Ella golpeó un par de veces el vidrio de su ventana. Llamó sin compasión hasta que finalmente él se acercó para abrirla.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó con una sonrisa.
—No tenía nada qué hacer y pensé que tal vez estarías aburrido. Traje una película y a ti te he traído helado.
—Estupendo.
—¿Puedo entrar? Es una regla de vampiros. No podemos entrar sin antes ser invitados.
—Qué tontería tan grande. Me encanta. Entra —Steve levantó la ventana y ella saltó al interior—. Stephanie, te recuerdo que hay formas más sutiles de entrar. Allá abajo tengo una puerta.
—Lo siento, pero últimamente me encanta la idea de estar encaramarme de los árboles y las paredes.
—Ya lo noté.
Desde aquel día, Stephanie sintió que su cuerpo cambiaba; tenía mucha más energía y nada parecía detenerla. Aprovechó que visitaría a Steve para pasar a Vermont y cenar algunos venados, pues no quería llegar y que la sangre de su amigo le alterase el instinto.
—¿Sabes qué es lo que más me ha gustado de ser vampira?
—No. ¿Qué cosa?
—Que ya no le tengo miedo a las alturas. Antes me provocaban vértigo.
—Eso suena genial. Recuerdo cuando estábamos en preescolar y te aterrorizaba la idea de subir a la cuerda gimnastica.
—Ni que me lo recuerdes.
—Aunque, a mí lo que de verdad me sorprende, es tu increíble tolerancia a la sangre. Desde que llegaste no has intentado morderme, y eso que las heridas de mi cuerpo no han sanado por completo.
—La magia de Alexa también me ha ayudado.
Steve regresó a la cama ayudándose de las pocas fuerzas que le permitían mantenerse de pie. Steph encendió el televisor y acto seguido se hundió en la cama junto a él. Qué terrible decisión, pues al primer contacto que tuvo con su mejor amigo, el aroma le quemó febrilmente la garganta.
—Ya ha pasado una semana —comentó él, y Steph tuvo que hacer acopio de fuerzas para demostrarle que todo estaba bien.
—Una semana —repitió ella—. Me convertí justamente en el cumpleaños de Alexa.
—Pobre Alexa. Imaginar que morirás el mero día de tu cumpleaños debió haber sido aterrador. Afortunadamente nada pasó a mayores.
Desde aquel día, Stephanie contempló su propio infierno personal. Su existencia misma le daba fuertes dolores de cabeza, pues aparte de tener que escuchar conversaciones ajenas que para nada eran de su interés y tener que escuchar los molestos gemidos de sus vecinos a la una de la madrugada cuando ella no podía pegar el ojo, y todo por aquel desdichado oído vampírico, era solo el principio. Le había tocado experimentar cosas peores, por ejemplo, la vez en la que el pequeño Pomerania de su vecina se escapó y terminó durmiendo bajo los sillones de la sala de Steph. De verdad que aquella mañana la joven tuvo que hacer un grandísimo esfuerzo para no desayunárselo y devolverlo a la dueña que estaba histérica buscándolo por todas partes. O la vez en la que se hallaba tranquilamente leyendo un libro en una de las cafeterías de Balefia y un torpe empleado se cortó jugando con un par de vasos de vidrio.
—Stephanie —Steve no soportó más y la encaró.
—¿Qué sucede?
—Me estoy congelando. Tu cuerpo está demasiado frío.
Las mejillas de la muchacha se ruborizaron. Stephanie retrocedió, mitad agradecida y mitad triste, pues sabía que aquellos días de pijamadas, de fiestas y noches durmiendo juntos como los mejores amigos que eran, se habían perdido para siempre.
—Lo siento —susurró.
—Descuida, es algo a lo que me tengo que acostumbrar.
Ella le sonrió, caminó hacia el armario, tomó una frazada y lo envolvió en ella procurando no rozarle la herida del cuello.
—Gracias.
—¿Gracias? —él enarcó una ceja.
—Por ser simplemente tú.
***
Edwin dejó caer la charola de comida sobre la mesa y Derek se apoyó sobre el metal provocando que Niar, Steve Danisha, Stephanie y Alexa levantaran sus miradas hacia ellos.
—¿Qué pasa con ustedes? —Alexa les espetó.
—¿Desde hace cuánto tiempo ya no están con nosotros?
—¿Desde cuándo queremos estar con ustedes? —Dani regresó su atención a la revista que leía.
—Ustedes son los que ya no quieren estar con nosotros.
—Eso no es verdad, Alexa. Ustedes han estado últimamente extraños con nosotros.
Al fondo de la plática-discusión, un par de jóvenes jugaban beisbol. El sonido de la pelota era ciertamente cruel, sin embargo la que parecía estar reparando directamente en aquel ruido, era solamente Stephanie, ya que Danisha se las apañaba para concentrarse en su lectura de moda.
—¿A caso tenemos una enfermedad contagiosa de la que nosotros no tengamos conocimiento, acaso robamos un banco y ahora nos busca la policía, acaso trabajamos con material radiactivo, o qué es lo que pasa?
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Editado: 07.05.2024