—Quiero dejarles una fuente de información a los vampiros de las siguientes generaciones.
—¿Acaso estás muriendo?
—Desde luego que no —Zacarías esbozó una sonrisa—. Pero cuando no estoy cuidando de mi aquelarre, me gusta escribir. El conocimiento alimenta, y la verdad purga las ideas. ¿De dónde crees que ha salido todo el conocimiento que Magnus te ha ido instruyendo?
—Hablando de Magnus. Zacarías, ¿estás seguro de que será un buen Mandato a tu partida? ¿No te parece una decisión un poco precipitada?
—Te contaré una cosa que ni siquiera a él le he dicho. Quizá Hécate tenga la cabeza llena de juegos y a veces de tonterías, y no tenga ningún don sobrenatural como tú y como yo, pero tiene lo que casi ya no encuentras en un hombre de estos tiempos. Lealtad.
—Lealtad —repitió—. Lo nombraste Hécate, ¿por la titánide?
—Porque es un equilibrio. Magnus podría ser el bien, pero también el mal, podría ser la Luz, o podría ser la Oscuridad de este pequeño reino. Pero eso, es algo que solo él va a decidir.
—Entonces, yo estaré aquí para apoyarlo.
Zacarías lanzó una carcajada al viento. ¡Y qué hermosa su sonrisa!
—Ya lo creo. Hécate va a necesitar toda la ayuda posible, y espero que ese entusiasmo tuyo se convierta en una promesa.
—Por supuesto que lo será.
—¡A quién se le ocurre construir una roca saliente en un maldito acantilado! ¡Pude haber muerto! —Magnus llegó tal y como lo había predicho Zacarías, Con la ropa empapada y un gesto de severa molestia.
—Te dije que iba a llegar maldiciendo.
El joven le sonrió.
—Es hora de regresar al palacio —el primer Mandato se limpió los pantalones, tomó su libro y apoyó su mano en el hombro de Magnus obteniendo de respuesta una tierna sonrisa.
Scott tenía la boca abierta. Miró en dirección a Dimitrio, y al ver la enorme tristeza que estaba consumiendo al vampiro, exclamó:
—Son tus recuerdos. Esas imágenes son tus recuerdos. Tú conviviste con Magnus y Zacarías.
—Ya no importa —el vampiro se dio la vuelta.
El Mandato volvió a centrar su atención sobre él y la bruja que estaba a su lado.
—Utilizaste a Oska para proyectar ese recuerdo. Oska es la bruja del dolor. Dimitrio, ¿te duele evocar esos recuerdos?
—Te dije que ya no importa.
—No entiendo nada. ¿Por qué? ¿Cuál era tu motivo de cometer ese asesinato? Antes se notaba que eras feliz.
—Tú lo has dicho. Era feliz.
—¿Qué pasó? ¿Por qué te convertiste en un kaenodo?
—¿De verdad sigues creyendo ese cuento?
—¿Cuento?
—Te dijeron que yo era un kaenodo, te dijeron que yo asesiné a esas dos brujas y que después utilicé sus corazones para realizar un ritual que pondría en riesgo la vida de tu madre. Me difamaron, me hundieron y tú lo creíste sin hacer ninguna otra pregunta. Nunca me buscaste, nunca hiciste nada para que yo me defendiera, ni siquiera te preguntaste en dónde me tenían preso antes de traerme a Kreznna —regresó a la mesa y volvió a coger su taza rellenándola con una buena cantidad de café.
—¿Qué fue lo que realmente pasó?
—¿De qué sirve ahora contártelo?
—Te busqué…
—No te esforzaste.
—No me lo permitieron y… tenía miedo. Perdóname.
—No hagas eso. Ambos sabemos que solo lo estás diciendo para que te ayude con el problema de Mortum. Creciste conmigo, Scott. Tú más que Kerry fuiste muy allegado a mi persona. Se me hace increíble que creyeras de lo que se me estaba acusando.
Scott bajó la cabeza.
—Estoy desesperado. Las Torres se han ido cayendo, los Tatalanes pueden salir y matar a los vampiros, las cinco reinas no nos han podido ayudar, y… Si no puedo hacer algo pronto, Poliska no podrá ayudar a que Stephanie se recupere.
—¿Poliska? —los ojos de Dimitrio temblaron de horror, sus manos se le adormecieron y terminaron por soltar la taza de vidrio que se quebró al momento.
—¿Qué te pasa?
—¿Dejaste a la cuarta Mandata con Poliska?
—Sí. ¿Qué tiene? Stephanie estaba mal y no supe a dónde más ir.
—Scott, ¿ella te mandó aquí? ¡Respóndeme!
—Dijo que para sanar a Stephanie necesita una planta llamada Crisdia Dorada que al parecer solo crece en Kreznna.
—Esa planta ni siquiera existe.
—¡¿Quéééé?! —de un momento a otro, todos estaban atentos a sus palabras— ¿Qué quieres decir con que no existe?
—No existe. Es un invento de ella para que vinieras… Scott, quítate la camisa.
—¿Para qué?
Dimitrio corrió a él, se despojó él mismo de su ropa y le mostró el enorme tatuaje plateado que abarcaba casi toda su espalda.
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Editado: 07.05.2024