"Hay dos cadáveres y un perro bajo el puente, bajo ese maloliente puente"
BAJO EL PUENTE.
Aquí abajo puedo ver el frío y el hambre y no son de buena cara. Son de cara cacarisa como la mía. Aquí abajo, toco la guitarra usando mis costillas como cuerdas. Aquí, aquí abajo de este maloliente puente tapizado de cartones y basura. El ruido de los roedores y los coches que pasan por encima es molesto pero ya hace tiempo que ni atención le pongo. A veces llegan otros vagabundos a querer pelear por el territorio pero soy un hueso duro de roer, tengo el respeto del área y sólo los que no me conocen me buscan pelea. Obviamente, se terminan estrellando en mi pared.
He aprendido a desaparecer el hambre cuando no hay manera de conseguir algo para el estómago. También he aprendido a diferenciar intenciones buenas de las hostiles, tengo desarrollado un instinto parecido al de los animales; es mi super poder. Un super poder que es necesario para sobrevivir en estos territorios de mala leche. Pero no estoy solo. Mi compañero nunca me ha abandonado y, al igual que yo, ha pasado todo tipo de miserias y penurias. Pero al menos nos tenemos el uno al otro.
¿Mi nombre?... Este, ¿cómo decirlo?, No tengo uno, o al menos no lo recuerdo, hace mucho dejaron de importar ciertas cosas. Pero sí puedo decirles el nombre de mi amigo: Perro.
Y hablando de cosas que dejaron de importar, mi familia es una de esas cosas, ¿Quien podría llamar familia a esas vulgares formas de vida?, a esos 'patea culos' que apuñalan por la espalda. Me arrebataron todo lo que tenía pero yo tuve la culpa de que fuera fácil para ellos. Gracias a mis adicciones, pudieron despojarme de mi compañía (si, era alguien importante) y quitarme todo lo que había construído con años de esfuerzo. Me engañaron y se las ingeniaron para poder manipular mi mente y echarme de ahí legalmente. Si lo piensas bien, fue de lo más bajo que pudo hacer mi hermano. Mi casa se derrumbó, yo me hundí más en la bebida, y mi mujer (con bebé en brazos) me abandonó. Y ¡a la mierda lo que yo llamaba familia!. ¡A la mierda los fragmentos de felicidad del pasado!. No me hago la víctima, ya recalqué que debido a mis adicciones yo mismo tuve la culpa. Pero ¡ya basta de tonteras y cosas irremediables!, no les cuento esto para lloriquear o dar lástima, son cosas que ya quedaron atrás.
Hoy, en esta congelada tarde de enero, hemos tenido un poco de suerte. Una señora nos regaló un gran abrigo muy cálido, de esos que están aborregados por dentro; y también algo de comida. Sólo por esta noche, no hurgaremos en los cestos de basura llenos de gusanos y moscas. Es demasiada comida para nosotros dos, por eso, invitaré a unos conocidos para compartirla, claro, siempre y cuando estén dispuestos a compartir sus botellas también.
Esta noche no hay tristeza. O díganme, ¿acaso no puede este indigente tener una noche feliz?
Fuera de esos "tres conocidos" no hay nadie más, sólo estamos Perro y yo.
Nos dirigimos un poco al norte de la ciudad, al puente del conocido Dos para invitarlo, y a los otros dos, a comer en mis aposentos. Quedamos a las ocho de la noche.
Arreglaré un poco el maloliente puente y pondré unos bloques de cemento para los invitados, pegaré una barrida con mi escoba hecha de ramas. Y, cómo el frío está de locos, encenderé una gran fogata en el tambo de lámina que hay en medio.
- ¡Vamos, Perro! sonríe tu también que hoy se disfruta.
Menea la cola y pega unos brincos (difíciles para ser un perro al que le falta una de sus extremidades) que lo hacen ver gracioso, pues no es muy grande que digamos y le lanzo un pedazo de pan.
- Dime, ¿cómo se me ve el abrigo?- Por su ladrido, supongo que bien.
En la bolsa que nos dieron hay panes, jamón, leche, carne seca, crema de maní, galletas y algunas latas de comida.
- Perro, ¡esta noche comeremos como reyes! ¡Jajajajaja!
Perro está tranquilo y con la barriga brillosa pues hoy ha comido bien.
Le encanta mirar las luces de la ciudad por la noche. Si no fuera por el ruido de los malditos coches que pasan por encima de nosotros, sería una velada perfecta. Desde que empezó el frío, no ha nevado ni una sola vez, y la nieve, aunque fría, nos gusta mucho a Perro y a mi.
Si no fuera por este abrigo y la fogata que acabo de hacer, estaríamos temblando abrazados en este momento como un par de maricas.
Y, para mejorar las cosas, acaban de llegar nuestros invitados con tres malditas botellas para embriagarnos.
- ¡Ahí estás, estúpido vejete!- me dice el conocido Uno y me da una fuerte palmadita en la espalda. Siempre ha sido de cuerpo robusto, así que su mano en mi espalda, más que una palmadita, es una sacada de pulmones. Aparte, es el más joven de nosotros cuatro, por ende, significa que es más fuerte.
Suelto una carcajada y saludo a los otros dos, invitándolos a ponerse cómodos y entrar a mi humilde, demasiado humilde morada.
- ¿¡Dónde está la bendita comida!?- grita el conocido Dos.
- ¿¡Dónde está la bendita bebida!?- le regreso sin dejar de reír.
El conocido Tres saca una botella y me la lanza; yo los dejo entretenerse con la despensa. Sólo el conocido Uno y yo estamos bebiendo por el momento, admirando la fogata. Pero alguien más la admira también, y ese es Perro.
Y, empinándome la botella:
- Aaah, que bien sabe, maldición. Ya me hacía falta.
CONTINÚA EN LA SEGUNDA PARTE...