La obsesión del fantasma mató a Edward o quizás la obsesión de ambos los orilló a que se mataran entre ellos, resultando vencedor Mr. Penguin.
Honestamente, yo le permití a Edward ser mi amigo por un tiempo, pero nada más para saber hasta donde llegaba su locura. Solo lo utilicé, jugué con sus sentimientos y cuando me aburrió traté de deshacerme de él, así como todas mis mascotas y mis no mascotas que perecieron a manos mías.
Edward solo fue una mascota más en mi lista que me hartó y que no pude matar, pero que al menos mi nueva mascota se encargó de hacer. Esta nueva mascota resultó ser más interesante que las anteriores: fiel y completamente entregada a mí.
— ¿Qué querías mostrarme? —entramos por donde Edward salió, abandonando su cuerpo recostado en los botes y su corazón mutilado sobre su pecho.
Minutos antes, noté que el desplome de Edward movió la basura años, sacando a la luz un poster promocional de una película. El fantasma se me adelantó por lo que no se dio cuenta de mi descubrimiento. Examiné el poster y era similar al que estaba en el cartel luminoso, con la diferencia de que en donde debía estar el nombre de papá, estaba el de un tal Gerardo Revueltas. Tuve el presentimiento de que el fantasma sabía perfectamente quien era Gerardo, pero se rehusaría a decirme algo al respecto, luciendo aún más sospechoso.
El otro lado del acceso era un largo corredor sin ventanas, oscuro y lúgubre.
— Ah… sí… eso… ¿Te gustan las sorpresas?
— Adoro las sorpresas, ¿Acaso tú tienes una? ¿Hay algo más en ti que solo ser el tonto enamorado en turno? —intenté persuadirlo con mi arrogancia para que confesara quien era él en realidad.
El fantasma guardó silencio. La luz del foco de afuera me permitió ver cuando Mr. Penguin removió un recuadro que formaba parte de la pared y, al quitarla, un esqueleto con restos de ropa cayó a mis pies.
— Vaya pero, ¿Qué tenemos aquí? ¿Otro muerto de parte tuyo?
— No. Esta vez yo no tuve nada que ver —se aclaró la garganta—. Ocurre que debido a la forma rara en como fue construido el cine (las paredes pueden montarse y desmontarse como las piezas de un rompecabezas) muchos asesinos seriales lo utilizaron para ocultar los cuerpos de sus víctimas en ellas. Así, muchos crímenes quedaron impunes y los asesinos, libres de pecado.
— ¿Me estás diciendo que el cine es una morgue?
—Sí. En especial, en esta ruta de evacuación clausurada… —bajó la mirada para apreciar el esqueleto. Continuó y su tono de voz era sombrío que te helaba la sangre de solo escucharlo—. Los vivos disfrutan de la vida mientras los muertos estamos condenados a permanecer en esta prisión, eternamente. El cine del pueblo es una agonizante prisión…
Me percaté de que las camelias en el suelo empezaron a marchitarse. Fue extraño ya que Mr. Penguin no las tocó, como si su muerte fuera un mal presagio.
— No creo que sea para tanto —no debí decir eso ya que, en cuanto esas palabras salieron de mi boca, la luz del foco a mis espaldas se apagó.
Estaba completamente oscuro, no veía más allá de mis narices y solo escuchaba mi respiración, y los latidos acelerados de mi corazón por la inquietud que me traía esa oscuridad. Esa inquietud acababa de paralizarme.
— Mr. Penguin… Mr. Penguin, ¿Sigues ahí? —le hablé, pero él no me respondió. Y de pronto algo me tomó por el tobillo.
— Gianna… ¿Le tienes miedo a la oscuridad? —espetó el fantasma.
— No. Ese miedo no me afecta. Es solo un miedo irracional que los pobres diablos tienen porque le temen a lo desconocido. No hay nada en la oscuridad que pueda dañarlos, solo sus inseguridades que alimentan ese miedo —lo que me tomó del tobillo hizo más presión.
— ¿Estás segura?
— Por supuesto que sí y te lo demostrare —bajé mi mano para liberar mi tobillo. Mis dedos rozaron lo que me agarraba y era… una mano esquelética. Tragué saliva y poco a poco fui quitando los dedos que aprisionaban mi tobillo. Conseguí liberarme y me enderecé—. Listo. Así de simple.
— Gianna… eres muy valiente pero, ¿Hasta dónde llegara esa valentía? ¿Cuánto resistirás antes de enloquecer? — desconocía si el fantasma seguía presente físicamente o solo era su voz, así como en la lluvia—. Ellos han hablado conmigo… dicen que no te quieren aquí… están enojados… debes correr o ellos te atraparan… ¡Huye! ¡Huye, amor mío!
Entonces escuché algo caerse, algo pesado y escandaloso, fueron… las paredes. No me moví para nada e intenté no hacer ruido, mi cuerpo estaba estático. Pasos lentos que se acercaban detrás de mí, lamentos y susurros que advertían del peligro inminente y yo, presa del miedo.
— Es tarde. Ya están aquí…
Y, como mis ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad, noté como todo los recuadrados de las paredes colapsaron debido a cientos de brazos y manos que me pescaron, y empezaron a jalonearme mientras repetían como locos: “No es para tanto. No es para tanto”.
Desesperada, quise huir de ellos, pero eran demasiados y terminé tropezando con el esqueleto a mis pies. Me halaron de las piernas de vuelta a la oscuridad y, al oponerme, se pusieron más violentos, y me arrancaron ambas extremidades. Mi sangre corrió como río y mis gritos eran inevitables, pero no me detuve y me arrastré, buscando la salida de ese maldito corredor.
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Editado: 10.10.2020