Un pequeño malestar le hizo abrir los ojos.
Ya estaba en casa, rodeada de sus amigos que se habían quedado en vigilia toda la noche.
—¿Qué sucedió? —se irguió de golpe.
Todo el cuerpo le palpitaba de dolor, sin embargo, un brillo peculiar aclaró sus ojos. Eran impresionantes las dos mil quinientas imágenes que podía ver por segundo; parecían moverse sin su consentimiento; cada detalle. Cada movimiento y cada aroma de cada una de las cosas parecían grabarse perpetuamente en su memoria. Miró hacia la ventana y vio a los niños jugar. Miró hacia la alfombra y vio los ácaros moverse sobre ella. Miró uno de los maceteros y vio a las hormigas caminar entre las flores.
—¿Cómo te sientes? —Steve apareció ante ella como una sombra borrosa de viento, pero unos instantes después se solidificó en un ser humano—. ¡Oh! Está viva. Stephanie está viva.
—¿Qué pasó? —ella volvió a preguntar.
—Te mordió un vampiro —la aclaración sonó descabellada.
—No esperarás que te crea eso.
—No hace falta que lo creas —Alexa entró a la habitación—, puesto que tú lo viviste. Fuiste tú quien llamó a Steve pidiéndole ayuda.
—Me siento extraña. ¿No sé supone que me debería sentir como una vampiresa? Alexa, me duele todo, y también me duele la cabeza.
—Eso es porque no eres una vampira.
—Dijeron que me mordió un vampiro.
—Pero no te convirtió en una vampira. En realidad, lo que Scott hizo al morderte, fue convertirte en una mítrida.
—¿Qué es eso?
—En tu caso, así se le llama a las criaturas que no son, ni vampiros ni seres humanos. Eres algo así como un neófito, alguien que ha comenzado un proceso o una nueva religión. Hagamos una prueba. Siéntate con la espalda erguida, concéntrate, cierra los ojos y respira. Dime qué puedes oler.
Stephanie la obedeció. Se acomodó entre las almohadas de su cama y comenzó a capturar cada uno de los aromas del viento. Había un dulce aroma a caramelo derretido que seguramente alguien allá afuera le estaría poniendo a sus panqueques. Fresas picadas. El rocío mañanero del césped. El humo que desprende una cerilla al prender. El olor a caucho quemado que dejaban los automovilistas cada vez que aceleraban sus autos.
—¡Detente! ¡Stephanie, para ya! —el grito de Alexa la devolvió a la realidad.
Ella se había levantado, ¿cómo lo hizo y en qué momento ocurrió? Ni ella misma sabría decirlo. Solo, cuando abrió los ojos, yacía de pie, en medio de la alfombra, con el deseo del aroma quemándole la garganta y con Steve a escasos pasos de ella.
—¿Qué huele así?
—Espero que no te estés refiriendo a mi sangre —le espetó el joven.
—Bebe esto, Stephanie. Te hará sentir mejor —Alexa se acercó a ella entregándole un termo. Al principio Steph habría pensado que le estaba ofreciendo café para comenzar la mañana, pero en cuanto degustó su contenido, la chica quedó fascinada y terminó bebiéndose todo de un solo trago.
—¿Qué es esto? Sabe delicioso. ¿Tienes más?
—Es un menjurje de hierbas naturales que simboliza el sabor de la sangre.
—Si tan solo Alexa no se le hubiera ocurrido darte eso anoche, hoy estarías muerta, o serías una vampira.
—Alexa —Stephanie se dirigió a ella—, si yo soy una mítrida, ¿significa que no puedo convertirme en un vampiro?
—¿Quieres ser un vampiro?
—¡Por supuesto que no! Es que no entiendo nada de lo que está pasando, y pronto entraré en pánico.
—Stephanie —Alexa la miró muy seria—, para convertirte en una vampira completa necesitas beber sangre humana.
—Pero…
—¿Pero qué?
—Pero puede pasar esto, pero puede pasar aquello, pero no deberías hacerlo, pero te aconsejo que lo hagas. Pero.
—Pero si no la bebes, tu cuerpo se irá debilitando y morirás.
Steph se puso más pálida de lo que ya estaba.
—Es decir que… si no bebo sangre, de un humano, me voy a morir, y si la llego a consumir…
—Te convertirías en una vampira, pero jamás podrías morir.
—Esto tiene que ser una broma —el miedo se arremolinó en sus despiadados ojos amarillos.
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Editado: 07.05.2024