El cansancio la hizo casi arrastrarse, los olores de los animales se intensificaron, y entonces ella notó cómo en su blanca piel de alabastro se abrían pequeñas cuarteaduras de las que brotó el danonibus; tan espeso y oscuro como las tormentas de los huracanes. Estaba en problemas, en serios problemas, pues de no hacer algo pronto, corría el riesgo de morir desangrada.
Su abuela le había dicho que como wicca tenía el poder de sentir las fuerzas contrarias en la punta de la nariz, y que con un poco más de entrenamiento y dedicación, podría saborear dichas fuerzas hasta conseguir catalogarlas. Esa noche, fue la primera vez que Alexa las sintió.
Ella frenó en seco, se dio la vuelta y lo encaró antes de que pudiera atacarla por la espalda.
—¿Me estás persiguiendo?
La silueta espectral de Scott se detuvo. El viento crepitaba a su alrededor.
—No te quiero a ti.
Alexa pareció confundida.
—¡Sabes lo que soy! ¿No es así? —pero él no respondió—. Me llamaste wicca sin antes conocerme, y ese espantoso aroma del que tanto te has quejado como yo.
Entonces el hombre desvió su mirada hasta las cinco varitas de incienso que se consumían en la mano de la bruja. Una sonrisa de aceptación se dibujó en sus labios.
—Es increíble. Utilizaste ámbar para enmascarar nuestros aromas. No eres tan estúpida después de todo. Lástima que no tengas el poder suficiente para hacerme frente.
—¡¿Qué quieres?! ¡¿Por qué nos estás persiguiendo si Stephanie no está con nosotros?!
—Lo que hago es utilizar mi capacidad. Por sí sola ella jamás probará la sangre, pero… lo hará si la obligo.
Scott brincó, se lanzó entre el viento que agitó su impecable ropa y aterrizó finalmente al otro lado de Alexa. No iba detrás de Stephanie, de Alexa o de Niar. Su objetivo era Steve.
Stephanie corrió, se apoyó en el poco aliento que le quedaba y lo golpeó en las costillas. Y si bien el golpe no le causó gran daño, sí consiguió que soltara a Steve y rodara unos cuantos metros.
—Stephanie —la bruja la sostuvo entre sus brazos.
—Ahora sí, Alexa, siento que estoy muriendo.
—No eres pura aún —la voz del vampiro no se había aletargado ni un solo ápice de su tranquilidad, y entonces la miró por última vez, dejando un vacío dentro de ella.
Lo vio correr y lanzarse una vez más sobre Steve mientras lo levantaba y le descubría el cuello.
—¡Suéltalo, Scott! ¡A mí es a la que quieres! Destrózame a mí, pero te ruego que no le hagas daño a él.
—Nunca tuve intensiones de matarte, Stephanie, pero el convertirte es una orden de la Mandata.
Ella vio con horror cómo le clavaba sus demenciales colmillos a su amigo. Steve cayó al suelo, se revolcó y gritó frotándose el rostro con la hierba.
—¡¡¡AUXILIO!!! ¡¡¡POR PIEDAD, AYÚDENME!!!
—¡Steve!
Scott la miró. La boca le escurría de sangre.
—Lo que tiene en las venas se llama anequio, y tú, tienes dos opciones. O se lo succionas, o lo dejas convertirse. Decide.
Una ráfaga de viento agitó con vehemencia los árboles, y antes de que el polvo se calmara, Steph vio a Scott huyendo por las montañas.
Los fantasmas también se desvanecen, pensó en las mismas palabras que él le había dicho
—Steve —pero al primer contacto que ella intentó hacerle, el muchacho se revolcó mucho peor.
—¡Steve, resiste hermano, te pondrás bien! —Niar estaba llorando.
—Alexa, ¿qué cosa es anequio?
—¡No lo sé, no lo sé!
—Los colmillos —Niar le acarició la frente—, son de él.
—¡No! ¡No puedo dejar que se convierta en un vampiro! ¡No sería justo para él! Niar, ¿qué otra cosa viste?
—Yo… —Niar comenzó a pensar. Estaba desesperado—. Te vi a ti.
—¿En qué forma?
—Tenía sangre en la boca.
Alexa fue la primera en entenderlo.
—Tú también estás muriendo. Mira tu piel.
—Steve…
—No lo hagas —gimió él—. No lo dejes ganar. No le des lo que quiere.
Stephanie levantó la cabeza. Tenía la esperanza de ver a Danisha correr hacia ellos asegurando que ella extraería el veneno. Pero eso nunca sucedió.
—Lo voy a morder.
—No…
—Stephanie —la voz de Alexa se sobrepuso a la de Steve—, no volverás a…
Y sin más, la joven lo mordió por encima de las mismas hendiduras que los colmillos de Scott habían dejado. Quién diría que a kilómetros de distancia, la boca del aludido se le quemaría en cientos de punzadas que lo hicieron revolcarse.
—Ya es suficiente… —Alexa colocó su mano sobre la espalda de ella— Stephanie, lo estás matando, suéltalo ya. Stephanie…
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Editado: 07.05.2024