Era insólito: me sentía fascinada por él, como si haya puesto un embrujo sobre mí y ahora estaba hechizada por sus ansias de que yo fuese suya. Mr. Penguin estaba enamorado de mí y era capaz de matar a todo aquel que me molestara con tal de complacerme. De solo pensarlo se me erizaba la piel y me ponía deseosa de él.
— Mr. Penguin… gracias por este regalo. Lo atesorare por siempre —besé el ojo. Me hubiera gustado ver la reacción del fantasma, pero me fue imposible por la máscara que portaba.
Él se quedó callado y se me acercó para ponerme la flor marchita entre el cabello. Me susurró al oído:
— Me halaga tu gesto.
Me guardé el ojo en mi escote.
— Así que tú eres a quien esos empleados llamaron “El Fantasma del Cine”.
— Sí. Esos pobres diablos los tengo tan traumados que hasta ya les aterra ir al baño. Con mi sola presencia y sin decir ni una palabra, los dejo muertos del miedo. Soy esa sombra tenebrosa al final del túnel que no se mueve, pero sabes que te está observando. Sientes que la respiración te falta, te desesperas, te muerdes el labio hasta que te sangre, te clavas las uñas en las palmas y terminas gritando: ¡Qué quieres de mí! No te respondo y solo desaparezco de tu vista. Adoro hacerlos sufrir con eso.
Era imposible. Lo que acababa de decir, era lo que yo había pensado cuando lo vi por primera vez, ¿Acaso este ente me leía la mente? De ser cierto, Mr. Penguin se volvía más interesante para mí.
— Te divierte el sufrimiento ajeno… interesante…
— Tú eres interesante y por eso quiero mostrarte algo, pero mi dama no puede andar así sin zapatos. Permíteme conseguirte el calzado digno de una reina. Espérame aquí. No me tardo. Cuervo, cuida de ella —el fantasma se esfumó, dejándome a solas con el ave.
Me daba ansiedad esa ave desde que se posó en el casillero, no le prestó atención al fantasma, solo a mí. Otra vez estaba jugando con mi mente o quizás trataba de decirme algo. Un mensaje que no lograba descifrar.
— ¿Qué quieres de mí, cuervo? ¿Te da disgusto que sienta atracción por mi verdugo? ¿O es que acaso tú y Mr. Penguin esconden algo? Porque no creas que pase por alto el hecho de que el fantasma se llama como el personaje que papá interpretó. Tú y él están confabulados, pero no te lo negare —puse una mano en mi cintura y mi soberbia salió a flote— me encanta tener a Mr. Penguin a mis pies.
El fantasma volvió con un par de zapatos y un tocadiscos. Dicho aparato lo colocó sobre el casillero, el cuervo cambió de lugar a la base de la cama. Mr. Penguin me tendió los zapatos caballerosamente. Los tomé y me los puse. Eran similares a los que traía puestos antes de que el tacón se rompiera. No le pregunté de dónde los sacó ni tampoco de dónde sacó el tocadiscos porque no me importaba saberlo. Noté que cuando él regresó, más camelias florecieron en el piso.
— ¿Qué pasa con estás flores?
Mr. Penguin se dio cuenta de mi desconcierto con la misteriosa aparición de esas flores. Intentó controlarlo pero empeoro. Frustrado, me explicó el por qué de tan extraño suceso.
— Lo que pasa es que hay una maldición sobre mí… —hizo una pausa y retomó—. Verás, mi flor favorita siempre han sido las camelias, en especial, las de color rosa. Mi favoritismo por esa flor se convirtió una maldición que consiste en que donde quiera que este y a cada paso que dé, esas flores nacerán y vivirán eternamente, pero morirán si yo los toco —agarró una camelia y esta murió instantáneamente—. Es increíble cómo puedo crear vida, pero a la vez puedo arrebatarla —desmoronó la flor seca con su mano y esparció sus restos en el suelo—. No quero aburrirte con esto así que vayamos al grano.
— No es aburrido… —me encogí de hombros.
Mr. Penguin abrió la tapa el tocadiscos, colocó la aguja sobre el disco de vinilo que ya traía puesto y empezó a girar. Se reprodujo una balada lenta que reconocí de inmediato ya que papá y mamá la bailaron en su primer aniversario de bodas.
— Antes de mostrarte lo que quiero mostrarte, he de admitir que siempre soñé bailar esta canción contigo así que signorina, ¿Me haría el honor de concederme esta pieza, por favor? —me ofreció su mano, nuevamente.
— Con piacere —la tomé. Mr. Penguin rodó mi cintura con su otro brazo y me atrajo hacia él. Y bailamos al ritmo de la canción.
“Earth angel, earth angel,
Will you be mine?”.
Yo no sabía bailar por lo que me dejé guiar por él. Podía asegurar que Mr. Penguin estaba sonriendo debajo de esa máscara, alimentando mi curiosidad por saber cómo era su rostro en realidad. Deseaba poder quitarle esa mascara y contemplar su rostro, ¿Por qué esconderlo? No lo entendía.
“My Darling dear
Love you all the time”.
— Gianna… uno de mis sueños se ha cumplido —soltó mi mano y me abrazó—. Quédate siempre a mi lado y no me abandones. Te quiero solo para mí —hizo énfasis en la última frase—. Quiero tu amor solo para mí…
— Il mio amore è tuo —correspondí su abrazo mientras mi característica sonrisa maliciosa se dibujaba en mi rostro.
“I’m just a fool.
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Editado: 09.11.2021