Los ojos de Alabaster brillaban con una furia arrasadora. Trató de hacerse el indiferente, pero no lo consiguió. Estaba molesto, desconcertado y al principio pensó que se trataba de una broma, pero cuando Niar le regaló una sonrisa nerviosa que mostraba sus dos grandes colmillos, comprendió que las cosas estaban mal, o al menos lo que él consideraba como malo.
—¿Qué significa esto, Mandato? —señaló al dúrkel que yacía frente a él.
—Es un miembro más de la horda dúrkel proveniente de los Ikarontes.
—Eso ya lo sé. A lo que me quiero referir es, ¿por qué está convertido en vampiro? ¿Quién lo mordió?
—Lo mordí yo, Alabaster —la voz de Stephanie salió a relucir antes de que Scott pudiera acunarse la culpa de la transformación.
—Stephanie —el vampiro enarcó una ceja—. ¿Por qué no me sorprende?
—Yo sé, Alabaster —Scott tomó la palabra—, que ahí encontrarás quebrantada una regla mortuania.
—Ni que me lo digas.
—Pero hay algo importante que debes saber.
—¿Y acaso eso será tan importante como para salvar la vida de la cuarta Mandata? O la tuya en caso de que quieras apropiarte la culpa; de nuevo.
—Ha despertado la Cornelia, señor —Kharo cruzó la habitación con brío, se presentó frente a los cinco miembros del consejo y les mostró lo que parecían ser unos viejos pergaminos escritos bajo el idioma Aterkano.
—La Cornelia… —Zairé no dudó ni un solo segundo en apoyar sus manos sobre los escritos y comenzar a leerlos. Maravillado, levantó la mirada, se puso de pie y caminó hasta donde Niar no dejaba de estremecerse—. ¿Es verdad que puedes ver nuestro nivel de poder? Dime, ¿qué ves en mí?
—No lo hagas, Niar —exclamó Kharo—. Respetados Pulcros, recuerden que la Cornelia no es un movimiento de juego, mucho menos de información. Si un potencial enemigo advierte el nivel de poder que rige sobre cada uno de ustedes, los terminaría poniendo en peligro de muerte. El espectro fantasmal que emite la Cornelia es un arma de doble filo; o te da una ventaja sobre tu oponente, o te convierte en un blanco fácil.
—Kharo tiene razón —Bram también se puso de pie—. Nos hemos olvidado de por qué fue que las criaturas que portaban estos dones poco conocidos fueron desapareciendo.
—¿El poder los consumía?
—No, mi estimado dúrkel. En realidad eran asesinados, quemados o atravesados con flechas santas para impedir que la información se divulgara y así pudieran ser derrotados.
»Si alguien allá afuera, que se presentara como un potencial enemigo para Mortum, se llegase a enterar que albergamos a un dúrkel portador de la Cornelia, nos volveríamos el blanco de millones de miradas perversas y listas para atacar.
—¡¿Entonces me van a destruir para no poner en riesgo al palacio?!
—¡No se los vamos a permitir! —Stephanie y el resto del equipo brincaron de sus lugares y se plantaron alrededor del pequeño cuerpo de Niar.
—Nunca dijimos que lo íbamos a sacrificar, cuarta Mandata— Kaín se escarneció de ellos—. Mi compañero solo dijo lo que podría suceder.
—Scott —Alabaster se dirigió a él—, asesíname los oídos con tus ridículos planes.
—Si fueran tan ridículos no dejarías que te hablara de ellos. ¿Sabes? A veces pienso en lo afortunado que fue Hécate Magnus al reinar en una época en la que ustedes no estaban presentes.
—Y adivino; el resto de las veces maldices a tu madre por colocarnos en este puesto. Tan predecible, Mandato.
—Quiero traer a los cinco reinos.
Todos y cada uno de los Pulcros se quedaron quietos, pasmados y azotados por deliberadas punzadas de preocupación.
—¿Esto se está volviendo una rabieta más de Su Majestad?
—Para nada, Cross. De hecho, siento que es la segunda cosa más sensata que he pensado.
—¿Y cuál fue la primera?
—El que Stephanie esté aquí.
—Traer a las cinco grandes personificaciones del Otro Mundo resultará en un viaje de tres días.
—Mi hermano Kerry se encargará de eso, y Kharo lo acompañará.
—¿Para qué quieres a los cinco grandes reinos aquí?
Scott se mordió la lengua. Sabía que debía inventarse una respuesta que fuera lo más convincente y realista posible, o de lo contrario los Pulcros detectarían su engaño. Debía proteger a Stephanie, y para ello debía forjar un ingenioso plan a espaldas de todos.
La mentira, en parte, fue la siguiente:
—Las cuatro Torres de Berón son un equilibrio —comenzó—. Y en La Gran Magia, ¿qué es lo que alimenta ese equilibrio? Los elementos naturales. Agua, viento, fuego y tierra. Ese es el gran poder dominante de los cuatro reinos primigenios. Ahora, si deseáramos completar ese equilibrio con la vida y la muerte, entonces estaríamos hablando de los Farkas y de Mortum.
»Si yo, en este momento, me resignara a perecer de la misma forma en la que Hécate Magnus lo hizo para hechizar a la cascada, ¿tendrían algún cambio los derrumbes de las Torres? Puedo hacerlo, puedo recitar la Gran Magia y lanzar un encantamiento para que las Torres no sigan cayendo y así los Tatalanes nunca lleguen a nuestro mundo ni a ningún otro. Pero, ¿funcionaría? No me quiero arriesgar a perder a ningún otro vampiro. Y ya que la Gran Magia funciona con los cuatro elementos y el equilibrio de la vida y la muerte, ¿qué mejor que traer a las soberanas gobernantes de sus naciones?
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Editado: 07.05.2024