que sucediera, ¿a dónde irían sus almas, sus cuerpos y sus seres cuando finalmente se han desintegrado?
A ella le costó mucho trabajo entenderlo, pero, y afortunadamente, nunca estuvo sola, pues él siempre veló por sus pasos.
Terminó de sonar el timbre del colegio, tan ruidoso y desgastado como siempre. Aquel sonido anunciaba que un nuevo año de preparación escolar estaba comenzando. Los alumnos empezaban a entrar a sus salones, mientras vacilaban y bromeaban con los profesores y con uno que otro intendente, por ejemplo con Jude, un divertido hombrecillo, y digo hombrecillo porque no llegaba ni al metro sesenta, que a diferencia de muchos otros, glotones y de mejillas regordetas que se la pasaban desfilando por toda la institución gruñendo por todo y a todos, Jude era muy amable y dulce.
Volvamos a los alumnos. Algunos rostros eran desconocidos, develando así el misterio de quiénes serían los jóvenes de nuevo ingreso. Por su parte, los demás no eran más que simples veteranos esperando a rencontrarse con sus viejos compañeros que no veían desde el inicio de las vacaciones.
La preparatoria a la que Stephanie asistía desde hace ya tres años y medio, se ubicaba específicamente en Balefia. Y seguramente se preguntarán. ¿Dónde demonios queda Balefia? Permítanme contarles que esto es un pequeñísimo pueblo situado al suroeste de Quitakram, una provincia de Nueva Lenoa. Tan pequeña que apenas y figuraba en los mapas modernos. Un lugar que mayoritariamente era dominado por los cielos plomizos y los atardeceres naranjos. En realidad, Quitakram era muy reconocido por esta extraña peculiaridad; tanto que incluso la gente solía apodarle: El país de la eterna estación otoñal, y es que vamos a ser sinceros, que alguno de sus habitantes recuerde, solo ha visto el sol unas quince o veinte veces al año; lo que claramente negaba la posibilidad de utilizar trajes de baño, hacer fiestas en la playa, o ver escotes veraniegos. Verano, ¿alguien de Balefia conoce esa palabra?
—Es un nuevo comienzo para todos, ¿no te parece, Stephanie? Solo espero que tus amigos ya entiendan el significado de la palabra: Madurar.
Sus palabras estaban llenas de ironía, cruel, amarga y sensual ironía que siempre la había caracterizado.
Ella había llegado corriendo, dando pequeños saltos mientras se aferraba a su brazo por la emoción de ver rostros nuevos, o tal vez por otro motivo que seguramente le contaría más tarde. Bonita, hermosa, una Diosa afrodisiaca de cabello castaño, pómulos remarcados y naricita delgaducha que la hacía parecer una preciosa sílfide. Y es que no existe otras palabras para describirla. O sí. Perra infame que llevaba el título de ser su mejor amiga. La quería con locura, entrega, y eso que a veces, solo a veces deseaba estrellarle en la boca el pequeño espejo de mano con el que siempre se estaba maquillando. Pero sí la quería, la quería tanto que incluso hubiera aceptado comprarse un vestido y ponérselo solo para verla sonreír. Tampoco te confundas, querido lector, pues su desmedido cariño hacia ella a veces se transformaba en un poderoso caos explosivo. Lo que Danisha tenía de bella, desgraciadamente también lo tenía de irónica, divertida y soberbia. Sin embargo, ahí estaría ella, rompiendo narices a quien se atreviera a querer lastimarla. Pregúntenle lo que le pasó al último intento de príncipe que jugó con ella. Supongo que ahora dicho príncipe no podrá sentarse en un largo tiempo.
—Son felices, Danisha, y eso es lo que importa —Stephanie trató de regresarle una sonrisa. Todos las miraban, y no porque fueran interesantes, sino por ella, porque Danisha era jodidamente hermosa, tanto que lograba atraer el noventa y cinco por ciento de miradas. El otro cinco por cierto eran jovencitas vanidosas que la envidiaban.
—¿Y eso qué? Siempre que hacen alguna estupidez nosotras nos vemos afectadas.
—No es para tanto…
—¡¿Qué hay, par de brujas?!
—Olvídalo. Sí es para tanto.
Cuando Edwin la golpeó en la espalda, perfectamente sintió cómo el desgraciado le había hecho escupir un pulmón.
—Cállate, Edwin —Dani habló, puesto que Stephanie estaba muy ocupada cerciorándose de que sus pulmones estuviesen en su lugar—. Si los de nuevo ingreso, o alguien más, nos ven contigo, de verdad comenzarán a pensar que somos amigos.
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Editado: 07.05.2024